Reina por un día (o por una feria)



Somos herederos de la cultura grecolatina que fue especialmente adoradora de la belleza, tanto femenina como masculina; no es raro, por tanto, que ese ideal subsista en nuestros días en todos los ámbitos de la vida.

 Resulta, por tanto habitual que en festejos populares se elija a la reina de las fiestas, o que en discotecas y otros lugares análogos se utilice el cuerpo femenino como atracción y reclamo. Lo cual me lleva a plantearme la ética de tales comportamientos, especialmente cuando son auspiciados por los poderes públicos. Es un hecho que una buena presencia física facilita la vida a sus afortunados poseedores y esto no es criticable en absoluto, lo que me cuestiono es que desde instituciones públicas que se supone que deben ser ejemplares, en el sentido de servir de ejemplo y modelo al resto de la ciudadanía, se potencie la belleza especialmente femenina sobre otros méritos para la elección de la reina de las fiestas. En alguna mirada anterior, ya manifesté mi opinión de que todos tenemos derecho a la diferencia. Los modelos estéticos que se nos proponen como ideales, por la publicidad sobre todo, son totalmente ajenos a lo que se ve en la calle en la cual existen felizmente integrados gente con sobrepeso con personas flacas, altas y bajas, feas y guapas, inteligentes y menos inteligentes, trabajadoras e indolentes... La calle, que refleja la vida real, es variedad.

 Por tanto el criterio de la belleza física para la elección de la reina es injusto. Un poco de sobrepeso, o una extremada delgadez, o no ser guapa, por la razón que sea que sea, harán que muchachas de excelente expediente académico, trabajadoras ejemplares o especialmente solidarias y comprometidas con su pueblo, pongo por ejemplo, nunca sean coronadas reinas.

 Tampoco tengo muy claro la necesidad de que unas fiestas cuenten con una reina o un rey (o mister para los que utilizan anglicismos innecesarios), pero si es que hay que elegirlos propongo que se proclamen reyes a los de mejor expediente académico, a la gente más capaz y trabajadora y si, por natura, esa gente además es guapa, nada que objetar.

 Lo que me parece carente de ética es, insisto, que Ayuntamientos se presten a anteponer la belleza física sobre otros criterios porque un ayuntamiento, que es la casa de todos, no puede comportarse como una empresa privada, o mejor dicho, puede hacerlo, pero no es éticamente aceptable que lo haga.

 Los poderes públicos deben servir de modelo para el resto de la gente y, por tanto, como la mujer del Cesar, no solo deben ser honrados sino que además deben parecerlo.

 Tal vez empezando por las cosas más simples y sencillas algún día consigamos que esta pretensión mía de ejemplaridad institucional no haga sonreír a la gente comentando mi ingenuidad. Y valorar a la gente por lo que es y lo que hace, y no por una prestancia física espectacular, es un buen principio para andar el larguísimo camino que nos separa del ser al deber ser. De lo que hay a lo que debería haber.