Lorca y los primores de lo vulgar


 
Azorín ensalzaba “los primores de lo vulgar”, los primores de las cosas sencillas, donde se encuentra la grandeza de lo natural y de donde brotan las más puras y auténticas esencias del corazón del hombre.

María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora

 Esta verdad azoriniana toma cuerpo de realidad en la vida y en la obra del poeta granadino, un andaluz total, amante, desde su niñez, de ese universo próximo, doméstico e inefable. Lo que en su retina queda impresionado, en seguida lo canta, lo sueña y nos lo da en unas imágenes líricas donde se cumplen la sencillez y la capacidad-inenarrable-de inducirnos al ensueño. Después de Bécquer nadie ha conseguido este poder inductivo a la fantasía. Según Guillermo de Torre, a la inventiva de Federico se unía el “candor y el vigor”. Pero de sus condiciones hay una que sin duda sobresale: su desbordante alegría. Los que le conocieron decían que “desbordaba simpatía”, que el ambiente “era todo Federico”. Aunque él mismo solía decir “me va molestando un poco mi mito de la gitanería” y temía que le consideraran como “un poeta salvaje”. Ha sido, sin embargo, su “gitanismo”, su inspiración en el “cante jondo”, lo que hizo impacto en la sensibilidad popular. Su genialidad, si no hubiera sido de raíz popular, nunca hubiera llegado a la gran mayoría. La Andalucía lorquiana está casi exclusivamente afinada en el cante jondo. De todo el cancionero popular español es el flamenco quien nos acompaña, tanto en la alegría como en la tristeza. Como él mismo decía:”Procuro armonizar lo mitológico gitano con lo puramente vulgar de nuestros días y el resultado es extraño, pero creo que de belleza nueva”. Así sus poemas rezuman esa extraña mezcla de misterio y claridad, de enigma y sencillez, caleidoscopio musical del alma antigua.

 Según Vicente Aleixandre, a Federico se le puede comparar con un niño, con un ángel o con una roca. Dice: “los que le amamos y convivimos con él, vimos siempre el mismo, único y, sin embargo, cambiante, variable como la misma Naturaleza”. Jorge Guillén calificó a Federico como “criatura extraordinaria”. Esa magia con que envolvió los primores de las cosas sencillas, le concedió una especie de poder encantador, primero a los que convivieron con él y más tarde a la ingente legión de los que con avidez leían su obra.



 Pero, no todo era alegría desbordante en el poeta. Buscaba la soledad para oír el latido de su conciencia dolorida: “me duele la tierra y los hombres, la carne y el alma humana, la mía y la de los demás que son uno conmigo”. El máximo valor de su poesía y de su teatro radica en ese saber ahondar en las raíces, en el sentir de la mujer popular- todo un paradigma de virtudes y defectos-que la universalizan. Su teatro es una sublime belleza de ricas sugestiones. Los críticos han proclamado el valor inconmensurable que, el carácter de “Doña Rosita la soltera” poseía, como reflejo de las virtudes inmarcesibles de la mujer española; y en “Yerma” hallaron una intuición tal de la tragedia de la mujer estéril, un sentido biológico tan genial en uno de los aspectos más importantes de la frustración matrimonial, que, sin duda, ha constituido uno de los motivos de la universalización de este poeta. Su Romancero popular ha sido leído, recitado y aprendido por todo aquél que lleva dentro de su alma una sensibilidad para la contemplación de la Naturaleza, de esa grandeza universal, camino de ascensión a las altas regiones del espíritu.

 Lejos del recuerdo de la tragedia personal que traspasó fronteras y de lo que las pasiones políticas hayan pretendido aprovechar, resonarán para siempre en nuestras conciencias esa palabra única e irrepetible que ha hecho vibrar los corazones de tantos amantes de la literatura.