Los niños aprenden a esquivar la muerte antes de leer su propio nombre.
Mirar de frente
(No hay poema para Gaza, pero hay palabra)
Si la muerte tiene patria,
hoy se llama Gaza.
Y tú, que lees estas líneas,
no digas que no sabías.
La neutralidad mata
más que las balas.
Bajo la piel,
una ciudad grita sin voz.
No hay poema para Gaza.
Sólo ceniza,
sólo la flor muerta del lenguaje.
El tiempo se rompe en Gaza.
No hay relojes,
sólo estallidos que marcan las horas.
La historia se repite como eco sordo.
Y el hombre,
el hombre es humo
entre palabras que no alcanzan.
Pero aún queda el gesto,
el mirar de frente,
el negarse al olvido.
Porque nombrar lo que arde
también es resistir.
Gaza no quiere mártires
Gaza no quiere mártires,
quiere vivir.
No amanece en Gaza.
El sol asoma con miedo,
y los niños aprenden a esquivar la muerte
antes de leer su propio nombre.
Hay juguetes bajo escombros,
zapatos sin pasos,
y un padre que cava con las manos
porque ya no queda nadie
para enterrar a sus hijos.
Qué fácil es mirar a otro lado
cuando el horror tiene otro idioma,
otra piel,
otra bandera que no incomoda.
Pero dime:
¿cómo se duerme sabiendo
que hay madres que envuelven el silencio
de quienes no volvieron?
Esto no es una guerra.
Es una jaula sin salida,
una ejecución diaria
retransmitida en silencio.
Y aun así,
hay un pueblo que se niega a desaparecer,
que dibuja cometas sobre ruinas,
y resiste con pan,
con rezos,
con poesía.
Grita Gaza.
Grita Gaza,
con voz de niño entre ruinas,
con madre rota en la arena,
con sangre escrita en las paredes
de una escuela sin pizarras.
Callan los cielos,
pero en tus calles el trueno no cesa.
No es lluvia lo que cae:
son cuerpos, son nombres, son sueños
cortados por misiles con números de serie.
¿Quién llora a los que no tienen tumba?
¿Quién nombra a los que ya no tienen nombre?
Silencio cómplice el del mundo,
cómodo ante las cifras,
ciego ante la injusticia que tiembla
bajo cada piedra removida.
Gaza, tú no mueres:
te asesinan con cálculo,
con drones y con veto,
te entierran en escombros
mientras clamas por pan, por agua,
por algo más que resistencia.
Pero hay en ti una llama
que ni el fósforo blanco apaga,
una dignidad sin rendición,
que alza los ojos al cielo
y pregunta, sin miedo:
¿Dónde está la humanidad?