Tragedia en Riga: El suicidio de Ganivet



Ángel Ganivet abandona Helsingfors y se va a vivir a Riga, donde asume el puesto de cónsul el 10 de agosto de 1898. Es tal el estado de postración en que se encuentra a su llegada a Riga que sólo gracias a su profundo estoicismo puede contemplar el mundo desde una perspectiva distante y sarcástica.

María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora

 El escritor, desde Riga, recuerda con nostalgia el bosque de Brunsparken en Helsingfors, su anterior destino, donde ha vivido los años más interesantes de su vida. Por ello, tras recorrer toda la ciudad, se instala en Hagemberg, donde alquila una casa situada cerca de un bosque de pinos que le recuerdan a Brunsparken. Ganivet elige para vivir el lugar más pintoresco de la ciudad, idóneo para el silencio de los filósofos y la contemplación de los místicos, sólo con el inconveniente de que tiene que atravesar el río para ir a la ciudad.

 Pronto abandona Ganivet su primer domicilio para instalarse en casa del barón von Bruck, cónsul de Alemania en Riga. Por entonces, Ganivet comienza la redacción del drama místico “El escultor de su alma”, con la ilusión de que se estrenara en Granada, en las próximas Navidades. También desde Riga, Ganivet dirige la distribución, en Granada, de su segunda novela “Los trabajos del infatigable creador Pío Cid”, así como de las “Cartas Finlandesas”. En aquellos días previos a la muerte del escritor, recibe noticias del éxito del “Idearium español”. Ganivet ya está teniendo fama internacional y se encuentra en una etapa de plenitud creadora. Sin embargo, ¿qué pudo ocurrir para que pocos días más tarde Ganivet se hubiese suicidado?

 Ya a primeros de noviembre, Ganivet manifiesta en su correspondencia familiar que es víctima de unas ideas obsesivas, de unas manías persecutorias que le perturban el ánimo. Tras la euforia de unos meses antes, cuando sentía un ansia de creación, enviaba colaboraciones a los periódicos y revistas, se ilusionaba con la representación escénica de “El escultor de su alma” y planeaba nuevos libros, le sobreviene ahora una etapa de profunda depresión. Quienes mantienen aquellas últimas semanas relación con el escritor se dan cuenta de su estado de agitación y postración. A penas come, fuma sin parar y las noches de insomnio se suceden. Al anochecer, Ganivet se va a la calle a pasear durante horas. Por indicación de su amigo el barón von Bruck se pone en manos de un médico, el doctor Ottomar, para que le ponga un plan de recuperación. Dicho doctor dictaminó que Ganivet padecía parálisis general progresiva, reflejada a su vez en frecuentes estados de manía persecutoria, a los que antes se aludió.


Ángel Ganivet

 Entre los numerosos motivos que pudieron conducir al escritor a tan penoso estado, diversos biógrafos coinciden en que una situación de celos de los que a menudo se venían repitiendo provocado por su amante, Amelia Roldán, pudo ser, entre otros muchos, un importante factor desencadenante. La reacción de Amelia fue la de viajar a Riga para reunirse con Ángel y desmentir todo tipo de rumor que pudiera haberle llegado. Amelia Roldán sale de Madrid el 22 de noviembre para llegar el 29 a Riga. En las circunstancias que se han descrito anteriormente, Ganivet recibe la noticia de la inminente llegada a Riga de su amante y su hijo. Por otra parte, algunos biógrafos se preguntan si la relación de Ganivet con el vicecónsul de Rusia en Gibraltar, don Luis Powers, tuvo que ver con el trágico final del escritor, hecho que se desprende de una carta que dicho señor envió a Ganivet, dos días antes de su muerte, disculpándose por no poder acceder a la petición del escritor a que acudiese a su casa, invitando a éste a que lo hiciese al hotel donde se encontraba. Las hermanas de Ganivet no descartan la posibilidad de un crimen, considerando sospechoso a Luis Powers, pues los fuertes estados de agitación sufridos por su hermano, al parecer, coinciden con las frecuentes visitas que el escritor recibe del citado señor.

 De otro lado, un hecho que también resultó extraño en la conducta de Luis Powers fue su repentina marcha de Riga al día siguiente de la tragedia, no sin antes escribir una carta de despedida a Ganivet como si no se hubiese enterado de nada.


Imagen de la llegada de sus restos mortales a Granada en abril de 1925.

 Evidentemente, entre otros de los múltiples factores que pudieron influir en tan fatal decisión, habría de tenerse en cuenta el trágico vacío espiritual y religioso en que se encontraba el escritor. Un hombre que, marginado desde niño de las cosas de Dios, tal vez, deseara llegar a Dios y que Dios llegase a él como un asidero al que aferrarse, pero ese encuentro nunca se produce. Lo cierto es que el 29 de noviembre, Ganivet sube como todos los días al vaporcito para ir a la ciudad. Son las tres de la tarde. De pronto, cuando el vapor va hacia la mitad del río, el escritor se arroja al agua pero logran arrebatarlo con vida y, en cubierta, aprovecha un instante de descuido para intentarlo de nuevo. En este segundo intento Ganivet cumple su propósito suicida. En España era martes, 29 de noviembre de 1898. A esa misma hora (4 de la tarde) y ese mismo día, descienden de otro barco Amelia y su hijo y se dirigen al consulado español de Riga en Hagemberg. A las diez de la noche acude al consulado el doctor von Hacken, comunicando la trágica noticia a Amelia Roldán. El año del desastre nacional coincide con la tragedia particular del hombre Ganivet que acabó con su vida en las aguas del Dwina, aquella tarde del 29 de noviembre de 1898. Todos los periódicos que por el mundo nórdico informan sobre el desastre sufrido por España ante la pérdida de las colonias ultramarinas, dan cuenta también del trágico suceso de Ángel Ganivet. El suicidio de Ganivet, pese a numerosas especulaciones, al parecer, fue producto de una profunda crisis depresiva, donde se dan cita numerosos factores: preocupaciones personales íntimas, nacionales políticas, de ultramar…, en los que el escritor se viene ahogando desde hace tiempo. Mas el desequilibrio mental de Ángel Ganivet parece arrancar del suceso trágico ocurrido en un pueblecito francés en 1894. La muerte de su hija Natalia, de apenas dos meses, hunde emocionalmente al escritor que le lleva a desenterrar el cadáver de su hija, a no probar desde entonces la carne, a desconfiar de Amelia y a caer en un profundo vacío existencial.