La ley del silencio

 Sin llegar a los extremos de la omertá siciliana (el que habla, muere, el que calla vive), la ley del silencio está firmemente establecida en nuestros usos y costumbres de ácratas vocacionales.

 A nosotros, los españoles, lo que nos motiva es la acracia, la ausencia total de estado y, ante la imposibilidad de esta utopía, nos conformamos con tocar a esté donde más le duele, en la economía. Tendemos a identificar al estado con el gobierno lo cual explica, aunque no disculpa esa tendencia a ignorar las más de las veces cosas como las facturas , IVA incluido, los contratos legales y registrados, los derechos laborales y otras cuestiones análogas. De este estado de cosas, todos, en mayor o menor medida somos cómplices, unas veces involuntarios, otras forzados incluso. “Esto es lo que hay, lo tomas o lo dejas”, “si no te conviene, tiramos de lista, que hay gente de sobra”. Y quien tiene familia que mantener o a la cual ayudar, doblega la cerviz y pasa por el aro del trabajo sin contrato, sin derechos y con jornal insuficiente. Que a la fuerza ahorcan, oiga. Y quien puede permitirse exigir trabajo digno y rechazar el indigno queda estigmatizado como persona conflictiva, con lo cual las más de las veces no tiene otro camino que el de dejar su tierra de nacimiento y buscar en otras lo que la suya le niega.

 También puede ocurrir que se calle, la ley del silencio, porque, en palabras de un antiguo, que no viejo, amigo, “PERO QUIEN LE PONE EL CASCABEL AL GATO”, si resulta que conoces al empresario, al hijo, si es vecino tuyo, o es pariente de, pues dices hasta luego y con la esperanza de volver más pronto que tarde, Este antiguo amigo, por cierto fue compañero de Radio Alhama y hoy está fuera de su tierra. Habla de lo que sabe.

 Bien es cierto que no siempre se actúa de mala fe y que no son pocas las veces en las que tanto empresario como trabajador se ven forzados a actuar de manera no siempre rigurosamente legal al verse obligados a elegir entre las leyes humanas o las naturales que imponen proporcionar alimento a la prole, a ser posible a diario.



 Y lo que resulta de todo esto es un capital de 40.500 millones sin declarar, según fuentes del Sindicato de Técnicos de Hacienda (GESHTA) sólo en Andalucía. Lo cuenta ideal aquí.

 Cierto es que ante la conducta de algunos, subrayo y repito lo de algunos, políticos y sindicalistas que acaparan sueldos, sobres y sobresueldos, la ética se resiente, el pensar que todos lo hacen, que otros roban más, el apelar a esa vieja escuela de defraudadores que es la llamada picaresca española parece casi natural y una forma de defensa, Pero no lo es. Afortunadamente incluso con este clima moral que respiramos aún existen gentes emprendedoras y trabajadoras que no solo cumplen la ley, sino que incluso anteponen la ética, que siempre suele ser más rigurosa que la propia ley. Esto es lo que hace que esos 40.500 millones sumergidos supongan “sólo” el 29,2% del PIB andaluz. Es mayoría el porcentaje de andaluces que cumplen la ley.