El anarquista en el armario



(Soliloquio de una mente ociosa y afectada por el calor, totalmente prescindible)

 Soy anarquista en el armario; sospecho que casi todos los españoles somos anarquistas, ácratas y libertarios en el fondo de nuestro corazón y por eso despreciamos tanto al poder, a los políticos y a todos sus derivados, lo que nos lleva, las más de las veces a votar no a favor de algo, si no en contra de algo, votamos no tanto por optar por una opción si no para castigar con nuestra papeleta a la opción contraria. Lo cual no me parece ni mal ni bien del todo, pero que sí que afirmo que es preferible a la abstención, al encogerse de hombros al no elegir ni tomar partido hasta mancharse, como dijo el poeta Gabriel Celaya.

 Sigo confesando que mi sociedad ideal sería aquella en la cual todos cumpliesen con su obligación sin mediar la imposición de la autoridad externa, en la que cada cual pudiese satisfacer sus necesidades sin privar a los demás del mismo derecho, una sociedad en la cual el único prefecto vendría de aplicar el “ama y haz lo que quieras” de Agustín de Hipona. Reconozco que para llegar a esa sociedad se necesita cambiar mucho, durante mucho tiempo a este animal a medio culturizar que es el hombre, en el que aún persisten mucho más los elementos naturales que los culturales y en los cuales el odio al que es diferente, al que es distinto (algo que ocurre incluso en las ratas) está mucho más arraigado que el aceptar que los humanos somos distintos unos de otros sin que eso suponga superioridad en ningún caso.

 Mientras tanto se da en España el pensamiento anarquista, el rechazo a todo poder, especialmente el anarquismo de derechas cuyo máximo exponente es Milton Friedman:” Hay muchas variantes del liberalismo. Hay un liberalismo de cero-gobierno; anarquista. Hay un liberalismo de gobierno limitado. Comparten un montón en términos de sus valores fundamentales. Si los llevas hasta sus últimos orígenes, son diferentes. No parece importar en la práctica, porque ambos queremos trabajar en la misma dirección.” Este tipo de anarquismo de derechas aboga por menos impuestos, menos participación del estado en la economía y en la vida pública y es el que suele abogar por lo privado en oposición a lo público y en definitiva el que piensa que tiene del derecho de hacer lo que le salga de los billetes de la cartera o, más modernamente de la visa de platino.

 Naturalmente a este tipo de ácrata lo que le molesta del estado son los impuestos y la acción coercitiva que este tiene incluso para quienes poseen visa de platino, para los cuales pese a que todo puede ser pagado no todo les es lícito.

 Por mi parte abogo por una sociedad en la cual la libertad esté asociada a la responsabilidad personal de cada uno: Soy libre en tanto estoy dispuesto a aceptar la responsabilidad de cada una de mis acciones, o de mis omisiones, en especial de aquellas que puedan afectar a los demás. Y reconozco a los demás el mismo grado de libertad por lo cual, exijo el mismo grado de responsabilidad. En ese sentido creo que debería avanzar la educación, en el de intentar conseguir niños hoy, adultos mañana, libres, independientes y responsables y dotados de las herramientas necesarias para enfrentarse a la tarea de vivir, de ganarse la vida y de gozar de la vida (no son tareas excluyentes en absoluto y el ideal sería poder realizarlas simultáneamente) sin para ello violentarse a sí mismos ni violentar a los demás.

 No estamos precisamente dando pasos en ese camino si se dan casos de no escolares, si no universitarios, que acuden con sus padres a reclamar una nota más alta que la obtenida. Pero por ello dije al principio que soy un anarquista en el armario y espero que algún día los hijos de mis amigos, o sus nietos puedan vivir en una sociedad en la cual se elijan a quienes han de representarnos no para oponernos a nada o a nadie, sino por estar convencidos de que optamos por los mejores. Ese sería un primer paso para avanzar a una futura sociedad con el menor gobierno posible.

 Porque es evidente que el triunfo electoral dota al triunfante de la legitimidad para ejercer el cargo para el cual ha sido votado. Pero eso y sólo eso. No le añade ni más razón, inteligencia, saber estar, ni ningún otro tipo de cualidad que no tuviera antes de ser elegido. Para comprobar la veracidad de esta última afirmación sólo hay que ver a quienes nos representa y gobiernan, con toda la legitimidad que los votos otorgan y con todas las consecuencias, más bien desagradables, que sus decisiones nos traen a la inmensa mayoría de esta sociedad que entre todos hemos construido para bien o para mal: También votar o dejar de votar a unas opciones u otras implica responsabilidad sobre lo que nos pasa. No siempre la culpa es de los demás.