Doy mi voto a Guillermo Brown



Hay días en los que tiendo al transcendentalismo, a tomarme la vida demasiado en serio y, sobre todo, a tomarme a mí mismo demasiado en serio.

 Naturalmente esa actitud es altamente nociva para la salud, propia y de quienes me rodean, de modo que en cuanto siento los primeros síntomas del arrechucho, una cierta irritabilidad y desasosiego injustificado, acudo presuroso a las terapias alternativas que reducen la malafollá a límites aceptables y escasamente molestos para quien tiene que soportarla, diluyen el transcendentalismo hasta hacerlo desaparecer y, sobre todo, hacen que deje de tomarme demasiado en serio a mí mismo. Afortunadamente los posibles remedios para estos casos son fáciles de encontrar y no van más allá de una buena y larga conversación con algún amigo, la lectura, una lectura adecuada o un largo paseo por los alrededores de Alhama.

 Igual que toda persona de cierta edad tiene un surtido de medicinas en reserva, para los distintos alifafes que la edad trae consigo, tengo una reserva de libros y autores, o de tipos de lecturas que vienen bien a cada caso. En el caso de la trascendentalidad, palabra no recogida en el diccionario, pero que en contextos en los cuales la palabra malafollá pueda resultar inadecuada, podría suplirla, acudo a la lectura de los relatos de Guillermo Brown en los cuales su autora, Richmal Crompton, pone en solfa, en su segunda definición, a la sociedad inglesa, las distintas sociedades inglesas que vivió en su larga vida.

 Y me sorprende ver como aquellos personajes ridículos de los relatos de Guillermo se pueden ver incluso en la España de ahora mismo. Si Guillermo y sus proscritos representan a los niños en toda su natural infancia, es decir son groseros, maleducados, sucios de tierra, barro, y toda clase de elementos con los que un niño que juega en la calle puede toparse, los niños de la banda de Humberto Lane, los “enemigos” son todo lo contrario: siempre limpios, repeinados, repipis y repelentes. La autora de estos relatos llenos de humor y crítica también, ridiculiza casi todos los aspectos de la Inglaterra de los años veinte, escritos desde 1922 hasta casi los años setenta la acción siempre trascurre en los años veinte y Guillermo siempre tiene doce años.

 La Inglaterra que aparece en esos relatos se parece a esta España de nuestros tiempos en una cosa y es en que representa una sociedad idílica, de pueblos de la campiña ideales, del mismo modo que Rajoy vive en una España de empleo, progreso, trabajo, y toda suerte de bendiciones. De igual forma, en los relatos de Crompton aparecen toda suerte de personas mas o menos estrafalarias (estrafalarias a los ojos de un niño de doce años) que, en nuestros días podrían encajar en determinadas realidades políticas que se disputan el electorado. O, dicho claramente y sin eufemismos, prácticamente todos los actuales candidatos resultarían altamente ridiculizables por la pluma de una autora capaz de hacer simpático al lector a alguien como Guillermo, a quien nadie querría por vecino, pero que disfruta de la complicidad de quienes siempre hemos preferido los pieles rojas a los colonizadores, lo cual es, en toda regla, una forma de compromiso desde la más tierna infancia y supone un cierto toque de rebeldía, que nada tiene que ver con hacer el indio, como lo ha lo han hecho, de una u otra forma casi, digo casi, todos los políticos de cierto renombre que nos representan o, en todo caso, a los que hemos votado.

 La lógica absoluta de Guillermo y sus compañeros de fechorías, da la vuelta a las situaciones más serías, reduce al absurdo las pretensiones de seriedad de la sociedad adulta que ignora que en los bosques y jardines cercanos hay “grandes extensiones de terreno sin explorar, donde nadie ha puesto nunca el pie, y tribus sin explorar también, si alguien se molestase en buscarlas”.

 Y eso es lo que exigiré a quienes nos van a representar y gobernar en el gobierno que salga de las urnas o de los pactos después de las elecciones, que se atrevan a explorar otras políticas, otras formas de gobernar porque lo que está claro es que las que ahora mismo se están llevando a cabo no están funcionando. No al menos para la gran mayoría de los habitantes del mundo.