Las vacas sagradas



Esta denominación se suele utilizar para referirse a personas de reconocido prestigio, relevancia e influencia en la vida política, cultural o deportiva.

elipe, Aznar, Sabina, Cela, Picasso, Neruda, Messi, Ronaldo, los Stones, Eric Clapton, Lorca, BB King; son vacas sagradas, unos más que otros. Lo indudable es que cada uno de los miembros de esta lista, que se podría ampliar, evidentemente, de una otra forma gozan del respeto y la veneración más o menos común en sus distintos ámbitos de influencia. Lo común en todos es el hecho de que poca gente podría discutir que han sido factores decisivos en la política, la música, la literatura, la pintura, y el fútbol,

 Viene esta reflexión previa a cuenta de que últimamente, tal vez debido al paso de los años, cada vez me siento más reacio a admitir la sacralidad impuesta por la tradición, el consenso común o la costumbre y tiendo a ser muy riguroso en el examen de las virtudes, tanto intelectuales como personales de aquellas vacas sagradas a las que voy a venerar, o, al menos respetar. No basta con ser bueno, incluso excelente en cualquier actividad, desde mi humilde punto de vista, para ser colocado en el altar que merecen las vacas sagradas que admiro. De la lista que he dado hace ya bastante tiempo que bajé a Neruda por dos razones, una de ella es el hecho de que violara a una empleada de su consulado en Colombo, Sri Lanka: «Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama. Su delgadísima cintura, sus plenas caderas, las desbordantes copas de sus senos, la hacían igual a las milenarias esculturas del sur de la India. El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia.” (Pablo Neruda “Confieso que he vivido”). La segunda de las razones es aún peor desde mi punto de vista: Abandonó alegremente a su hija con hidrocefalia severa, sin duda por que las molestias que su cuidado le causaban le impedían escribir o dedicarse a la vida social propia de su cargo.

 No creo que exista ninguna ley que exima a las vacas sagradas de respetar la ley y los usos mas comunes de la humanidad y la paternidad, por tanto, hace tiempo que no quiero saber nada del poeta chileno. Tampoco es que exija la santidad o una vida humilde, recatada y virtuosa, en cuyo caso los Stone, Clapton y B.B King también tendrían que ser expulsados de mi santoral laico. Simplemente me basta con que sus excesos no perjudiquen a terceras personas inocentes.

 Del resto de la lista es evidente que Aznar no forma parte de mis vacas sagradas por razones ideológicas. Mientras que el ex presidente forma en el pelotón de los inteligentes que creen en el liberalismo económico aplicado con rigor para conducir la economía, yo milito en el de los idiotas (según el hijo de otra vaca sagrada, Vargas Llosa), que creemos en políticas de izquierdas, solidarias, que tal vez no sean tan efectivas como las liberales, pero son más justas. Por otra parte, tampoco veo que las políticas de ahora mismo de mi gobierno nacional nos estén llevando a cotas de bienestar excelsas. Tal vez mi idiotez me impide verlo o tal vez sea que mientras veo pobreza energética o necesidad de recogidas de alimentos para dar de comer a la gente sin recursos, no puedo aceptar que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Naturalmente no estoy abogando por una sociedad en la cual todo se dé gratis y sin esfuerzo; pero si por una en la que el esfuerzo no lo hagan siempre los mismos, sin llegar a ver nunca esa Arcadia que, supuestamente, llegará tras los sacrificios y la austeridad; que es esta que ahora vivimos y que es alabada por las vacas sagradas del neoliberalismo, por ejemplo, Vargas Llosa, autor al que leí y leo con placer cuando escribe literatura.

 ¿A dónde quiero ir a parar? Pues más o menos a insistir en que el uso de la razón y, sobre todo el de la capacidad de dudar, de discernir, de disentir es la única vía que encuentro transitable para llegar a alguna certeza intelectual y que, por contra, el seguir acríticamente las vías muy transitadas, dulcemente empujado por la multitud, conduce casi de manera inevitable a adorar vacas que nada tienen de sagradas, votar a partidos cuyas políticas son lesivas para uno mismo (hablo desde el punto de vista de alguien que pertenece a la clase trabajadora) y continuar en la confortable nube de adormidera con la que visten de sueños dorados nuestras peores pesadillas.