Tregua



Que cada cual celebre en paz y armonía lo que le apetezca celebrar.


 Para unos será el aniversario del natalicio del Redentor, para otros la costumbre de comer más, beber más y gastar más a la que se nos alienta desde los mercados, hipermercados y supermercados, sin ignorar a las tiendas on line que sibilinamente nos incitan a través de las páginas que consultamos. A, mí, mismamente, me quieren seducir con excelentes jamones ibéricos cien por cien y no menos excelentes guitarras eléctricas Fender Telecaster americanas. A precios tanto la pata como la tabla (alguien dijo que una Telecaster era una tabla) absolutamente lejos de mi presupuesto.

 Lo dicho, celebre cada cual lo que suela festejar en estas fechas, que yo, como mínimo y mísero regalo a mis lectores les ofrezco una tregua: Asumo el compromiso de que, desde hoy, hasta el viernes 3 de enero de 2020 no escribiré nada sobre política, políticos, y miserias de unos y de otros. La miseria moral de los políticos que con sus políticas económicas y laborales acercan cada vez más a la miseria real a los que, por ahora, solo son pobres o están en riesgo de pobreza.

 Queda el amplio mundo de la cultura, queda saber si los de Robe Iniesta se despiden para siempre o para una “temporailla”, hay algunos libros magníficos que he leído o que estoy a punto de leer y que quiero compartir con mis lectores. Y la música. Aunque Extremoduro no vuelva, se quedan los de la EMAG, a los que sigo admirando y queriendo y a los que aprovecho para felicitar las fiestas. Y quedan Samanta Fish y sus guitarras bluseras y rockeras.

 Queda mucha vida al margen de la política. Nos queda el cine, todas esas películas antiguas o no tan antiguas, que ya son clásicas, con las que volver un rato a la niñez. Películas bélicas, del oeste, de romanos, comedias sentimentales, todo ese cine de “la fábrica de los sueños” que nos hace soñar y nos libera de nuestras pesadillas. Pero, ojo, esas pesadillas, tampoco son reales, si no que nos son inducidas por opinadores a sueldo interesados en hacernos creer que no hay más constitución que la que ellos guardan en sus carteras, que la única lectura posible de la constitución es la que ellos hacen, mientras consultan sus cuentas de resultados, balances y extractos bancarios.

 Pero junto a esos individuos existe también la gente que hace que España sea posible. Me refiero a los maestros y maestras de la enseñanza pública que cada día tratan de hacer posible que los educandos sean menos influenciables al entorno hostil; me refiero a los profesionales de la sanidad pública que cada día luchan por cumplir con su vocación de aliviar el dolor y el sufrimiento, de ganar la guerra a la enfermedad. Y con lo que les está cayendo encima, especialmente en esta Andalucía en la que habito, gozo y sufro.
 
 Creo que nos basta mirar a nuestro alrededor para comprobar que pese a que los profesionales del apocalipsis y las Casandras de andar por casa nos anuncian que esta noche cenaremos en el infierno (ah no, que ese era Leónidas) quedan muchos motivos para celebrar, festejar y desearnos los unos a los otros todo lo bueno que nos merezcamos.

 Cada uno, a poco que se lo trabaje, encontrará el suyo o los suyos.

 Y no me queda si no felicitar todo lo felicitable y, esperar poder cumplir la promesa de dar tregua a mis lectores. Ya veré de lo que escribo, ya veré dónde me escondo.