Cuando por primera vez habló en el Parlamento se le catalogó de “orador sagrado”.
Cuando por primera vez habló en el Parlamento se le catalogó de “orador sagrado”.
Las mujeres escritoras de esta época se van a lamentar de su situación, lo que no supone una llamada a la reacción contra el conjunto de normas sociales que impedían a las mujeres el acceso a la cultura.
Todas las funciones desarrolladas en la conciencia unamuniana por la idea de Dios correspondían a las funciones maternas, exigidas por el inconsciente de aquel hombre en relación con el deseo sentido por él de no morir, de continuar viviendo después de la muerte, de mantener viva su conciencia humana para siempre, frente a la invasión implacable de la nada.
El escritor francés Henri Murger, autor de las célebres “Escenas de la vida bohemia”, ha pasado a la historia tan sólo por ser el novelista de aquel fenómeno de escritores pobres, ingeniosos y malditos, que fue en el siglo XIX uno de sus atractivos literarios de la ciudad de París.
Triste, solemne, silencioso y sin luces, el alcázar de los Reyes daba una imagen profunda de desolación en el silencio de la noche: “Los faroles de Palacio/ ya no quieren alumbrar, / porque Mercedes se ha muerto / y luto quieren guardar.
Uno de los escritores españoles en el exilio de mayor personalidad es el granadino Francisco Ayala (nacido en 1906), tanto por las características de su prosa como por la evolución y el sentido de su obra.
Tres poetas distintos hubo en Prados a juicio de J. Sanchis Banús. El jubiloso andaluz de la revista Litoral, el ardoroso combatiente, el poeta comprometido, interesado por el surrealismo bretoniano en lo que tiene de compromiso social y político y el poeta del exilio que, en México, oyera un día el eco de Dios en su conciencia, en un sobrecogido silencio interior, antesala de la muerte.
Cuando la inteligencia se ilumina por el sentimiento se inicia la aventura poética, ese afán de conocimiento a través del acto amoroso de posesión de la realidad, entendiendo por realidad todo lo que vive fuera del poeta: los seres, las cosas, el mundo…
En los años 1932 y 1933 en que escribe su obra cumbre, “La destrucción o el amor”, el poeta pasa por una de las más graves crisis de la grave enfermedad renal que viene padeciendo desde 1925.