Yo no quiero ser Marilyn, pero Marilyn somos todas



“Me siento como una actriz secundaria en la vida de los demás”.




 Como inicio a esa serie de actos con motivo del día de la mujer y con la presentación de Concha Díaz, técnica de igualdad del Ayuntamiento de Alhama, el martes 6 de marzo se representó en la Biblioteca de Alhama la obra “Yo no quiero ser Marilyn”.

 Escrita e interpretada por Miryam Barbero Reyes, actriz y educadora social, la pieza es un monólogo de apenas cuarenta minutos. Pero cuarenta minutos intensos, dramáticos, crudos, cuarenta minutos que dejan al espectador, incluso al que ya previamente conocía la biografía de Norma Jeane, totalmente atrapado ante esa Marilyn que decide asesinar a Norma para crear el personaje de Marilyn Monroe, en busca de eso que se ha dado en llamar el sueño americano, en su caso triunfar como actriz.

 A lo largo de esos cuarenta minutos la actriz se dirige a su terapeuta, Andy Hofman, para contarle su biografía, su orfandad, su infancia itinerante de casa de acogida en casa de acogida, sus matrimonios, a cual más desgraciado, sus primeros papeles obtenidos a cambio de “arrodillarse ante los productores” y, sobre todo, su desgarradora soledad, su imperiosa necesidad de sentirse amada más allá de ocasionales revolcones rápidos.

 Dura fue la vida de la actriz y duro y con muy pocas concesiones es el texto y la interpretación, porque de lo que se trata es de demostrar, y claramente se expresa al final de la obra, que incluso las mujeres pueden ser machistas con ellas mismas y que hay que ser consciente de eso para ponerle remedio.

 Todos somos Marilyn en algún momento de nuestra vida en lo que respecta a aceptar papeles y roles que la sociedad nos impone, a unas les toca ser Marilyn Monroe y a otros nos toca ser Joe DiMaggio (intransigentes, machistas celópatas, maltratadores) y únicamente tomando conciencia de que nadie está obligado a asumir un papel impuesto y que se puede elegir no ser Marilyn, no ser DiMaggio, se puede avanzar en la auténtica realización personal y la plena igualdad.

 Todo eso expuesto con un lenguaje claro, sencillo y con una manifiesta ternura hacia esa víctima de la América profunda, profundamente reaccionaria y machista, en los años cincuenta, en los sesenta y ahora mismo, “Yo no quiero ser Mariyin” debería ser de obligada visión en los colegios públicos andaluces para evitar, precisamente, que nuestros jóvenes, quieran ser víctimas o verdugos de nuestra sociedad.

 Durante el breve tiempo del monólogo hemos podido asistir a algo más que una actuación teatral, por mucho que esta haya sido magnífica, hemos asistido a una toma de conciencia de que a pesar de los roles que nos quieran imponer existe la libertad de decir ¡Yo no quiero ser Marilyn!








Fotos: Prudencio Gordo.