Hernán Pérez de Pulgar, el soldado que hacía magia



Así lo define un artículo que publica ElConfidencial a este caballero que pagó de su bolsillo en la Reconquista las reparaciones de las fortalezas de Alhama y Loja, y que fue envenenado por la tropa.

Hernán Pérez de Pulgar, el soldado que hacía magia

Este enorme caballero, súbdito leal y, ante todo, soldado de vocación, siempre fue fiel a su rey y a sus locuras

Por Á. Van den Brule A. 

“¿Queréis tener una recompensa a cambio de la virtud, y el cielo a cambio de la tierra, y la eternidad a cambio de vuestro hoy? ¿Y os irritáis conmigo porque enseño que no existe ni remunerador ni pagador?” F. Nietzsche / Así habló Zaratustra.

  Hernán Pérez de Pulgar, nació de pie y con una hogaza de pan de aquí te espero bajo el brazo y tal vez, con una fluida renta donada gentilmente por sus majestades los Reyes Católicos por sus servicios inapelables en las guerras de Granada y contra nuestros hermanos portugueses. Fue tal su fervor bélico, que los coronados le asignaron una paga de por vida de 40.000 maravedíes anuales para gastos de bolsillo, 'festicholas' – a las que era muy dado cuando no estaba crujiendo al personal - y otros menesteres.

 Cuando el reino Nazarí tras 250 años de agitada longevidad y unas cuantas fraternales guerras civiles se estaba desmoronando; los cristianos eran ya una avalancha que se colaba por las costuras de Andalucía. Para entonces, Boabdil “el Chico”, ya estaba haciendo las maletas y su racial madre, dándole unas buenas collejas por incompetente.

 Antes del último gran asedio de la larguísima Reconquista, el acontecido en Granada, Hernán Pérez de Pulgar, de su bolsillo, abonaba las pagas de los soldados, los proveía de todo lo necesario para su bienestar y asumía los gastos de las reparaciones de las fortalezas de Alhama y Loja. Era venerado por la tropa.

 Pero una de las gestas que le encumbró al olimpo de los héroes, fue la de la recua que tuvo que desplazar desde Antequera hacia Alhama. Era el año 1483 y los porteadores y arrieros que se orientaban por las sierras y valles aledaños, entraron en pánico ante el temor a ser pillados por los del turbante. Pulgar, sin más preámbulos, les leyó la cartilla y por las mismas, se pusieron las pilas. Alhama que era su destino, sería salvada por esta expedición de osados dirigidos por el temerario soldado al que la reina, años más tarde, nombraría jefe de los ejércitos de Castilla.

 Pero la cosa no queda ahí. Los moros que estaban enredando por aquellos pagos, se dieron a la fuga como alma que lleva el diablo. Y el Conde de Tendilla, vivamente impresionado por las habilidades de Hernán Pérez de Pulgar, le compensó con una hacienda y varias hectáreas de viñedos y olivares junto con un cortijo de aquí te espero. En realidad, el pícaro del alcalde lo que buscaba era hacerlo sibilinamente residente y tener a un militar hecho y derecho entre el vecindario, por si las moscas.

Pero a juzgar por los acontecimientos venideros, está claro que este elemento de la naturaleza no había nacido para el solaz de su cuerpo serrano.

"La tropilla que llevaba Pulgar parecía de attrezzo: algo menos de un centenar de campesinos con hoces y horquillas de aventar"

  Llamado por el rey Fernando a causa de su reputación como hombre de armas, puso bajo sitio a Loja. La tropilla que llevaba Pulgar parecía de atrezzo. Algo menos de un centenar de campesinos con hoces, horquillas de aventar y sacos de arpillera cubriendo sus petos, disimulaban una verdad oculta. Eran profesionales de la milicia y muy rodados. Cuando los del turbante, encendidos por la trucada evidencia que inspiraban aquellos menesterosos se lanzaron a campo abierto con idea de hacerles una pupa de las gordas, tropezaron con la cruda realidad, pero era tarde. Loja era ya una posición adelantada de Castilla en el corazón del reino nazarí.

 La fama de Hernán Pérez de Pulgar crecía como la espuma y no tenía visos de remitir. Los cronistas de la época hablan de la facilidad con que rindió Vélez Málaga y de los hechos acontecidos en Baza, localidades ambas que prácticamente en un suspiro pasaron a manos del rey gracias al habitual arsenal de ardides de este caballero tocado por una clase de suerte extraña.

 Una de las hazañas más celebradas de Pulgar fue la acontecida en el asedio de Salobreña. En 1490, hacia el mes de julio, Boabdil que veía mermar su reino día tras día, se vino para arriba y decidió atacar esta pequeña fortaleza portuaria para intentar darle una salida al mar a su ya moribundo reino. Habida cuenta de que los tijeretazos de los Reyes Católicos no eran precisamente muy sutiles, en un desesperado intento de demanda de socorro a los compinches de credo del norte de África se dirigió al sur para intentar hacer algo decente.

 Se daba la paradoja de que los habitantes del enclave tenían sitiada a la guarnición cristiana en la alcazaba, un sólido recinto fortificado instalado en el vientre del recinto amurallado y en medio de una marea de moritos muy cabreados. Pero había un problema. Llevaban de esta guisa más de una semana y el racionamiento de agua y condumio estaba rozando cotas preocupantes. Boabdil el Chico había hecho una entrada triunfante y la cosa pintaba fea para los sitiados.

 Entonces, Pérez de Pulgar junto con el alcaide de una población próxima, El Salar, se colaron subrepticiamente al alba por una puerta corroída por el salitre del embarcadero que daba a la fortaleza donde estaban encerrados los exhaustos sitiados y, les dieron un susto de muerte a los moritos que ya estaban celebrando la victoria. Para agravar el tema, los oteadores del rey nazarí habían descubierto que el monarca aragonés venía a uña de caballo desde el oeste a darles un correctivo a estos elementos que se las prometían felices. La idea de verse entre dos fuegos o tres - pues de Vélez-Málaga había venido un nutrido destacamento de infantería embarcado esperando el momento oportuno para asaltar desde el puerto, la fortaleza -; sumado esto a la perspectiva de que le cortaran la retirada, hizo que se le encendiera una bombilla al apocado rey granadino, ya rey de un reino en vías de extinción. Y por las mismas, tomó las de Villadiego.

 Pero la apoteosis le llegaría en 1490 con una de las hazañas de guerra más propia de un genio temerario o de un loco con apariencia de cuerdo. Lo que consta en las crónicas- el hizo su propia biografía para mayor gloria, y merecida -, es una acción de orfebrería militar.

 El caso es que un buen día a su hiperventilada azotea, acudió la osada - o peregrina idea - de tomar Granada por su cuenta. En esencia, se trataba de pegarle fuego desde el interior y a partir de la calle principal, solo apta para comerciantes y productos con caché, – la Alcaicería -, expandir toda la voracidad ígnea de manera centrífuga hacia las murallas. Entraron sí, clavaron un manuscrito con la promesa de que volverían para convertir la mezquita en una iglesia y durante la actuación, una de las rondas de noche de la ciudad, los pilló in fraganti. Huelga decir que él y una quincena de escuderos tuvieron que poner el trubo bajando por el río Darro a una velocidad vertiginosa con sus caballerías. Aquello fue de traca.

 Advertidos los Reyes de la magnitud de la alocada hazaña, asignaron bajo solemne juramento, que los quince jinetes que habían intervenido en aquel episodio, serian recompensados con sendas construcciones en Granada una vez conquistada, y así ocurrió en el futuro. En el caso de Pérez de Pulgar, la generosidad tuvo cierto tinte macabro; le aseguraron que su cadáver una vez fenecido, sería enterrado con todos los honores en la futura primera iglesia erigida en Granada una vez conquistada. En puridad, la gesta en cuestión, tuvo unos resultados magros desde el punto de vista militar, pero los aspectos psicológicos del escándalo subsiguiente estuvieron en boca de los granadinos largo tiempo. El susto no era para menos.

"Los Reyes Católicos recularon sobre las promesas hechas a Pérez de Pulgar"

  Habida cuenta de la necesidad de repoblar la zona tras la conquista de Granada, los Reyes Católicos recularon sobre las promesas hechas a Pérez de Pulgar y le ofrecieron que hiciera una valoración de las tierras que le correspondían en base a lo acordado. En Medina del Campo, y casi dos años después de la caída de la capital del reino nazarí, tal que un 9 de abril de 1494, los monarcas compensaron al genial guerrero con unas “posiciones” en el mercado de futuros; esto es, accedieron a la petición de Pérez de Pulgar de hacerse con todos los molinos de Tremecén (ciudad situada entre Orán y Melilla) cuando se conquistaran aquellas tierras. En apariencia, el viejo soldado se veía impelido por la devoción a sus majestades, pero la realidad fue muy distinta. En el trato salió perdiendo ampliamente. Cosas de reyes.

 La asignación que venía cobrando desde antaño le fue respetada e incrementada y se le asignaron tierras de regadío en la zona de El Salar, pero su fortaleza fue desmochada por orden del rey. El monarca quería acabar con todas las construcciones militares innecesarias y reforzar las indispensables para mantenerlas en alerta junto con las primeras torres de vigía diseñadas como elementos de prevención contra los activos piratas de Berbería.

 Coincidiendo con la visita del ya emperador Carlos V a la ciudad de Granada, un otoño del año 1526 se dieron órdenes al Cabildo catedralicio de hacer efectiva la promesa del rey católico para honrar la palabra dada. En la orden en cuestión, se autorizaba la construcción de la pequeña capilla en el lugar exacto en el que este temerario soldado clavó años antes, el famoso pergamino que tanto descolocó a los súbditos de Boabdil el Chico.

 En medio de la terrible canícula veraniega que asolaba Granada el día que partió al más allá, este enorme caballero, súbdito leal y, ante todo, soldado de vocación; abandonó aquel cuerpo envejecido y lleno de cicatrices para por fin descansar en el lugar que le encumbró al prestigio y la gloria.

 Siempre fue fiel a su rey y a sus locuras.

Origen.