Viruta de lápiz



Como estoy falto de toda educación universitaria y, por tanto, carezco de ningún máster en Filosofía por la Universidad Rey Juan Carlos, me veo obligado a tratar temas menores.


 Sin embargo, a pesar de carecer de titulación, tengo la suficiente curiosidad y tiempo libre para poder dedicar algunos de mis ocios a pensar sobre temas sencillos, baladís y de poca enjundia, especialmente en épocas en las que conviene retirarse temporalmente del mundo y consagrarse al recogimiento espiritual, que es lo que se supone que se debe hacer.

 Vienen estas reflexiones mías al contemplar las tallas religiosas, lo que me lleva a pensar las muchas vidas que tiene el árbol talado, cuya madera puede convertirse en imaginería religiosa, astil de legón, culata de fusil, guitarra, violín o humildísimo lápiz.

 Conviene detenerse en esos sencillos cilindros o prismas hexagonales de madera, que recubre el grafito, porque, ya lo dijo Guillé, el genial hermano de Mafalda “hay que ver la cantidad de cosas que hay adentro de un lápiz” Desde la más intricada ley hipotecaria, hasta el más delicado soneto de amor, no me imagino a Miguel Hernández escribiendo con pluma, pasando por ese dibujo del genial poeta, obra de Buero Vallejo, hecho en la cárcel y que es, tal vez la más conocida imagen de Miguel. Todo cabe dentro de un lápiz y es la única herramienta de madera que concibo en las manos de un niño. Y sin embargo hay niños que no juegan a la guerra, como en la canción de Víctor Jara, hay niños que viven, matan y mueren en la guerra; y sin embargo hay niños para los cuales el contacto con la madera es a través de la culata de un fusil o el astil de un pico.



 Creo que ningún niño debería luchar en ninguna guerra, creo que ningún adulto debería luchar en ninguna guerra, por supuesto. Creo que ningún niño debería trabajar en ningún trabajo, del mismo modo que ningún adulto debería hacerlo en condiciones penosas, insalubres o con salarios bastante cercanos al umbral de la pobreza o incluso directamente por debajo de ese umbral.

 Pero me salgo, como siempre, de lo que quería realmente hablar, que era de los lápices que en manos de niños cobran vida o hacen cobrar vida a sus sueños e ilusiones y en las virutas de ese lápiz que el sacapuntas deja caer, el desgaste del viejo lápiz, tantas veces afilado, ese trocito apenas inservible, me hablan de un niño que ha empleado bien su herramienta o juguete.



 En definitiva, creo que el único producto que un niño debe gastar son lápices, juguetes, libretas y, por supuesto lo único que debe producir son virutas de lápiz. Mientras no quitemos de las manos de los niños los fusiles y los azadones pensaré que los golpes de pecho, los lamentos, las lágrimas ante el paso procesional son teatro, puro teatro. Creo que el mensaje era dar de comer al hambriento, de beber al sediento, enseñar al que no sabe y visitar a los presos y enfermos. Pero no recuerdo haber leído nada de irse a la playa. Para los creyentes, digo.

 Y para los no creyentes también valen mis palabras, porque hay cuestiones en las que se debe estar siempre con los que sufren y no con los nacionalistas burgueses de derechas. Exacto, me dirijo a los sindicatos de clase catalanes. No es de recibo alinearse con la burguesía que explota a los trabajadores en nombre de la pretendida República Catalana. Invitaría a los dirigentes a tomar papel y lápiz y escribir mil veces “no me alinearé más con la alta burguesía”, con las virutas de lápiz sobrante podrían, si utilizan lápices de colores, y los colores adecuados, crear una bonita bandera republicana, de la República Española, puestos a pedir imposibles, al menos una en la que quepamos todos.