Lo diré otra vez; creo que escribo sobre la orilla de la playa



La primera ola que llegue borrará lo escrito. Lógicamente. Creo que grito al viento en un desierto.

 Y, a pesar de todo, siento la necesidad de seguir haciéndolo, pese a saber lo poco que logro. Ocurre que ese poco lo valoro mucho; hay alguna gente a la que quiero y me quiere a la cual le sirven de algo mis reflexiones. No pretendo mucho más. Eso y la necesidad de decir lo que pienso y creo, más como forma de quedarme tranquilo, que como intento de convencer a nadie.

 Por eso me repito tanto, o, tal vez sea porque la cercanía de la vejez me haga más cansino. No lo sé. Lo que si sé es que noto en el aire el miedo a la llegada de los comunistas al gobierno, de mano de Unidas Podemos. No es el miedo de quienes, por contar con muchísimos recursos económicos, los mejores gabinetes de asesoría fiscal y los paraísos fiscales, apenas verán afectado su tren de vida. No, el miedo que olfateo es el de gente que por no disponer de otros recursos que los obtenidos con su trabajo no pueden hacer frente a gastos imprevistos, por ejemplo. Me preocupa el miedo a los “comunistas” de la clase trabajadora que, según veo en redes sociales, ya tiemblan ante la subida de impuestos brutal que los que casi no pagan impuestos les dicen que van a pagar ellos.

 Ya lo he dicho antes, que el neoliberalismo conservador derivado de la estrecha amistad entre una vieja dama británica, un antiguo actor de segunda fila y un papa de Roma viajero y anticomunista convirtieron el pensamiento socialdemócrata en la antesala del comunismo soviético y el estado del bienestar en una utopía irrealizable. No hay dinero, no hay fondos. Se trata de garantizar la libertad absoluta para quienes se la puedan pagar y, junto a la libertad; la sanidad, la educación, el derecho al acceso a la cultura y, en fin, todas esas cosillas que hacen que la vida resulte un poco menos áspera si se tienen que si no se tienen. Naturalmente, dicen, sin las trabas del Estado, aunque ellos lo llaman despectivamente Papá Estado, sin sus abusivos impuestos, cada uno es libre de medrar y prosperar y llegar todo lo alto que quiera, o que sus herencias, contactos y relaciones le permitan. De forma que el que no llega es porque es reacio al esfuerzo intenso, el sacrificio y el trabajo, porque no se libra de los pensamientos negativos que le impiden llegar donde quiera. Se puede llegar, desde luego, de vender batas en una tienda a ser propietario de un imperio económico. Pero al precio, que no todos están dispuestos a pagar de, por ejemplo, la explotación laboral infantil, la ingeniería fiscal para pagar los menos impuestos posibles (si, ya sé que luego acallan la voz de su conciencia con donaciones, muy publicitadas, eso sí).

 Y ahí es donde quiero llegar, que si eres patriota y quieres a tu país y eres rico, qué menos que contribuir a que su sanidad, educación y calidad de vida en general sea la mejor posible. Pagando impuestos y sueldos adecuados, en tu país. Digo yo. Nuevamente me pierdo en delirios imposibles.

 Si de algo estoy satisfecho es de mi contribución a través del IVA a mantener no a los políticos y sus sueldazos si no a mantener pensiones, sanidad, educación pública, laica y gratuita para todos. Sí, también mantengo políticos y a la Familia Real y a unos cuantos obispos que están muy lejos del ideal de fraternidad universal que he creído leer en los evangelios. Para curarme en salud digo que he creído leer.

 Y para los que sientan al leer esto una cierta sensación de “déjà vu”, es totalmente cierto. Con las cinco miradas anteriores y esta, ya van seis veces las que he escrito de lo mismo. Pero acabo como empecé. Lo diré otra vez.