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- Escrito por: Antonio Robles Ordóñez
- Categoría: Memorias de Santeña

Durante los años del hambre, eran muchos los personajes que desfilaban por el pueblo, en su mayoría procedentes de las ciudades. Venían a las poblaciones pequeñas buscando el pan de cada día sabedores de que sus gentes son caritativas y solidarias, algo que no ocurre generalmente en las grandes urbes.
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En Los Corralones, desde el supermercado actual hasta donde se inicia la calle del antiguo cinema Gómez, había una hilera de casitas, resto de las que construyó la caridad pública después de los terre- motos de 1884.
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Como en los tiempos de que hablamos el que tenía cabra bebía leche y el que no se quedaba con la gana, mucha gente tenía una y algunos dos o más.
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Antonio Cohete -o El Codeera hijo de Filomena La Coheta y hermano por tanto de Marañales, (el que chupaba el azúcar de las tortas que la madre vendía).
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- Escrito por: Antonio Robles Ordóñez
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O Cele, que tanto monta; y, además, era como lo llamaban los suyos y los demás. Celedonio vivía en Los Corralones. Lo de corralones viene del pasado. Al parecer, esa zona periférica del pueblo estaba acotada en grandes espacios donde se encerraba ganado de toda clase; pero, poco a poco, al lado de los corralones fueron surgiendo pequeños habitáculos que los mismos pastores y guardianes se hacían y así nació una calle de viviendas tan endebles que los fuertes terremotos del 1884 redujeron a escombros. Después de la catástrofe, la caridad pública construyó una fila de casitas y la calle fue bautizada con el nombre de Regino Martínez, aunque la gente continuó –y continúa– llamándola Los Corralones.
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- Escrito por: Antonio Robles Ordóñez
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En la plaza de Santeña hay un quiosco junto a la centenaria acacia que se inauguró allá por los años cincuenta y fue adjudicado por el ayuntamiento en régimen de explotación y por riguroso orden de subasta a Emilio Ordóñez Pérez, alias Pamplinas.
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Como las plantas, también los hombres echamos raíces allí donde nacemos. El trozo de tierra que nos rodea mientras nos hacemos adultos, acaba formando parte de nuestro ser igual que el color del pelo o de los ojos.