Palabra de rey



Ignoro la razón de que sea la palabra de rey la que confiere seguridad o certeza a aquello que se afirma.


 Podría ser palabra de notario o de registrador de la propiedad e incluso de secretario judicial, gentes todas cuyo oficio les confiere ser fedatarios públicos y cuya palabra o escrito “va a misa”. También podría ser palabra de mafioso o de samurái, al menos de los mafiosos o samuráis de antaño, cuando el valor de la palabra dada era algo en alza. Decir es hacer, afirma el código de los samuráis, he leído por algún sitio; es decir que si se dice que se va llevar a cabo algo, se lleva sin duda alguna.

 Esto es lo que se llama compromiso, hacer justo lo que se dice que se va hacer y que es algo que en nuestros días está bastante desaparecido tanto de la vida pública, como de la privada, salgo honrosas excepciones, por supuesto. No he de caer en el tópico de afirmar que todas las personas de la actualidad rompen su palabra y eluden sus compromisos a poco que puedan, ni que en “mis tiempos” pasaba todo lo contrario. Entre otras cosas porque considero estos tiempos tan míos como del más joven de esta casa, que estoy por decir que es nuestro compañero Pablo Ruiz. No, ni cuando era joven podía uno fiarse de todos los políticos ni ahora cabe desconfiar de todos tampoco.

 Lo que sí es cierto es que creo que en estos tiempos en los que todos parecen tener soluciones milagrosas para casi cualquier cosa, y basta darse un garbeo por las redes sociales para constatar las imaginativas soluciones que el personal tiene para “arreglar esto”, lo que falta es la voluntad de ponerse a colaborar, trabajar, cooperar en algo de otra forma que no sea la de la mera adhesión simbólica y el apoyo moral a las causas más sugestivas y llamativas. Poca gente se niega poner un lazo, una bandera o lo que venga al caso para mostrar solidaridad con lo que este de plena actualidad, pero muy poca va más allá de ese gesto.

 Y sin embargo, los partidos políticos están llenos de gente a la que criticamos, pero no nos afiliamos para militar militantemente, valga la redundancia y aportar nuestra gota de sudor a ese trabajo de regenerar partidos e instituciones; y quien dice partidos dice cualquier otra clase de organismo que se nutra del trabajo voluntario y no asalariado de la gente del tercer estado, que somos todos, como Hacienda.

 Se necesita del compromiso de la gente de la calle para llevar aire limpio a dónde haga falta llevarlo, pero gente que tenga claro que ese compromiso significa tener “palabra de rey”, que significa que si me he comprometido a hacer algo, sea ese algo lo que sea, lo voy a llevar a cabo, sin ninguna excusa porque el valor que le concedo a mi palabra está por encima de mi comodidad del momento o de la pereza sobrevenida.

 No existen soluciones milagrosas para “arreglar esto”, pero seguro que sí existen para intentar salir de alguna manera de esta situación desesperanzadora en la cual nos hemos metido entre todos, unos con sus desaciertos, en sus decisiones políticas y otros con sus desaciertos a la hora de otorgar el voto a quienes nos gobiernan en todas las instituciones, desde el Ayuntamiento de mi pueblo o el tuyo la Moncloa, pasando por las muchas juntas que hay en el estado de las autonomías.

 En lo único que estoy razonablemente seguro de que no nos hemos equivocado ha sido a la hora de elegir a los miembros de las dos familias reales. Los americanos pueden haberse equivocado con Trump; pero nosotros no nos hemos equivocado con nuestros reyes, que, por cierto, no sé si tienen palabra de rey, pero ciertamente tampoco me preocupa demasiado el tema.