Ahora que el invierno está casi por acabar, ya se asoma la primavera a los almendros, me da a mí por reflexionar sobre temas invernales; y lo primero que me viene al magín es una pregunta: ¿A que huele el invierno en Alhama?, una de las primeras respuestas, así de pronto, es que el invierno huele a brasero de carbón, puesto en la calle a encender.
Bertold Brecht llamaba imprescindibles a los hombres que luchan toda la vida, yo los llamo hombres coyote en homenaje a ese personaje de dibujos animados con el que crecimos los niños de mi generación, que se dejaba cada día la vida en el intento de alcanzar al repelente Correcaminos.
En las escasas décadas que han transcurrido desde que regresé a Alhama, no hemos tenido tiempo de aburrirnos, antes bien, los acontecimientos se han sucedido a un ritmo asombroso que en el futuro hará que los historiadores se asombren al estudiar nuestra época.
De todos los lugares de nuestro pueblo en los que es posible llevar a cavo el siempre sano y recomendable acto de pasear, el que más frecuento de mañana es el Paseo del Cisne, entre otras razones porque es lugar de paso casi obligado para dirigirme a atender mis obligaciones. Reconozco que este casi nuevo paseo es más amplio y cómodo y se limpia y barre mucho mejor; pero por una vez sucumbo a la nostalgia y me permito echar de menos aquel otro paseo con sus setos que separaban los distintos paseos, sus bancos de piedra y sus “carillos” en los que era posible comprar golosinas, chucherías, cigarrillos sueltos y, recuerdo, hasta libros. Y su futbolín. Aclaro para quien lo ignore que “carrillo” es el nombre que aquí reciben los quioscos.