A Baldomero y Quety en sus bodas de oro



 Dice el tango, lo que tanto les gusta bailar a ellos, que veinte años no son nada. Puede, pero espero que no diga lo mismo de cincuenta. Aunque, eso sí, en tantos momentos, no nos parezcan nada al sentir que se han pasado volando. Y, sobre todo, cuando han transcurrido formado un buen matrimonio, día tras día. Más de 18.262 días, teniendo en cuenta los doce bisiestos vividos.


 Todo comenzó, precisamente, en la costa, junto al azul mar al que se asoma la carretera que une Periana con Almayate. En un lugar que se denomina “La manganeta”- “red para cazar pájaros”-, donde, iniciado el primer verano de la inolvidable década prodigiosa, la de los sesenta, se encontraba veraneando una mozuela que, nacida en Periana, llevaba también la mejor sangre alhameña.

Por Andrés García Maldonado

 A ella, aunque perteneciente a tierra adentro, siempre le atrajo el mar, y a él, que lo tenía a dos pasos, no pareció gustarle mucho eso de zambullirse en las saladas aguas. Pero, ¿cuantas cosas comunes irían compartiendo a lo largo de sus vidas? La tita María Carmona fue lo primero que tuvieron en común, lo que hizo que aquella tarde de la reunión familiar en casa de ésta confluyesen, sin saberlo, sus destinos.

 Dicho de paso, como bien estaréis sintiendo, los padres de una y de otro, Diego y Enriqueta, y Antonio y Encarnación, hoy también están aquí, entre nosotros, en lo mejor del corazón de Baldomero y Quety y en el otros muchos más que no son ajenos a que, de aquellos grandes árboles, han salido estos excelentes troncos.

 A él, a sus veinte años, aquella preciosa chiquilla lo dejó admirado, no sé si creería en eso del flechazo, pero experimentó que, de golpe, agitaba su corazón un haz de dardos. Ella, con sus lindos dieciocho años, sí se dio cuenta del interés que despertaba en Baldomero, pero, es lo cierto, lo disimuló bastante bien. Ambos, sintieron que algo estaba pasando. También el padre de él se vino a percatar de la situación y tengo entendido que comentó al de ella que tuviese cuidado con su Baldomero, quizás por aquello de que en la familia se tenía la convicción de que los llamados Baldomero tenían tarea.

 Y por mucha atención que pusieran los buenos de Diego y Enriqueta, por aquello de nada frena al amor, cuando es sincero y limpio, las relaciones se formalizaron. ¿A qué se denominaba entonces relaciones? Pues a varios años cortejando a una mujer para, en un descuido, en un portal, en un cine, poder comenzar a intentar cogerle la mano a la chica amada. Por supuesto, no siempre el intento se alcanzaba en los primeros meses, lo que en ellas producía poner cara sería, de pocos amigos, y en nosotros coger un cabreo de muy señor mío. ¡Si el Cinéma Pérez , como los de cualquier otro lugar, hablaran!.

 Y, tras meses de invierno soportando duros fríos e inclemencias meteorológicas, subiendo en su “MVAugusta” la cuesta de Santa Ana, donde en más de una ocasión tuvo que tirar de ella para llegar al Boquete, o tragando polvo en los agobiantes días del verano por el terrizo que era la carretera de Ventas a Alhama, Baldomero cumplió y conquistó a su amor. ¡Que pedantes somos los hombres! Cuando la conquista es una de las mejores estrategias que sabéis desplegar las mujeres haciéndonos creer que somos unos adalides del amor, lo cierto es que a partir de ahí comenzáis a manejarnos a vuestro antojo.
Llegó la hora del matrimonio. Con el amor que compartían y, todo hay que decirlo, padrinos como sus, más que primos, hermanos en el cariño y el alma, Mari y Salvador -inolvidable éste ahora y siempre-, no podía salir mal. Y así comenzó todo hace medio siglo para que hoy nos encontremos dichosa, alegre y felizmente junto a ellos.

 Alegóricamente, estando en esta tierra malagueña de donde es natural y símbolo, el matrimonio bien avenido puede semejarse a una primorosa biznaga. En ella se combina lo natural con la magia de las personas para conseguir algo singular en la vida. La biznaga, inigualable y bella composición, se realiza con olorosos jazmines naturales esmeradamente colocados en un escogido armazón, formando todo ello una insólita bola. Sí, es una flor entre natural y artesanal que se consigue con entrega y trabajo y se disfruta de su belleza e inigualable aroma.

 Los jazmines del matrimonio se afianzan en su armazón a lo largo de los años. El armazón de esta unión de cincuenta años ya, en este caso, como bien sabemos cuantos nos encontramos aquí, ha estado y está constituido por dos principios esenciales. Sí, esos son, el amor a sus familias, en el significado más amplio de la palabra, y el elevado sentido de la amistad.

El amor a sus familias, el caso de Quety que, siendo hija única, es la persona que conozco que más y más buenos hermanos ha tenido y tiene: Varias decenas

 La amistad, el limpio ejemplo de toda una vida que ambos dan de ella. Todos podemos hablar de ello con inconfundible conocimiento. Quiero destacar que mi mejor amigo, teniendo la fortuna de poder afirmar que necesito las dos manos para contar los que lo son para mí como verdaderos hermanos, es Baldomero.
Mari Carmen y yo, como toda mi familia, somos testigos de excepción de lo que hablo. Además de beneficiamos día tras día, y ya son muchos años, de su afecto, también nos acogieron en su mismísima casa, hasta el punto de dejar a más de uno de sus hijos sin su dormitorio en tantos y tantos fines de semana.

 Por supuesto que, entre esos jazmines, con los que está hecha esta biznaga de cincuenta años de amor, además de los del respeto, la comprensión y tantas elevadas virtudes, ha habido también los propios de los malos momentos, sobre todo cuando seres queridos han partido para la Otra Orilla, o cuando han llegado las dificultades y los problemas, y tantas otras cosas que nos aprietan el alma y entristecen el corazón, pero son, precisamente, esos metafóricos jazmines los que hacen más fuerte e imperecedera la gran flor del matrimonio.

 No, no me olvido. Partes fundamentales, esenciales, han sido, son y serán sus hijos. Mientras iban haciendo caminar su matrimonio por Almayate, Alhaurín el Grande, Alhama, también por Periana, fueron dando vida y moldeando con amor y entrega a sus hijos: Antonio, Baldomero y Diego, que llegarón desde Málaga; Miguel Ángel, nuestro “Migue”, que parecía que no iba a venir, y lo hizo desde Granada, y, con el transcurrir de los años, Mari Carmen, desde la misma Alhama. Culminándose esta expresiva biznaga con Paula y Mario, desde nuestra Granada.

 A todo esto, antes y después, familiares excepcionales, padres, abuelos, tíos, primos y sobrinos que, en el caso de ellos, lo dicho, constituyen toda una familia donde la querencia hace que todos sean de un mismo grado y para siempre.

 Y nosotros, cuantos estamos aquí y los que a lo largo de vida han entrado en lo mejor de vuestros corazones, os felicitamos y nos alegramos de estas Bodas de Oro, por la dicha que suponen para vosotros como para nosotros, agradeciendo haber tenido la suerte de ser vuestra familia por sangre o amistad y siempre, siempre, por el afecto y cariño que nos une y nos unirá hasta la mismísima Eternidad.

 Queridos Baldomero y Quety, Quety y Baldomero, enhorabuena y que, al menos, no dejéis de celebrar vuestras bodas de esmeralda, diamante, platino, titanio y brillantes, dentro de cinco, diez, quince, veinte y veinticinco años. Aquí estaremos, de una u otra forma, todos.