
Sentado sobre la gran piedra de majar esparto está el abuelo. Con el ala de su viejo sombrero de paño se protege los ojos; y en la empuñadura del bastón apoya sus huesudas manos. Los últimos rayos de un cansado sol de diciembre mitigan apenas la fría tarde invernal. Juanillo, el porquero, regresa ya al cortijo con la piara; y, en el cercano olivar, mujeres y zagalones, recogiendo una última solera, piden con desenfadadas cancioncillas al manijero que ‘eche ya el Cristo’.