El Conde de Tendilla, un alcaide de leyenda para Alhama y la historia

 

 Iñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, de exquisita formación humanística y militar, fue, ha sido y será un alcaide de verdadera leyenda para Alhama y la Historia. Y no tan sólo por la idea del “papel moneda”, que casi es anecdótica, aunque con enorme proyección y relevancia para nuestra ciudad.

“Alhama, histórica”
El Conde de Tendilla, un alcaide de leyenda para Alhama y la historia
Andrés García Maldonado

 Tanto la toma como el mantenimiento y defensa de Alhama por las tropas cristiana, a partir de febrero de 1482 y durante varios años de los que duró la guerra de Granada, fue una histórica escuela de valores morales y castrenses. Se dio una verdadera emulación de heroísmo entre las sucesivas guarniciones y alcaides a los que se encomendó la conservación de esta ciudad-fortaleza, como hemos ido poniendo de manifiesto al hablar de estos legendarios personajes, en esta sección de "Alhama, histórica" de nuestra Alhama Comunicación.

 Fue tal la transcendencia y protagonismo histórico de Alhama, que, en modo alguno, podemos dejar de ahondar sobre estos hechos y personajes que, con su vinculación con nuestra ciudad, han venido dando y dan renombre y prestigio histórico a nuestra Alhama. Dicho de otra forma, que es momento de que nos interesemos por todos ellos y, nuevamente, refresquemos su historia -en algún caso hasta la recuperemos después de siglos- para conocimiento de todos.

 Un excelente principio de todo esto fue, como hemos visto en estos últimos meses, la misma organización y desarrollo del asalto y toma por el marqués de Cádiz, Rodrigo Ponce de León, en colaboración con destacados nobles y alcaides andaluces, comenzando por el adelantado Diego de Merlo, así como la heroica resistencia que opusieron los soldados y moradores musulmanes, luchando con ejemplar coraje y esfuerzo.


 Comenzó a engrandecer esto aún más el rasgo del duque de Medinaceli acudiendo presto a socorrer a su enemigo encarnizado e “irreconciliable”, el marqués de Cádiz, contra el que había sostenido durante tantos años una verdadera guerra que, en ocasiones, había sido más dura que la misma que se mantenía con los moros granadinos.

 En todo momento dio una trascendencia inusual a esta vela del honor que era la defensa de Alhama, el gran e indiscutible riesgo que supuso, durante años, el vivir sitiados en el mismo corazón de Granada. Merlo, Portocarrero, Osorio y otros nobles castellanos fueron ejemplares alcaides y capitanes en la fortaleza de Alhama, admirados por las tropas y respetados por todos.

 Cuando se produce un nuevo relevo con el conde de Tendilla, Iñigo López de Mendoza, famoso ya por su exquisita formación humanística y militar, la noticia tiene transcendencia en toda España, al mismo tiempo que se va convirtiendo en un orgullo, no sólo castellano, sino de toda la Cristiandad, la sorprendente e histórica etapa de don Iñigo López de Mendoza como alcaide de Alhama, la que se inicia el 16 de junio de 1483, siendo la más relevante y ejemplar, convirtiéndose en legendaria.

 Iñigo López de Mendoza y Quiñones, segundo conde de Tendilla, nombrado como “El Gran Tendilla”, es de la Casa Mendoza, nieto del poeta y poderoso marqués de Santillana. Se educó en la casa de su abuelo, aunque recibió la enseñanza política y militar en casa de su padre y de su tío el Gran Cardenal de España, Pedro González de Mendoza, quien consagró como iglesias las mezquitas de Alhama por orden de Isabel la Católica a finales de abril de 1482.

 Pronto se distinguió por su inteligencia, valentía, nobleza de espíritu y generosidad, combinando tolerancia con responsabilidad, obteniendo la admiración de los suyos y el respeto de sus enemigos.

 Participó en las Cortes de Toledo de 1480 donde rindió obediencia a los Reyes Católicos, ofreciendo desde un primer momento sus servicios para la conquista de Granada. Nombrado alcaide de Alhama, la defendió en 1484-1485, aportando también sus propios medios económicos a este fin.


 Cuando se hace cargo de la guarda de Alhama el conde de Tendilla, la veterana y brava guarnición pasaba por una acusada relajación en sus costumbres, quizás ocasionada por el aislamiento y la realidad del peligro que sentían los soldados. El conde, sabiendo emplear tacto y energía, consigue pronto que sus más de mil hombres recuperen “sus buenas costumbres e los doctrina en cosas concernientes al exercicio de la cuallería. E desterrá los juegos que falló, e otras luxurias que acarreaban infortunios en las huestes”.

 Con idea de dar actividad a las tropas, don Iñigo no sólo se preocupó de mantener una adecuada y vigilada defensa de Alhama, sino que, además, desde aquí, efectuaba ataques e incursiones contra los granadinos, hasta el punto de que llegó a preocupar tanto a estos que, no muy lejos de la misma capital de Granada, había poblaciones musulmanas en las que sus moradores no se atrevían a salir a labrar los campos por temor a ser sorprendidos por las tropas del de Tendilla, hasta que el rey de Granada dispuso “poner gente de cauallo que estouise en el campo de contino, entre tanto que las gentes de la cibdad facian sus labores”.

 Junto a este valor y dotes militares, el conde de Tendilla puso también en evidencia en Alhama su gran inteligencia y astucia, dejándonos pruebas de ello que han pasado a la Historia. Por ejemplo, a causa de unas torrenciales lluvias, se derrumbó un trozo de muralla, lo que preocupó a los defensores de la ciudad temiendo que los musulmanes, al observar esta importante brecha, intentasen nuevamente, acudiendo elevado número, a hacerse con Alhama. El conde, como nos dice Fernando del Pulgar, “usó de una cautela, e luego puso una gran tela de lienço que cubría toda aquella parte del muro que se cayó; e de tal manera era el lienço, que al parecer de los que lo miraban le lexos ninguna diferençia avia de la color del muro a la color del lienço. E mandó poner gran guarda en la cibdad, porque ninguno saliese para avisar los moros del peligro en que estauan por la falta del muro caido; e puso tal diligencia en lo facer, que en pocos días lo tornó a forateçer tanto e más que de primero estaua. E como quiera que los moros vinieron en aquellos días a correr la cibdad, pero no pudieron ver el defecto del muro caído”.



 Mundialmente es también famoso nuestro conde y nuestra Alhama porque, faltándole moneda para pagar el sueldo a la guarnición y hacer frente a los demás gastos del mantenimiento de la ciudad, como igualmente nos ha conservado Pulgar, “mandó hacer moneda de papel de diversos preçios... y en cada pieça de aquél papel escriuió de su mano el preçio que valiese; e de aquella moneda asy señalada pagó el sueldo que se deuia a toda la gente de armas y peones... E dió seguridad que cuando de allí saliesen, tomándole cada uno aquella moneda de papel, le daría el valor que cada pieça touiese escrito, en otra moneda de oro e de plata”.

 Aunque W. Irving afirma que este fue el primer ejemplo que se sabía del uso del papel moneda, lo cierto es que parece estar probado que se dio otro antecedente en China, así como en algún otro lugar europeo. Ahora bien, lo que si es indudable es que lo fue por primera vez en la Península Ibérica y de una forma histórica.

 También las cualidades de humanidad del conde de Tendilla son destacadas por la Historia, tanto en lo que respecta al trato que daba a sus soldados como a los enemigos cuando estos eran derrotados y cautivos.

 Tras pasar de Alhama a Alcalá la Real, ya como frontero mayor, supo el conde que una parienta del alguacil mayor de Granada iba a Almuñécar para casarse con el alcalde de Tetuán, entonces salió a campaña y se detuvo a la joven, así como a todo su acompañamiento y las riquezas que llevaban, encerrándolos a todos en Alcalá.

 Cuando se supo lo acontecido en Granada, el padre de la muchacha envió una carta al conde pidiendo las condiciones del rescate y ofreciendo todos sus tesoros para que devolviesen a su hija sana y salva. A esta súplica correspondió el de Tendilla llevándola él mismo a las puertas de Granada, donde la devolvió a su familia sin aceptar el más mínimo rescate, regalándole además unas joyas con motivo de sus esponsales. El rey de Granada, en prueba de gratitud y reconocimiento hacia el gesto de don Iñigo, dio la libertad a treinta sacerdotes y ciento veinte cautivos más de los que se encontraban en las mazmorras de la Alhambra.

 Numerosos hechos podemos escribir de este singular y legendario héroe que tanta vinculación tuvo con Alhama y que ésta, en gran medida, puede considerar también como muy suyo, como el sintió siempre a Alhama tras haber permanecido aquí, pasando a su propiedad las tierras del cortijo que se denominó de "El marqués", precisamente por su título de primer marqués de Mondejar.

 Quizás sea suficiente para saber de su gran espíritu y de su calidad humana el que una de las primeras cosas que hizo cuando llegó al castillo de Alcalá la Real “es poner a sus expensas en una torre un gigantesco farol que ardiese para siempre todas las noches, para que los cristianos que estaban cautivos en Granada, y en los otros lugares de moros, que se soltaban de la prisión, pudiesen venir de noche a salvarse al tino de aquella lumbre. El cual dicho conde, por estas hazañas y otras muchas, cuando se ganó la ciudad de Granada, fue escogido para alcaide y capitán general de ella”.

 En síntesis, como dice Juan de Carriazo, fue una de las figuras más destacadas y populares de la guerra de Granada. Hombre de guerra y de consejo, fue memorable su alcaldía de Alhama, que le valió una fina epístola de Fernando del Pulgar. Se acreditó como diplomático en Roma, mereciendo los mayores honores del pontífice -la construcción de Santa María de la Encarnación de Alhama se contempló en el Patronato Real que trató con el Papa- y se le recuerda como valiente y prudentísimo primer alcaide de la Alhambra y capitán general del Reino de Granada. Su talante para con los vencidos fue abierto y generoso, sincero y respetuoso, en contraste con una posición oficial cada vez más radical e intransigente, que le granjeo la oposición de la Inquisición y del cabildo y consejo granadinos. Estuvo siempre al lado de tolerante arzobispo Fray Hernando de Talavera que del intransigente cardenal Jiménez de Cisneros, así su muerte, va a hacer ahora cinco siglos, fue una sorprendente manifestación de dolor de todo el reino de Granada.