Luchando por la paz



No es que quiera enmendarle la plana a César, o al primero que pronunció esa frase.

 Pero si quieres paz debes prepararte para la paz; o en todo caso, para batallar contra ti mismo en una guerra para alejar de ti los odios, iras, rencores, resentimientos y otras afecciones que lastiman el alma, el espíritu o la mente. O como prefieran llamarlo.

 Vale la pena ser buena gente, vale la pena luchar por la paz, pero no resulta sencillo ni mucho menos. Todos tendemos a dejarnos llevar por la ira y mentarle la madre al árbitro que ha penalizado injustamente al Granada, al Sevilla o al Betis (creo que es el Betis); o, en el caso de la larga o tediosa conducción de casa al trabajo, a esos conductores que con su falta de pericia nos incordian. Seguro que cada cual puede elaborar una larga lista de situaciones o personas capaces de sacar lo peor de nosotros mismos. Pero dejarse llevar es causa de más sufrimiento para nosotros mismos. Literalmente. Las descargas de adrenalina que preparan al cuerpo para la lucha o la huida, en caso de lucha o huida son beneficiosas, pero en la vida cotidiana resultan tóxicas en exceso.

 Pocas de las personas que recitan mecánicamente el Padrenuestro se paran a reflexionar en el profundo significado espiritual de esas pocas frases, en las que confiamos en el Creador los creyentes, en el Todo, el Dao, Brahma para otras espiritualidades, “hágase tu voluntad”, en las que pedimos el perdón de nuestras ofensas y nos comprometemos a perdonar a quienes nos ofenden. No se necesita mucho más para ir por la vida sin ofender a nadie y sin dejar que las ofensas de otros nos agravien en tal grado que no seamos capaces de perdonarlas.

No puede haber paz dónde falta pan, libertad o la seguridad de andar libremente por la calle a las horas que quieras
 Lógicamente en este perdonar universal que propongo, no entran los delitos graves, las injusticias sangrantes ni los abusos a la gente más desfavorecida. Contra eso la beligerancia debe ser total, pero una beligerancia por las vías pacíficas y legales que los derechos de los ciudadanos recogidos en la constitución otorgan. Una constitución que ahora puede resultar deficiente, pero que, en su momento, era mucho mejor que El fuero de los Españoles, ley fundamental con la que el Estado Nacional Católico tuvo a bien, en 1945, regalar a sus súbditos los derechos que en la práctica restringía.

 No puede haber paz dónde falta pan, libertad o la seguridad de andar libremente por la calle a las horas que quieras, vestido o vestida como mejor te cuadre y por donde prefieras. Ese “luchando por paz” del título de este artículo/discurso que escribo aceptando la tarea que me puso una amiga, ese “luchando por la paz” del poema “Campo de amor” de Blas de Otero. Significa exactamente esa actitud respetuosa con los demás, pero beligerante contra toda injusticia y opresión.

 Por lo demás, una buena y correcta higiene, seguir las reglas de la urbanidad, y, sé que me repito, la empatía son buenas armas para esa lucha para la paz, ese batallar contra uno mismo para doblegar la ira, el egoísmo, el odio, el resentimiento y toda clase de malas hierbas que hay que desbrozar de nuestra alma para que ese campo de amor sea fecundo en frutos.

 Frutos como el respeto al que no es como tú, y el entendimiento de que todos tenemos el mismo derecho al acceso a la salud, la educación públicas y gratuitas de calidad y a poder gozar de las posibilidades reales de desarrollar el proyecto de vida elegido. Ese es el principio, el desarrollo de esas posibilidades para poder batallar en lo que los musulmanes llaman “Gran yihad,” la lucha espiritual para ser mejor persona. Y los más modernos, y laicos, alcanzar la mejor versión de ti mismo. Objetivo muy difícil de alcanzar cuando faltan las cosas más esenciales para una vida digna y decorosa.

 Y, sobre todo, hay que tener en cuenta que esa es una lucha personal, pero también colectiva y en la cual sé que no estoy solo. Que no estamos solos.


Blas de Otero: «Campo de amor»

Si me muero, que sepan que he vivido
luchando por la vida y por la paz.
Apenas he podido con la pluma,
apláudanme el cantar.
Si me muero, será porque he nacido
para pasar el tiempo a los de atrás.
Confío que entre todos dejaremos
al hombre en su lugar.
Si me muero, ya sé que no veré
naranjas de la china, ni el trigal.
He levantado el rastro, esto me basta.
Otros ahecharán.
Si me muero, que no me mueran antes
de abriros el balcón de par en par.
Un niño, acaso un niño, está mirándome
el pecho de cristal.

Del libro: «Que trata de España»- 1964.