La doble orfandad de Montalbano



Como todo lector de novela negra, hoy, 17 de julio, estoy algo más triste.

 Andrea Camilleri, es la prueba de que el fascismo se puede curar leyendo.

 Joven fascista, hasta que a los 16 leyó “La condición humana” de Andrè Malraux y se hizo comunista, y siguió siéndolo hasta su fallecimiento. Fu él quien hizo real lo que su admirado Manuel Vázquez Montalbán quiso ser: “el ultimo comunista, el que apaga la luz y cierra la puerta”. No por nada el personaje de Camilleri se llama Salvo Montalbano y comparte con Pepe Carvalho la afición a la buena mesa y el amor a su tierra.

 Y hoy, Montalbano está doblemente huérfano, ya lo estaba años atrás con el fallecimiento de Vázquez Montalbán cuyo apellido italianizado llevaba como homenaje del siciliano al barcelonés, ambos unidos por la ideología, la sensibilidad, la inteligencia y por el Mediterráneo.

 Imagino a Salvo algo desolado, pero dispuesto a continuar en su Vigata, haciendo lo que mejor sabe hacer, que es, mucho más que descubrir al asesino, que eso también, por supuesto, constatar y poner de manifiesto las contradicciones de esta vieja Europa, de su Sicilia e Italia, que en el fondo, y casi en la superficie, son las mismas que las de nuestra España: Corrupción política, económica, populismo, de derechas y de izquierdas y una clase política que parece está mucho más interesada en lo que pasa en su ombligo que en resolver los muchos problemas que afrontamos los europeos de principios del siglo XXI.

 Coincidían Manolo y Andrea en el diagnóstico de los males que nos aquejan, pero como gente lúcida y sensata no se atrevían a dar soluciones, como mucho, en el caso de Camilleri y hablando de la mafia siciliana reconoce que lo malo de ese cáncer no es el tumor si no la metástasis, es decir la infiltración en la sociedad italiana, en la política, en el estado. Algo parecido, creo yo que nos ocurre a nosotros con la corrupción casi generalizada. Y es que el deseo de dinero fácil, mucho dinero y muy fácil está enraizado más de lo que fuera menester. Políticos que mercadean con los votos, tonadilleras e hijos de tonadilleras que se levantan fortunas por, ahora mismo no sé por qué, empresarios que lavan su imagen con donaciones, que bienvenidas sean, no digo que no…

 Y mientras tanto nos vamos narcotizando con los oros del Tenista Oficial, adormeciendo con zoos humanos en los cuales lo peor de cada casa desnuda sus miserias y sus cuerpos a cambio de muy suculentos emolumentos; y mientras tanto nos vamos insensibilizando al dolor humano, al de los demás, con el relato diario de los pactos, que han de dar lugar a los gobiernos que, supuestamente, han de solucionar los problemas de los votantes, con las rupturas del “en funciones” con Podemos, de los encuentros y desencuentros entre ellos de los componentes de esa derecha tricéfala.

 Quedan aún muchos asuntos que indagar desde el punto literario de la novela negra, negra como las aguas de las cloacas del estado. Pero ya no lo van a poder hacer ni Pepe Carvalho ni Salvo Montalbano. Tal vez el veneciano Guido Brunetti, personaje de Dona Leon, pueda continuar buceando en las aguas negras de nuestra Europa, aún a sabiendas de que es muy poco lo que se puede hacer cuando hay que enfrentarse a grandes fortunas, grandes empresas y familias de muy ilustre historia. Es decir, cuando se tiene en frente a eso que desde que el primer hominido que aferró un garrote e impuso su voluntad, se ha convenido en llamar “poderes fácticos”.

 A los lectores, nos queda la buena literatura y, como homenaje a los tres investigadores, Pepe, Salbo y Guido, la buena cocina.

 Adiós a Camilleri, mucho más que un simple contador de historias, que es como quería ser recordado.