La Residencia de Estudiantes, espejo de una gloriosa generación

 

La Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones, creada en 1905-1907, venía desarrollando una importante labor cultural en España, pues tocaba todas las ramas del saber.

María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora

 A ella pertenecían las grandes figuras del momento en las ciencias y las artes, hombres como Santiago Ramón y Cajal, premiado con el Nobel por sus descubrimientos científicos, y como Ramón Menéndez Pidal o el doctor Achúcarro, convertido en una primera figura en la vida cultural de Madrid, tras una labor de preparación científica como neurólogo y psiquiatra en Munich y Washington. A dicha Junta se le encomendó la fundación de una Residencia de Estudiantes que tuvo su inicio en octubre de 1910, en el nº 14 de la calle Fortuny de Madrid, con sólo 17 plazas. Cubría una gran necesidad educacional y tuvo tan buena acogida que al año triplicó el número de plazas y a los dos años alojaba nueve veces más el número de estudiantes. En otoño de 1913, coincidiendo con la estancia de Juan Ramón Jiménez en Madrid, la Residencia que ocupaba los números ocho al catorce de la calle Fortuny, acogía ciento cincuenta estudiantes entre los quince y los veintiún años de edad. Menéndez Pidal era el presidente del Patronato de la Residencia, Achúcarro, uno de sus miembros y Alberto Jiménez Fraud, el director de la Residencia. Ésta ocupaba in complejo de viviendas y jardines con pabellones para bibliotecas, laboratorios, comedores, salas y campos de recreo, encarnando asimismo un concepto de educación muy adelantado: servía de vivienda estudiantil y lugar de la Sociedad de Conferenciantes Españoles, proveyendo alojamiento y educación excepcional a los ocupantes, que vivían en contacto directo con los patronos y los conferenciantes en un ambiente tanto humano como científico.

 La Junta organizaba en el período vacacional cursos para extranjeros que deseaban familiarizarse con la lengua y la literatura hispánicas. El programa consistía en conferencias que pronunciaban personalidades de la talla de Federico de Onís, Américo Castro, M. Pidal, Benavente, Díez Canedo o Bartolomé Cossío.

 El Instituto de Señoritas (Institute for Girls), dirigido por Susan Huntington, funcionaba en armonía con la Residencia de Estudiantes y estaba a su lado. Jóvenes de ambos sexos se relacionaban y compartían vivencias e inquietudes intelectuales. Fue precisamente durante un programa de conferencias donde Juan Ramón conoció a Zenobia de Camprubí, que más tarde se convertía en su esposa.

 En la Residencia convivieron pintores, poetas, escritores, cineastas, genios de la corriente surrealista en boga en el momento; se fraguaron amistades y compartieron un auténtico cúmulo de entusiasmos y aspiraciones donde se advierte el enlace con la vanguardia, la unión de promociones francesas y españolas unidas por un intento de originalidad, mediante lo cual España parece llenar la laguna que la separa del resto de Europa.

 Solían frecuentar el café Gijón, ese emblemático lugar por donde pasaron las figuras más resonantes de la intelectualidad de la época: Jiménez Fraud, el pintor Javier Winthuysen, Américo Castro, Pedro Salinas, lector de español en la Sorbona a punto de terminar el doctorado en Letras en la Universidad de Madrid; el joven poeta malagueño José Moreno Villa, cuyo primer libro de versos, “Garba”, publicado en 1913, entusiasmó al vate de Moguer; Rafael Calleja, para cuya firma, Zenobia, la esposa de Juan Ramón Jiménez, escribiera algunos cuentos y donde el propio poeta realizase una edición completa de “Platero y yo”.



 En 1919, Lorca se instala en Madrid en la Residencia de Estudiantes, donde permanece, durante los períodos de clases, hasta 1928. Jorge Guillén había vivido en dicha Institución hasta 1913, en que obtuvo la Licenciatura en Filosofía y Letras. Es un ciclo de intensa actividad artística e intelectual y de intercambio amistoso. Repetidas veces se ha escrito sobre Lorca como principal animador dentro del ámbito incitante de la Residencia. Y donde se inician sus relaciones con otros escritores y artistas de su generación. Un episodio decisivo en este aspecto es la temporada que pasa en Cadaqués, en casa de Salvador Dalí, con quien Federico convive íntimamente en la Residencia de Estudiantes. También anda con ellos Luis Buñuel, futuro adalid del cinematógrafo. Las aficiones a la pintura (animaba sus cartas con dibujos) y a la música del poeta granadino obedecen a su propio impulso creador. Lorca emulaba a su vecino Falla, a quien enamoraba también la música popular. Rafael Alberti evocaba aquellas tardes “vividas” en la Residencia: “Tardes y noches de primavera o comienzos del estío pasados alrededor de un teclado, oyéndole subir de su río profundo toda la millonaria riqueza oculta, toda la voz diversa, honda, triste, ágil y alegre de España”.

 Todo lo que ese grupo generacional vivió en la Residencia, parece crecer y multiplicarse en un fluir no interrumpido de anécdotas, cartas y dibujos, empeñados, al parecer, en dejar testimonio de un grupo de jóvenes para quienes la tarea de vivir parecería haber sido tan importante, al menos, como la de escribir.

 Es evidente que, entre las numerosas evocaciones de Federico García Lorca, en su momento humano e histórico, tal vez las más vivas sean las de sus compañeros de grupo. Toda una rememoración de esos años de la Residencia de Estudiantes, de la vida literaria de cafés y de tertulias. Nostalgia de aquellos días. De amigos con una comunidad de afanes y gustos. Sentados en torno a mesas más amistosas que intelectuales. Mediada la comida, ya era Federico el centro de la conversación con su tiroteo y gracia verbal. Alberti era el más joven, pero poseedor de una perfecta maestría. Dámaso Alonso, no hijo de la ira, sino de la alegría se divertía junto a Federico. Gerardo Diego, Salinas…Todos compartían gratísimos momentos de mesa y sobremesa. Sin olvidar a los tres ausentes, en ocasiones, de aquellas reuniones en Madrid: Cernuda, Prados y Altolaguirre. Cuántos poetas, pero ¡qué diferentes! Federico siempre aparece como rector de aquellos ágapes de amistad y poesía: Aleixandre, Pablo Neruda, Salinas, Guillén, Altolaguirre, Cernuda… Todos amigados en unidad de generación, aunque sin programa común, sin línea de partido literario. Esa generación de jóvenes poetas se aunaba en comunidad vital. Salvador Dalí, Pepín Bello. Y un torero, Ignacio Sánchez Mejías, conjunción de literatura y toros y una de las mentes más preclaras de su tiempo y cuyo fatal destino inspirase a dos insignes poetas andaluces sus famosas elegías: “El Llanto” y “Verte y no verte”.

 Qué admiración y qué nostalgia sentimos al remover nuestra memoria histórica, al recordar aquellos años gloriosos de la cultura española. Aquel Madrid (1898-1936), con encanto de Corte y aire de ociosidad. Cuántas figuras de las artes y de las ciencias: Ramón y Cajal, Juan Ramón Jiménez, Menéndez Pidal, Valle Inclán, Unamuno, Machado, Hernández y Picasso y Gris…

 Moreno Villa afirmó: “En suma que Madrid hierve, (…). Todo, todo un enjambre… ¡Qué maravilla! Durante veinte años he sentido ese ritmo emulativo, y he dicho: Así vale la pena de vivir. Un centenar de personas de primer orden trabajando con la ilusión máxima, (…) ¿Qué más puede pedir un país?