Alhama, embrujo poético



Alhama es una ciudad retraída a precisos límites y calculada soledad, desnuda de moros y anécdota épica, llena sólo del fulgor permanente de su propia hermosura, lúcida y preciosamente degustada para el poeta. La poesía y el misterio se nutren en esa tierra y al mismo tiempo trascienden al mundo, se universalizan.

María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora

 ¡Qué fácil resulta escribir con el amor surgido de la memoria de la melancolía! Sólo a partir de este fundamental conocimiento del secreto poético de Alhama, con su esencial aspiración a lo universal, se puede entender que de su tierra germinara como las plantas, esa pléyade de hombres ilustres que han sabido proyectar lo local a lo universal. Los sucesos reales junto a los ingredientes ambientales de carácter, costumbres y habla, y ese orientalismo tradicionalmente sentido como alhameño, son reelaborados de tal modo que de Alhama dieron, más que su historia su intrahistoria, es decir, lo hondamente permanente, aquello que revela la vinculación alhameña con Andalucía, España y, en definitiva, con el mundo.

La lección primaria que un poeta puede recibir de Alhama es su luz, irradiando una hermosura que, casi imperiosamente, determina la urgencia de crear belleza

 Mirar, mirar la belleza de Alhama, desde una ventana o en melancólicos paseos solitarios, catando músicas, aguas, atardeceres para regresar con el alma florecida de ese verdor que la ciudad vierte en los aires, tejados y campanarios de sus iglesias. Encanto para los ojos y sutilezas para el alma.
 
 Ciudad donde se duerme con esos inefables silencios en los que sólo canta el paisaje. Del monte nacen cascadas infinitas que se precipitan sobre la ciudad. Y el aire de la sierra baja llevándose las eternas sinfonías de las campanas de la iglesia.

 Estas melancólicas memorias me provocan como un caleidoscopio musical que mostrase todo el estímulo sensorial que provoca el paisaje alhameño. Aires, aguas, sonidos y luces de Alhama. Es el esquema ético y estético de la ciudad. Faz moral de un pueblo a través de su naturaleza. Remolino de cuestas y calles estrechas que evocan con su embrujo tiempos lejanos, extraños senderos de misterio. Por estas callejas se vislumbran cerros dorados, murallas árabes. Todo ello lleva a la calificación de una Alhama llena de evocaciones orientales y gitanas, seductora y pasional. Escenarios legendarios donde el agua canta el embrujo misterioso de un dramático atardecer. Alhama sometida al nocturno imperio del duende que se expresa con guitarras, y desesperados cantes.

 Calles silenciosas con hierbas, con casas de hermosas portadas, de salas con grandes sillones y urnas con vírgenes de lánguida mirada que contemplan extáticas el lento e incesante chisporrotear de una palmatoria, casas en que vivieron gentes de rancio abolengo, de rejas engalanadas, de cornucopias, de pianos que sonaban al atardecer, de amplios salones húmedos con olor a cuarto cerrado y a mantones de manila.

 Para la melancolía el atardecer eterno de Alhama, definitivo matiz sentimental que crea el poeta en los momentos finales. Es el adiós a todo un mundo añejo, a un diminuto orbe alhameño de vitrinas con abanicos e imágenes de elegante religiosidad sobre consolas que encierran olorosa ropa blanca. Cae el día y todo ello con él. Se ha levantado aire, hay una dulce penumbra de atardecer. Y esto es Alhama para mí, un recuerdo de emociones pasadas. Una armonía de viejas emociones. Melancolía.

Foto: Jorge Velaco.
Plaza de los Presos de Alhama, vista nocturna.