Tomarnos Andalucía en serio



Creo que ya tiene una edad como para vestirla de largo y tomarla en serio.

 Hay que quitarle el traje de faralaes, o de gitana, el clavel del pelo o de la boca, la sal, el arte, y toda esa pesadísima rémora que carga esta tierra que damos ahora en llamar Andalucía, pero que en otras épocas fue la Hispania Ulterior y Al Ándalus. Mucha historia, resumida en sólo dos nombres, para que vengan los de siempre a tomar el nombre de Andalucía en vano, o como excusa para sus monólogos bien pagados. Que nos proteja Dios de los que denuestan Andalucía; pero sobre todo que nos proteja de los que la defienden oponiendo tópicos a los tópicos, lugares comunes a los lugares comunes y burricie a la estulticia. Aclaro que me vengo a referir a los que abundan en tópico de que aquí hay, o hubo muchos poetas y escritores, lo cual no fue impedimento para que crecieran varias generaciones de niños que llegaron a la edad adulta analfabetos totales o funcionales. Lo que prácticamente obligó a que la Junta de Andalucía iniciase el plan de Escuelas de Adultos. Pero es que además todos los autores andaluces han escrito o escriben en el mismo español o castellano, las dos variantes son correctas, el que escribían Miguel Delibes, Jorge Luis Borges o Guiconda Belli, por poner algunos ejemplos de gente que se expresaba, o se expresa en la lengua común que tenemos la suerte de leer y escribir. Lo de hablar ya es otra cosa y estoy por decir que existen más de cuatrocientos millones de hablas españolas, si aceptamos que cada hablante usa las expresiones, localismos y acentos propios de su lugar de origen y, sobre todo de aquel que hablaron sus padres, siendo él un tierno infante.

 En Andalucía hay muchos escritores y, también muchos niños pobres y es tarea de los poderes públicos posibilitar que sus padres puedan ponerles medio pan y un libro, creo que aquí cito a Lorca, si me equivoco que alguien me corrija. Y que pueda llevarlo a una escuela digna dónde le enseñen a leer, escribir y pensar en la lengua de Cervantes, para que, si se da el caso de que tenga que salir a trabajar fuera de aquí, lo puedan entender en cualquier lugar. No es cuestión de que el español meridional sea peor o mejor que el septentrional y si logras que te entiendan con tus ceceos o tus seseos o pronunciando, como yo sin, ir más lejos, vocales abiertas en vez de eses, pues no pasa nada, sigue: Pero no está de más tener el plan b o la caja b.

 Por lo demás estoy convencido de que los andaluces occidentales u orientales somos igual de buenos o de malos que los de otras zonas del mundo, no ya de la vieja piel de toro si no del Planeta Azul. Es cuestión de genes, todo es cuestión de genes y lo único que me distingue a mí de un cajún, además del idioma es la forma de preparar el arroz, al que yo no le pongo embutido y él sí. Tanto el cajún como yo, queremos, básicamente vivir lo mejor posible y disfrutar de nuestros carnavales respectivos, tener una casa cómoda y un seguro médico que nos proteja cuando haga falta, sentirnos enojados con la política de nuestros respectivos gobiernos y, al atardecer, bebernos una lata de Coca Cola o Pepsi fresquita mientras contemplamos plácidamente una hermosa puesta de sol.

 En cuanto a lo de tomarnos en serio a Andalucía creo que es una empresa que hay que emprender entre todos y que comienza, como ya he dicho anteriormente por huir de tópicos y lugares comunes, de abandonar lo que nos singulariza un poco y acercarnos un tanto a los que nos pluraliza. Es decir, lo que nos hace semejantes al cajún al que he aludido, a un payés de Lérida o a un pastor de El Atlas marroquí. Buscando, seguro que lo encontramos, todo es ponerse a ello.

 Y todo eso sin renunciar, por supuesto a nuestras fiestas, tradiciones y aficiones, ni a nuestra forma de hablar peculiar. Sólo es necesario que nos entiendan.