La perversión del trabajo



“Cuando trabajo como un hombre, bebo como un hombre, cuando trabajo como un animal, bebo como un animal” (Memorias Alcohólicas, Jack London).

 No estoy seguro de la literalidad de la frase, cito de memoria, pero sí lo estoy del sentido de la misma. Lejos de ser el trabajo el que “dignifica y ennoblece al hombre” es el hombre el que dignifica al trabajo como actividad casi exclusivamente humana; siempre que se trate de un trabajo realizado en condiciones legales, decorosas y dignas. Una jornada de once o doce horas cosiendo por unos pocos euros, si llega, diarios es la situación más embrutecedora que se puede dar. Y, sin embargo, el trabajo es necesario para satisfacer las necesidades básicas de refugio, alimento y vestido. Nacemos desnudos, no lo olvidemos.

 Admiro profundamente a los buenos profesionales, a esa gente capaz de hacer bien su trabajo, sea este el que sea. Tal vez se deba a mi escasa capacidad, por no decir nula, de hacer nada a derechas con mis manos, alguno de mis lectores, lo sabe. Pepe, gracias por tu paciencia entonces y por tu amistad entonces y ahora. Por tanto lo de la perversión del trabajo no tiene nada que ver con los trabajadores, si no con las empresas, que lejos de satisfacer las necesidades reales de la gente, pan, casa, vestido, arte, cultura, pongo por caso, se dedican a crear falsas necesidades con las que impulsar ese desatino de considerar que los recursos del planeta son inagotables, que la capacidad de regeneración del mismo es muy superior a la que es o que todo nos está permitido. Podemos hacerlo todo, pero no todo nos está permitido.

 Y sin embargo bien sea gracias a la obsolescencia programada, a la publicidad bien hecha (esto hay que reconocerlo) o a nuestra propia estulticia pocos somos los que nos resistimos a adquirir ese último teléfono inteligente de prestaciones que seremos incapaces de dominar, o de cambiar nuestro coche a poco que notemos que ya falla. Somos consumistas porque desde la niñez nos han inculcado que la vida se reduce a consumir para producir y producir para consumir y pocas veces nos paramos a pensar que ya tenemos más cosas de las que realmente necesitamos y que acaso lo que nos haga falta de verdad, sea un poco más de tiempo libre para leer esos libros que esperan en las baldas de la estantería ( si nos gusta la lectura), para probar todos esos pedales que hemos ido comprando, (mis amigos guitarristas eléctricos saben de lo que hablo), o , simplemente para dedicarlo a nuestros hijos, padres, amigos, amantes, perros, gatos...o para disfrutar de un sencillo paseo por el campo por el simple gusto de andar lo más cerca posible de la naturaleza .

 La perversión del trabajo consiste en trabajar en empleos que no nos satisfacen, para pagar objetos que ni siquiera necesitamos realmente, la perversión del trabajo es dejarse la piel cada día un poco más para arañar un salario que no nos permite ni siquiera pagar la hipoteca o los gastos de la matrícula de la niña en la universidad (estos son casos reales y no fruto de la imaginación delirante de este plumilla diletante).

 Frente a eso aún queda gente que hace de su trabajo un arte, capaces de construir guitarras, o de labrar balaustradas, construir un tabique, de enseñar a leer y escribir o cualquier otra de esas hermosas profesiones que satisfacen necesidades humanas reales y evidentes, Esa es la parte positiva de esa moneda que es el mundo el trabajo y que como todas las monedas tiene su cara y su cruz.