La amistad del alhameño José Mora y Federico García Lorca

«En pocas horas habíamos alcanzado la frontera de la amistad fraternal e invariable...»

«Caminaba yo una tarde, en mi acostumbrado paseo por la calle de los Reyes Católicos, cuando se me acercó un jovencito – tenía dos años menos que yo – y me detuvo preguntándome: “¿Es usted José Mora Guarnido?”» (Mora, 1953:46).
 
 En dialéctica con el Centro Artístico, con el que los jóvenes rivalizaron porque representaba «el énfasis cursi de la coronación de Zorrilla» (Mora, 1958:46), hubo un tiempo en el que el enfrentamiento se llevó a los diarios de la ciudad, duelos donde el verbo apuntaba directamente. Una de ellas la protagonizó José Mora, una polémica tan conocida como breve en la que se ensalzó con el poeta Manuel de Góngora. Este sonado conflicto de escritores, del que tuvo constancia Federico García Lorca, provocó el acercamiento: «Caminaba yo una tarde, en mi acostumbrado paseo por la calle de los Reyes Católicos, cuando se me acercó un jovencito – tenía dos años menos que yo – y me detuvo preguntándome: “¿Es usted José Mora Guarnido?”» (Mora, 1953:46). El carácter combativo de Mora, agudo y experimentado en prensa, atrajo al futuro poeta, siendo un movimiento clave para él, pues Mora le abrió ambientes que lo marcarán para siempre, tanto en esta primera época, al acceder al grupo intelectual del Rinconcillo, que como ya hemos comentado, se expandió a otros lugares, y tanto la taberna de Polinario como la casa de Falla, fueron también sede de los primeros recitados de poesía de Lorca, así como de futuros proyectos. Así describe Mora el primer encuentro: «En pocas horas habíamos alcanzado la frontera de la amistad fraternal e invariable [...] fue presentado por mí a los demás. Aquella relación había de prolongarse ya años y años por los caminos de la fortuna o del fracaso ...» (Mora, 1958:48). Pero no se detuvo ahí la influencia de Mora, sino que, como amigo y admirador del potencial poeta, ayudó a su difusión y presentación en Madrid; ellos eran sus «fervorosos propagandistas» (Mora, 1958:117), que anunciaban que un nuevo poeta había nacido, pero del que apenas tenían más material del que atesoraban en su memoria. Gibson, el especialista en la vida de Lorca, escribe: «Capitaneados por José Mora llevaban meses pregonando la buena nueva de su llegada» (Gibson, 1998:106). Mora lo presentó a sus compañeros de la Facultad de Filosofía y Letras, como a Angel del Río o a Amado Alonso, y junto a Fernandez Almagro, lo adentraron en sus relaciones del Ateneo, presentándole también a Gerardo Diego, Guillermo de Torre o Pedro Salinas. El novel y joven Federico, que compartiría habitación con Mora, en sus primeros tiempos en la capital «llegaba a Madrid con un cómico vestuario de muchacho rico de provincias que va a “pretender” a la Corte» (Mora, 1958:118). Pronto abrió sus alas por Madrid, siendo cada vez mas difícil disfrutar de su presencia para una larga conversación: «El poeta se deslizaba ya por la vía que constituiría en adelante su existencia triunfal: un pasar de unos grupos a otros golpeando vivamente en la pantalla admirativa que lo circundaba» (Mora, 1958:118). El poema “Meditación bajo la lluvia”, que esta fechado el 3 de enero de 1919, esta dedicado a José Mora, así aparece en El libro de poemas (1921) como prueba de esa amistad, o el dibujo de Lorca en el que recrea un «teatro de muñecos planos con fondos como los de las miniaturas de los códices antiguos » (Fatiha, 202?:31), y que le hicieron llegar a Montevideo, pues José fue también partícipe en la preproduccion, junto a varias fotografías del escenario construido y las instantáneas de los ensayos de Títeres de Cachiporra, que se habían llevado a cabo en casa de Lorca. En la entrevista que Federico hizo para El Ideal, febrero de 1934, el poeta rememora un artículo de Mora con motivo de la publicación del Libro de poemas (1921): «Todas las cosas que después se han dicho de mí las dijiste tú en aquel primer artículo» (Ideal, 1-2- 1934). Cuando en 1923, con la intención de hacer un viaje de tres meses, se asienta definitivamente en Montevideo, se convertirá para algunos en el divulgador de la obra de Lorca en Sudamérica, así como de otros rinconcillistas, como Manuel de Falla y Melchor Fernández Almagro. Sin embargo, Federico no parece darle demasiado valor a esa labor. En una carta de Mora a Melchor Almagro, junio de 1924, se queja de que Lorca no le contesta a sus cartas y de que prefiere estar cerca de sus «amigos ricos»: «Federico debería enviarme su libro, cuanto menos dos ejemplares para yo regalarlos, uno a Juana de Ibarbourou que es una de los más interesantes escritores americanos y otro a Juan Parra de Riego, el poeta más moderno y más profundo de estas tierras. Aquí tienen gran deseo de leerlo, puesto que yo he hablado y contado de él. Nos convendría a todos como ves, que nuestra correspondencia fuera diálogo y no monólogo» (junio, 1924). 
 
 
 Para el historiador alhameño Salvador Raya, fue una jugada pésima: «No solo había perdido la satisfacción personal de conocer noticias de un amigo en América directamente sino también los beneficios de la labor periodista-amigo, que tan importante es para el triunfo de la obra literaria» (Raya, 2023, 110). La distancia, unida a las circunstancias e intereses de cada uno, dejaron la amistad en paréntesis, desaprovechando de esta manera Lorca los medios uruguayos. En ese tiempo maquinaba Mora una revista que tuvo una breve vida, Actualidades, con sobresalientes intenciones. Tampoco está al tanto Federico del libro que propone José Mora. En una carta a Melchor Almagro fechada en Montevideo el 31 de enero de 1926, propone un proyecto sobre el Rinconcillo: «un libro sobre el Rinconcillo hecho por los rinconcillistas ausentes con sus notas y comentarios sobre los países en donde están». Idea que no llegó a ejecutarse. La relación con Lorca alcanza su peor estado cuando tras la publicación del Romancero Gitano (1928), Federico decide cambiar la dedicatoria del “Romance de la luna, luna”, que en la revista Proa se lo había ofrecido al alhameño, en favor de su hermana Conchita García Lorca. Así aparece la queja en carta a Melchor Almagro del 28 de agosto de 1928:  «En el "Romancero", el primero de los romances, me lo había dedicado a mí y así aparece publicado en la revista "Proa" de Buenos Aires. Sin embargo, no ha vacilado en borrar mi nombre y sustituirlo con el de Conchita. Esto ya es mas que olvidar...Le escribí quejándome y no me contestó. No volveré a escribirle». (agosto, 1928).
 
 
 Es difícil juzgar, más sin conocer las circunstancias exactas que hicieron que Lorca dejara en el ostracismo a una pieza importante para entender su carrera literaria, pero la frecuencia en la amistad fue destensándose en el tiempo, y en la conciencia cargaría con su parte, pues en el reencuentro que tuvieron en 1934 en Montevideo, Federico tuvo el detalle de recompensarlo: «cuando le entrega el poema escrito a mano con un encabezamiento que contiene el título del poema, la fecha “1926” (que difiere de la primera edición del poemario y de la primera publicación del poema) y la dedicatoria al amigo: “Romance de la luna, luna. Para mi viejo y queridísimo camarada Pepe Mora Guarnido”. Al pie del poema, en la parte inferior derecha de la hoja de papel, aparece la firma del poeta y la fecha de la entrega (“Montevideo 1934”), así como un dibujo del poeta, hecho con lápices de colores (negro, rosado y azul) que representa la figura de su emblemático payaso bajo una media luna negra. El payaso lleva, además, una notas de música dibujadas en la camiseta, a la altura del pecho». (Baso, 2013:6)
 
 Este poema , que ha sido vendido recientemente por la familia Alcides Giraldi en una subasta de París, alcanzó la cifra de los 48.000 euros, según la agencia Efe, en junio de 2021. Lejos del agobio que pudo llegar a tener en Buenos Aires, los días del reencuentro de Mora y Lorca por Montevideo son tranquilos, propicios para esas largas conversaciones que tenía en tan alta estima de cuando compartían habitación, días idóneos para que conociera a un pequeño círculo de intelectuales. También hicieron un discreto homenaje al pintor uruguayo de padre español, Rafael Barradas, a quien conocieron en Granada.
 
En el próximo artículo: José Mora Guarnido y su infancia en Alhama
 
 «Mis recuerdos, por tanto son vagos, brumosos, y se me aparecen cerrando los ojos y clavando el ciego interés de la mirada en la lejanía, como fugitivas escenas de una vieja película de los primeros tiempos del cine». (Mora, 1963: 4).