
El cortijo de Marchiche está enclavado en plena Sierra de la Resinera, que así llamaban en otros tiempos a la serranía donde se levantó esa casa antes de convertirse en el actual Parque Natural Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama.

Este inspirador claro del bosque tapizado de hojas secas y bordeado de pinares con el Cerro Cabañeros de fondo es un rinconcito de la antaño conocida como Sierra de la Resinera, convertida desde el año 1999 en parte del Parque Natural Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama. Hace ya muchos años que no la llaman así; desde la época en que esas montañas eran pertenencia de varios terratenientes que poseían miles de hectáreas para ellos solos. Unos eran personas con nombres y apellidos como la poderosa Marquesa de Cázulas; otros, entidades empresariales cuyos propietarios solían disfrutar de un considerable poder adquisitivo, como la Unión Resinera Española, que desde su fundación -a finales del siglo XIX- se dedicó a comprar por toda España terrenos de pinar para su explotación industrial. La Unión Resinera adquirió miles de hectáreas en los términos municipales de Alhama de Granada, Jayena, Fornes, Játar y Arenas del Rey mediante la compra de dos grandes fincas que en aquel tiempo se llamaban el Pinar de Alhama y el Monte de Córzola. Ambas englobaban, además de muchos kilómetros cuadrados de montañas, ríos, valles, barrancos y vaguadas, históricos cortijos que se hallaban diseminados como al azar por todas aquellas sierras, algunos de ellos muy antiguos. Uno de tantos fue el cortijo de Marchiche, sito en el término municipal de Arenas del Rey, que se encuentra precisamente junto a ese bello claro del bosque.

Si nos fijamos bien podremos distinguirlo desde aquí: se encuentra debajo de aquella peña, que llaman el Cerro del Águila; ahí, dentro del círculo rojo. ¿Que no se ve…? Tal vez estamos demasiado lejos, ya que esa foto se hizo desde lo alto de la Loma de la Madera. Vamos a acercarnos, pues, un poco más. Demos media vuelta; tomaremos el camino de tierra que parte desde la antigua Resinera -hoy Punto de Información del Parque Natural- que lleva, tras muchos kilómetros de subidas y bajadas, de curvas y contracurvas, casi hasta el último rincón de estas montañas atravesando collados y valles mientras nos salen al paso cortijos ruinosos de nombres casi olvidados. Porque este camino nos deja, justamente, delante de la puerta del viejo cortijo de Marchiche.

Ruinas del cortijo Marchiche. Al fondo, el imponente roquedo del Cerro del Águila
Ahí lo tenemos, ante nosotros. Como se puede apreciar, apenas queda piedra sobre piedra. El pobre es la viva imagen de la desolación; desgraciadamente parece que ése es el sino ineludible de tantos cortijos almijareños. Mirando esos muros derruidos realmente cuesta imaginar la casa en pie y con gente alrededor. Pero no hace tanto fue un hogar, y un hogar además lleno de gente: trabajadores, personas de paso, una familia con muchos niños… el cortijo de Marchiche -o Machinche, incluso Machiche, porque por todos esos nombres es conocido entre las gentes del lugar- fue una finca grande, productiva, muy próspera, que procuró el sustento a muchas familias durante generaciones. La última que lo habitó fue la de Antonio Recio Ruiz, conocido también en el pueblo donde nació -Jayena- por su apodo, Antonio "Lagarto", que heredó de su padre, de su abuelo y de su bisabuelo. Antonio dice que no hay confusión posible: el nombre de ese cortijo es Marchiche, escrito con r; él lo sabe bien porque tuvo que escribirlo muchas veces, al rellenar los recibos de la renta por el arriendo de esos terrenos que su familia pagaba a la Unión Resinera Española, propietaria de la finca.

Antonio Recio Ruiz junto a su inseparable amigo canino, "Pancho". A su espalda, el Cerro del Águila parece vigilarlo todo

La casa original ya tenía muchos años cuando la familia de Antonio "Lagarto" se mudó allí

Vista del interior de la casa desde lo que fue la cocina. Se puede apreciar la notable anchura de los muros de piedra

Junto a las piedras caídas de los muros se pueden ver hasta tres tipos diferentes de las tejas que cubrían el tejado
El acceso al interior se encontraba en el centro de la edificación, que constaba de una sola planta; del tejado a dos aguas no queda ni rastro, aunque se ven en el suelo los fragmentos de tres tipos distintos de teja de barro con los que se cubrió. El amplio vano de piedra de la entrada se aprecia todavía; en él encajaba una puerta hecha con grandes listones de madera maciza, adornados con unos vistosos clavos de hierro en forma de flor, de los que quedan algunos esparcidos por el suelo. A la izquierda se encontraba la cocina, que tenía en la pared de enfrente una enorme chimenea cuadrada, de amplia repisa. La estancia contaba con una ventana que abría en la fachada principal. Bajo ella, un contrafuerte de piedra -que aún se mantiene en pie- reforzaba el muro para que éste no se viniese abajo. Como solía ser costumbre en los cortijos sencillos, la cocina estaba amueblada con lo justo: una mesa de madera en el centro, unas cuantas sillas pegadas a la pared y un poyete o repisa de obra, más una cantarera debajo de la ventana. Esa estancia era el corazón de la casa, alrededor del hogar, donde la familia hacía la vida por las noches, los días de mal tiempo y durante las largas y oscuras tardes de invierno.

La cocina. A la derecha se puede apreciar el hueco de la ventana en la fachada; bajo ese montón de piedras están enterrados la chimenea y el horno de piedra, que estaba adosado al muro exterior

Otra época, mismo lugar: María, Manuel y Francisco, hermanos de Antonio, sentados delante de la ventana de la cocina; detrás de ellos el horno, en pie
Enfrente de la cocina, tras un tabique con una puerta, se situaban los dos dormitorios de la casa, cada uno con su ventana a la fachada principal que daba vista a una panorámica espectacular del Cerro Cabañeros. Se comunicaban entre sí a través de otra puerta que llevaba de uno al otro, como era usual en las casas, antiguamente. Las camas, muy sencillas, eran de palo y se llamaban "chillas". A diferencia del "catre", cuyas patas se construían en forma de tijera, las chillas tenían las patas rectas; sobre ellas se extendía un colchón relleno de farfollas o hierba seca, y si no había colchón, la estructura se cubría con monte, es decir, ramaje seco que se tapaba con una manta gruesa para que no pinchase. Completaban la decoración de los dormitorios unos clavos grandes en las paredes que servían para colgar talegas, ropa, sombreros y demás complementos de uso cotidiano.

Espacio que correspondió al primero de los dormitorios; a través del hueco de la ventana se divisa la mole azul del Cerro Cabañeros, hoy semioculta por los pinos

En esta piedra Antonio dejó muchos puñados de sal para los animales

Los hermanos de Antonio montados en "Pajarillo", el borrico de la familia, que servía tanto para las faenas de la casa como de compañero de juegos
El carril que conduce al cortijo de Marchiche parte desde la Resinera y llega hasta el paraje de La Monticana. Pero no era éste el que existía en tiempos de Antonio. Al cortijo se venía entonces por dos caminos de herradura: uno salía desde Jayena atravesando barrancos y collados, y el otro subía desde el cauce del río Cebollón. Entonces los terrenos que rodeaban el cortijo estaban formados por un bosque continuo de pinos y numerosas hazas donde se sembraban distintos tipos de cultivo. Justo por encima de la casa, precisamente, crecía un grupo de pinos jóvenes -hoy siguen en el mismo sitio, enormes ya y en plena madurez- que ellos llamaban "la lomilla de los pinos reales" porque los árboles pertenecen a esa especie. Toda esa loma, que ascendía suavemente hasta la peña del Cerro del Águila, estaba tapizada por un espeso pinar mezclado con monte bajo que se parecía mucho al que existe en la actualidad.

La lomilla de los pinos reales

En esta explanada estaban los corrales construidos con "pinacho"
Algo más arriba, junto a una curva del camino que gira a la izquierda, se encuentra el terreno donde la familia tenía puestas las colmenas. Eran al menos treinta o cuarenta, y producían tanta miel que había suficiente para el gasto de la familia y hasta para vender fuera. Aún se pueden ver en algunos lugares el asiento o surco que se hacía a cada colmena para que se apoyase bien en el suelo. Muy cerca hay un pequeño barranco y una planicie contigua a él que la familia bautizó como la "majaílla de los conejos", tal era el número de esos animalillos que rondaba por allí. Había centenares de ellos; el barranco entero estaba horadado de arriba a abajo por sus madrigueras.

A la derecha, colonizado hoy por pinos y matorral, el terreno que se dedicaba a las colmenas

La parte trasera del cortijo; enfrente el Cerro del Duende, el Cerro Cabañeros, el Navachica y la Loma del Oso

Las mujeres de la casa se encargaban de cocinar grandes cantidades de comida para todos, trabajadores y miembros de la familia

Delante del cortijo se extendía una amplia haza sembrada de cereales, aunque también crecían algunos pinos dispersos que daban una agradable sombra. Algo más allá se encontraba la era, empedrada y en leve cuesta abajo, que solía ser minuciosamente recorrida por las gallinas de su madre mientras picoteaban arriba y abajo en busca de grano, gusanillos y otras menudencias comestibles. A menudo las cabezonas aves se escondían entre la maleza para poner sus huevos y luego aparecían tiempo después, seguidas por una hilera de diminutos y ariscos pollitos. De la misma manera, enormes bandadas de perdices acudían al reclamo de los campos de cereal. Enfrente del cortijo se recortaban los montes de perfil quebrado y pendiente que han dado fama a estas sierras: el Cerro Cabañeros, imponente y azul, con la altiplanicie pedregosa del Navachica detrás, y justo delante de ellos el Cerro del Duende; a la derecha, la alargada Loma del Oso, toda cubierta por un cerrado bosque de pinar que ya estaba ahí en tiempos de Antonio.

Antonio no se cansa de mirar el panorama del Barranco de Las Culebras

En el centro de la imagen, el talud al que llamaban el "tajo de la paja"

La explanada rodeada de pinos que fue la era del cortijo

El "pino del abuelo"; al fondo, el cortijo. Debajo, Antonio muestra el agujero de entrada a la colmena

Casi cada árbol guarda para Antonio un recuerdo asociado a su imagen. El "pino de la vaca", por ejemplo, era llamado así porque una vez ataron allí a una vaca para curarle una pata de la picadura de una víbora, que eran entonces muy abundantes. También anda cerca el "pino de las sartenes", enhiesto e inconfundible en la placeta a la derecha de la casa, bajo cuya fresca sombra su madre solía cocinar en tiempo de verano, "talmente como se hacen las barbacoas hoy en día". De sus ramas se colgaban las distintas sartenes que ella utilizaba, de ahí su prosaico nombre. Quedan todavía por los alrededores algunos restos de aquellas actividades: Antonio reconoce aquí los trozos de loza de un lebrillo y allí la tapadera de una olla de hierro, utensilios que pertenecieron a su madre y sus hermanas.

Fragmento de loza de un viejo lebrillo

Sobre una teja, un clavo en forma de flor de la puerta de la casa

La oxidada tapadera de una antigua cacerola de hierro

Los chortales sigue pareciéndose a lo que fueron antaño

El lugar que solía ocupar la hortaliza está tomado ahora por un joven pinar

Dos hermanos de Antonio frente a su nuevo hogar, la casita de la Unión Resinera

La vivienda en la actualidad; tampoco queda mucho ya

El cortijo de Marchiche duerme hoy, y para siempre, el sueño de los olvidados. Olvidado de todos menos de Antonio Recio, que sigue paseando por allí siempre que tiene oportunidad, narrando sus historias sobre la vida de antes en ese rincón de la Almijara. Mientras tanto, año tras año, el ciclo de la vida se perpetúa, las especies se reproducen, todo sigue en continua evolución. El paraje de Marchiche también se muestra renovado, verde y exuberante; tan sólo las casas han abdicado y se desmoronan lentamente mientras cae sobre ellas la noche definitiva, evidenciando con su desahucio que ciertos modos de vida -por desgracia o por fortuna, el tiempo lo dirá- ya no volverán.

Texto y fotografías, Mariló V. Oyonarte
Con la colaboración de José Gutiérrez Jiménez
Para saber más sobre la historia de la Unión Resinera Española:
- Historia de la Resinera de Fornes (I)
- Historia de la Resinera de Fornes (II)
Abajo puedes dejar tus comentarios. Gracias por darle al -Me gusta- y compartir este artículo en tus redes sociales:
Envíar por WhatsApp Telegram (sólo móviles)