Pollalisas



Hallábame la otra tarde recostado reposando en la recámara cuando al traerme el recuerdo el nombre de cierto político, no español, aclaro, me llevaron los demonios.

 De tal modo que tuve que lanzar al tal político toda suerte de insultos, denuestos, imprecaciones e injurias, que de oírlas el tal, tengo por cosa cierta que diera con mis huesos en Guantánamo. Uno de esos insultos fue “pollalisa”. Y, hete aquí que una vez proferido, di en dudar del exacto significado del término, ¿”es un pollalisa exactamente lo que yo creo que es?” vine a preguntarme. Y ya no hubo sosiego, ni reposo, hasta que dejé mi cama y me llegué a consultar en el buscador que todos usamos para estos menesteres.

 Allí vi la siguiente frase “¿A quién llamamos pollalisa?” Se trataba de un fragmento de un programa de radio, de Radio Nacional de España en el cual un sabio, Pancracio Celdrán (quien poseía estos estudios: Celdrán era licenciado en lengua y literatura hispánicas y doctor en filosofía y letras por la Universidad Complutense de Madrid. También tenía un máster en historia comparada y era diplomado en historia de Oriente Medio, lengua y literatura inglesas, literatura comparada y lengua y cultura hebreas) se le puede llamar sabio con toda propiedad, afirmaba que se le llama pollalisa al que tiene suerte, al que todo le sale bien, al potroso, y que, en ciertas zonas de Granada, como Alhama, se le aplica al que es un poco gilipollas. Y, claro, el philosopho de lo cotidiano que hay en mí comenzó a divagar y dar vueltas al tema de cómo una misma expresión puede ser algo tan distinto, según la zona geográfica del hablante. Suertudo, para toda España, gilipollas para los hablantes de Alhama de Granada, que ya podemos agregar este localismo al tan conocido, por mis paisanos, cibanco, que así damos en llamar a lo que en otras tierras se conoce como escalón o umbral, sitio muy bueno para sentarse en los veranos a tomar el fresquito de la noche, por cierto.

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 Es decir, me pregunto en mi calidad auto otorgada de philosopho de lo cotidiano ¿Si quiero ser entendido por toda la comunidad hispanoablante, debo usar el español aceptado como norma o puedo usar el español meridional, que es el que compartimos andaluces, gibraltareños, melillenses, ceutís y, extremeños, con algunas peculiaridades en cada caso? Tengo perfectamente claro que, según el cómo, el dónde y el porqué, me expresaré de una u otra forma. No incurriré en el error de llamar a, ponga usted el político que quiera, “pollalisa”, cuando quiero decirle gilipollas y sí diré que tiene la polla lisa, para afirmar que tiene suerte. Lo que los marroquíes llamaban “baraka” y afirmaban que Franco la tenía, del mismo modo que Cela escribió, según el sabio aludido lineas arriba que “Franco tiene la polla lisa”. Creo, y aquí ya es meterme en zonas en las que mi ignorancia es ilimitada, que, igual que no es lo mismo ser un malafollá, que tener malafollá, los alhameños haríamos bien en, para decir que alguien tiene suerte, si nos da por ahí, decir que “tiene la polla lisa” y para afirmar que es más tonto que una mata de habas, decir que es un pollalisa.

 Por otra parte, puede darse la circunstancia de que el andova al que queramos referirnos sea las dos cosas a la vez, gilipollas y afortunado con lo cual, creo que deberíamos optar por usar expresiones que dejasen el miembro viril alejado par a evitar reiteraciones innecesarias.

 A donde quiero llegar es a afirmar clara y rotundamente que me encuentro igualmente orgulloso de mi lengua materna, que en este caso es el español meridional de Alhama de Granada, como de la que he aprendido en escuela, instituto y libros. A ninguna de ellas renuncio y mi educación, calidad, inteligencia o cualquier otra prenda que me pueda adornar es la misma si digo “umbral”, que si digo sibanco, que antes he escrito con ce, ahora con ese y dentro de nada con zibanco.

 Por cierto, habrá notado el avisado lector que en el inicio de esta mirada he empleado una expresión de uso coloquial en Méjico para referirme a “dormitorio”. En las hablas derivadas del castellano hay una enorme variedad, riqueza, un profundo tesoro de acentos, tonalidades y expresiones que forma parte de un patrimonio al que todos podemos y debemos acceder: la riqueza de la variedad de las hablas españolas, dentro de la cual el español meridional que hablamos por esta parte del sur de Europa es una más con el mismo valor que el resto de ellas.