Homenaje de amigos y familiares al periodista Antonio Ramos Espejo



Un vivo ejemplo del periodismo andaluz. Un nutrido grupo de familiares, amigos y antiguos compañeros compartieron recuerdos y alegrías con el periodista alhameño al que se ha distinguido este año con la Medalla de Andalucía.


11/06/2006.- No recuerdo qué fue antes. El suplemento de Ideal firmado por Antonio Ramos en el que recogía la dura historia de emigrantes alhameños y andaluces desperdigados por Europa o su libro titulado “Pasaporte Andaluz”. El caso es que ambas publicaciones me impactaron. Conocer las terribles vicisitudes vividas por nuestros paisanos que tuvieron que dejar su añorada tierra relatadas por un ya reconocido periodista nacido en Alhama llegaron a conmoverme hasta las entrañas. 

Luego he ido recopilando toda su bibliografía pues comparto gustos por el granadino más universal, Federico García Lorca, y por el prestigioso hispanista Gerald Brenan cuyo libro “Al sur de Granada” descubrí en la Alpujarra granadina, concretamente en Mairena, recién licenciado del servicio militar en mi primer destino como maestro. Su penúltimo libro, (lo expreso así pues espero que siga dando a la imprenta nuevas obras, ahora se encuentra en esa plenitud y experiencia que sólo dan los años) ha sido “Más lloraron los reyes andaluces” lo  conservo como oro en prenda pues me realizó una emotiva dedicatoria. Muchos de sus familiares, amigos y compañeros en estos casi 30 años de periodismo vivido intensamente le ofrecieron un merecidísimo homenaje a este ilustre alhameño que en la actualidad prepara la nueva Enciclopedia de Andalucía.

Unos amigos crecidos

El alcalde de Alhama entrega un obsequio al periodista

 Si como dice el refrán “quien agradece, crece”, el sábado, 10 de junio, más de un centenar de compañeros, familiares y amigos incrementaron sus lazos de amistad al celebrar con el periodista alhameño, Antonio Ramos Espejo, la concesión de la Medalla de Andalucía. Y lo hicieron en el restaurante “El Pato Loco” en el que estuvieron presentes el cura obrero Antonio Quitián, el director de Relaciones Institucionales de Ideal, Melchor Sáiz-Pardo, los periodistas María Dolores Fernández-Fígares, Eduardo Castro, Paco Vigueras y Antonio Checa, entre otros.

El presidente de los periodistas granadinos también elogió la labor de Ramos

 También compartieron estos inolvidables momentos el presidente de la Asociación de la Prensa de Málaga y también presidente del Patronato de Estudios Alhameños, Andrés García Maldonado, impulsor y coordinador de este evento, su homólogo de Granada, Antonio Mora de Saavedra,  y  María Aldea, secretaria de la Asociación de la Prensa de Jaén. Tanto el homenajeado como su familia fueron objeto de numerosos regalos, entre los que destacó una reproducción de la espada de Boabdil en referencia a la última obra del homenajeado "Más lloraron los reyes andaluces".  

Igancio Benítez, vicepresidente del Patronato de Estudios entregó un recuerdo en nombre de esta institucion

 En sus palabras Antonio Ramos tuvo palabras de gratitud  para sus “maestros y compañeros” que seguiría con un recorrido sentimental de sus primeros ocho años de vida salpicados de simpáticas anécdotas que de manera nítida se han conservado en su memoria.

Antonio Ramos, espejo del periodismo andaluz



 Antonio Ramos Espejo nació en Alhama de Granada (1943). Doctor en Periodismo Premio Extraordinario de la Universidad de Sevilla por su tesis doctoral “El Periodismo en Gerald Brenan”. Licenciado en Ciencias de la Información y en Filosofía y Letras.

 Fue en sus comienzos profesionales redactor de Sol de España, corresponsal en Roma de EFE y YA, redactor de Ideal (Granada), colaborador de las revistas Triunfo, Noticias Obreras (HOAC) La Ilustración Regional, Tiempo,… Ha sido director de Diario de Granada, Córdoba y El Correo de Andalucía. En 2006 ha sido con la Medalla de Andalucía.

 En la actualidad es profesor en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de Sevilla, en la que es miembro del Equipo de Investigación de Análisis y Técnica de la Información y Coordinador y fundador del Curso de Experto en Periodismo Local. Entre sus publicaciones destacan: Andalucía: Campo de trabajo y represión, Pasaporte Andaluz, El Caso Almería, Después de Casas Viejas, De Fuente Obejuna a Marinaleda, Ciega en Granada. Especialista en García Lorca, ha publicado últimamente García Lorca en Córdoba, García Lorca en Fuente Vaqueros y García Lorca en los dramas del pueblo. En octubre de 2000 publicó “Más lloraron los reyes andaluces” en el que “expresa el dolor del pueblo africano en el mar de la muerte antes de realizar el sueño europeo”.

 Ramos Espejo es de los veteranos periodistas que destaca por sus ya clásicas aportaciones al Periodismo andaluz y por su capacidad para dirigir equipos de profesionales que figuran hoy entre los más activos y solventes de Andalucía.

Palabras del díptico dedicadas al periodista por su paisano Andrés García Maldonado

A Antonio siempre con nuestra amista y profundo afecto.

En el momento de la entrega de uno de los obsequios más sentidos

“...La personalidad y trayectoria del periodista, doctor en Ciencias de la Comunicación, don Antonio Ramos Espejo, en quien concurren méritos y valores excepcionales en su larga vida vocacional profesional en favor de poner al servicio de la democracia, la libertad y la verdad la más decidida entrega, todo ello a lo largo de más de treinta años y especialmente en favor de Andalucía, tanto en los tiempo difíciles que precedieron a la transición como en los años de ésta y después, primero y precisamente desde sus años en medios de comunicación malagueños y granadinos y, después, desde la dirección de distintos e importantes diarios en Granada, Córdoba y Sevilla, así como su labor como escritor andaluz con una larga serie de obras que han sido y siguen siendo transcendentales aportaciones en relación a los temas andaluces que tratan, prácticamente todos ellos relacionados con valores y cuestiones de indiscutible importancia para Andalucía, le hacen justo merecedor al máximo reconocimiento...”

 Amigos del periodista en un brindis por su reconocimiento a nivel andaluz

Palabras de Antonio Ramos: La primera memoria.

Estos meses que por especiales circunstancias he tenido que improvisar o hacer reflexiones, algunas más o menos solemnes y académicas, me he sentido obligado a aportar algunas ideas nuevas, especialmente sobre la condición del periodismo, de sus formas de interpretarlo, etc... Hoy, también me veo obligado, aún con más razón, a aportar alguna idea sobre la doble identidad de este alhameño, sobre sus raíces y sus circunstancias...

Dicen lo científicos, o los estudiosos del cerebro, que la memoria que mejor se conserva, la más limpia, la que es quizá la más determinante para la formación de la personalidad, es aquella que alcanza hasta los ocho años, más o menos. Después habrá más carpetas almacenadas en ese disco duro, pero ya con los datos, a veces entrecruzados, o repetidos... Y es que esa etapa de la vida es la que ha entrado primera en el lugar más sagrado para la memoria.

Por lo tanto, y lo he pensado muchas veces, en mí se ha conservado de forma nítida esa memoria hasta los ocho años. Por dos razones: la primera porque es ley de naturaleza conservar con más claridad esos primeros datos que llegan al cerebro virgen. La segunda, porque en mí se produce un corte radical. Porque es, justo a esa edad, cuando empieza mi vida en solitario, o, de forma intermitente, cuando se cortan los escenarios de los primeros años de la infancia, los propios vínculos familiares, para vivir fuera de la ciudad, de tu cuna y en otros lugares alejados del entorno familiar.

Recuento

Debo ahora hacer un recuento, a modo de homenaje, a ese almacén de la memoria que me dice que yo soy un alhameño, con raíces profundas en esta tierra...
Del cortijo de Polilla o del Llano Sarmiento, con los abuelos Baltasar y Esperanza, a los que llamábamos el Padre y la Madre; y el cortijo de El Chopo con la abuela Amparo, ya que el abuelo José había muerto hacía años. De ese cruce de raíces, de secano y de regadío, brota esa familia numerosa que forman Antonio y Carmen... Una docena de hijos, Esperanza, Pepe -que se fue un mal día de carretera-, Charo, Baltasar, Amparo, yo, el sexto, Miguel y su melliza Carmen, reemplazada tan de niña por la nueva Carmen; Julio, que se fue también como un ángel, Juan y Rita, que tuvo el sino de apagarse cuando más luz desprendía su alma.

Faltan, en este recuento, las parejas, los hermanos políticos, hermanos, hermanos: Aniceto, Paco Manrique y Charo Cortés, que también nos dejaron; Amelia, Maruchi, Manolo, Charo, Enrique y Carmela, la mía, que a su vez me ha hecho más grande la familia de Almería, extendida sus hermanos, de los que están aquí María, Ángel y Manolo,…

El recuento sigue muy largo... Ahora ya sólo aquel que llega a los ochos años. En Polilla, con mis tíos Baltasar y Eloísa, y José y Adora, siempre allí a pie firme, con las visitas de Trini y sus Larios, y Rosario, con sus tres hijas... en un cortijo, con un río, un pozo, carretera hacia Granada, sierras nevadas y un camino que pasaba por el Baño, cuando yo me creía que ese manantial era de mis primos, los hijos de Emilio Triviño y Teresa. Sueños.

Y en dirección a Málaga, el Chopo, con el agua del estanque, las nueces, las cerezas y el huerto de la abuelita, con la compañía de mis tíos Antonio y Amparo, Juan y Flor, con aquellos juegos entre árboles, con aquellas caídas de la higuera o las mañanas en las que jugábamos a mayores haciendo gárgaras con palomitas de aguardiente.

Calle Guillén

Y en el pueblo, la calle Guillén. Aunque yo nací en la calle Enciso, en la casa de mis tíos Federico e Inés, la Parra, asomada al tajo, como si nacer allí significara adquirir un pasaporte con alas de aventura para sobrevolar por los tajos y recorrer el mundo. También en esta misma calle, tan familiar, llena de Guerreros, en particular los de la casa de mis tío Pepe e Inés.

En la calle Guillén, la casa -de la que tengo la fortuna de conservar una parte- era de puertas abiertas, siempre llena, y además, desde allí hacia arriba, hasta llegar a las Cuatro Esquinas, en menos de trescientos metros, nos juntábamos 28 primos hermanos, más diez o doce primos segundos... Y desde allí, también en un punto que nos parecía exótico, en Tetuán, que parecía lejísimos, al otro lado del Estrecho y de los paraísos del contrabando, vivían mis tíos Antonio Triviño y Antonia, con una única hija (Mari). Qué contraste ser hijo o hija única en esta familia. Pues había otro caso, en un lugar que nos parecía de tierra encantada: Periana y los Baños de Vilo, Diego y Enriqueta con su hija Queti, adonde fuimos una vez a celebrar un gran día de San Isidro, con mi tío de mayordomo, ¡qué categoría!, donde tuvimos ocasión de ver mesas llenas de dulces y barriles de vino como si fueran las bodas de Canaá. (La tercera hija única, en esta saga es la mía. Carmen, más alhameña que la Pila la Carrera.

Éramos, somos, una familia grande... Tan grande que mi padre necesitaba llevarnos a la playa en el camión o en la alsina. Era de película. Como el día aquel tan feliz de la gran catetada, cuando a mi padre y al consejo de los hombres del campo se les ocurrió llevarse pavos a la playa, desplumarlos y freírlos en hornillas de tamo (llenas de paja) para que el viento no atacara el fuego. ¡Dejarlos que se rían... Ya volverán cuando las tajás estén dorás!”, decía mi padre.

Las monjas

Mis hermanos Pepe y Balta ya estaban en el Colegio de los Jesuitas del Palo (Málaga) todos los demás hasta donde nos admitieran por la edad íbamos al colegio de las Mercedarias, desde la calle Guillén, la Placeta, la calle Llana donde vivían mis tíos José y Maria Moya, y los Larios, o por el camino de la iglesia y la plaza de los Presos.

Sor Josefina la Manca, fue mi única profesora de Alhama. Le teníamos miedo, respeto, ternura. Una mujer fuerte que te hace fuerte, con una sola mano se valía ella para barajar a un montón de niños. Le bastaba una voz o un pellizco.

Y Don Miguel, el cura que vivía en la posada, convivía con los hombres en la taberna, tenía su entrañable historia oculta y también daba pellizcos en las confesiones, como las catequistas. Todo el mundo te pellizcaba cuando eras niño, unos para regañar y en otros, como mi prima Isabel, que lo hacía con tanto cariño que me producía cardenales en los brazos.

Tiempo de crueldades



Pero era el tiempo del hambre. Del maquis. De muertes y crueldades para los ojos de un niño. Recuerdo las historias de sufrimiento de la familia cuando mi tío Adolfo fue secuestrado por una partida en su cortijo de las Ánimas, y cómo sufrieron mi tío y mis primos. Como recuerdo la capilla ardiente de un guardia civil expuesto en la sala de plenos del Ayuntamiento.

Y aún con más nitidez el día que pasearon, matados encima de sus burros, a ocho o nueve leñadores por ser enlaces de los hombres de la sierra. Y a Presenta, la viuda de uno de ellos, cuando entró a servir a mi casa, toda enlutada, con sus tres huérfanos. Un día nos dio mucha pena al enteramos que los Bibiana, de los que había quedado solo ella, la abuela, se habían tenido que ir del pueblo; después de que le mataran a un hijo... Y al pasar por la sierra, con mis primos del Cabo los Guardas, nos dijeron que esas viñas habían sido quemadas y arrasadas, como represalia a esa familia.

El hambre la veía rondando por doquier. En las cartillas de racionamiento, en las espigadoras, en los que robaban para comer, en la mirada de los niños, en las mujeres con los vestidos raídos de tantos lutos, en los remiendos de los pantalones, en los hombres de la siega, en las mujeres que no paraban de traer y llevar cántaros de agua de los caños a las casas, en las lavanderas que bajaban al río...

La cabra

Pero éramos, para suerte de una mayoría, el pueblo de las tres ollas. Garbanzos para todas las comidas. Y aún me siguen gustando.

Nuestro mejor reloj eran las campanas de las monjas de San Diego, donde nos imaginábamos a las muchachas alhameñas que estaban allí enclaustradas de por vida, sobre todo de María Vinuesa (superiora), porque había dejado de despachamos sus tortas y bollos.

Íbamos y veníamos de la calle Guillén a Polilla, con los carros cargados de cacharros, colchones, gallinas, que se morían por el camino, y alguna cabra.

Recuerdo que yo tuve de nodriza una cabra. La leche de esa cabra era reservada para mí, como Amparo había tenido la suya; y Balta, igualmente. La mía se llamaba Claveles, le daban garbanzos negros. Era mi nodriza, algo frecuente en algunas familias. Castilla del Pino cuenta que él había tenido también una cabra para su uso exclusivo. La nodriza de Gerald Brenan era de un grado superior: una burra. A mi cabra, un día sin pedirle permiso a éste su supuesto hijo, la hicieron chorizo en una de aquellas grandes matanzas. Era su destino morir después de prestar un gran servicio.

De Polilla tengo recuerdos entrañables de aquellas personas que entraban en nuestras vidas como si fueran miembros de la familia, como así se han quedado muchas de ellas: Rosa (y José Negro), mi niñera, que me asistió cuando me quemé el culo con una plancha de ascuas ardiendo, o Granados y su familia, Manolo Chandelas, Pajarillo, Ganapanes...

Rutinas y sobresaltos   


Y desde el cortijo otra vez al pueblo, a la feria de septiembre, el paso por el fielato, donde los enchufadillos del régimen hacían sus chanchullos, lo mismo que los pesaban el trigo con trampa para desesperación de los agricultores... Y la rutina, que se interrumpía cuando traían a la casa el Niño Jesús de las reparadoras, o nos mandaban a aquellos tremebundos sermones que nos hacían creer de verdad en los infiernos, o venían a damos las misiones para despertamos la vocación de mártires en la China; o esperábamos con ansiedad la llegada de la Virgen de Fátima y los tres pastorcillos al pueblo; o algún niño venía corriendo porque había visto a un sacamantecas.

Pero había otros sucesos más reales y dramáticos. Como en aquella mañana fría cuando saltamos de la cama muertos de frío, todos en el portal, mirando a la casa de enfrente de donde salían los aullidos tristes de un gato y donde encontraron a una mujer muerta con una paleta al lado de la cabeza, matada por su marido, que se pegó después un tiro con un rifle al pie del tajo enfrente de la iglesia del Carmen.

Recuerdos nítidos de la memoria. Recuerdos también de calma cuando sonaba la radio y creía que había hombrecillos que vivían dentro del aparato y que Juanito el hijo de Alfonso “Agonías” era un ser privilegiado porque hacía sonar una flauta... O cuando fui por primera vez a un espectáculo en el Cinema Pérez, en el anfiteatro con Esperanza y Aniceto, y se me quedaron grabadas para siempre las figuras de Antonio Molina y la Niña de la Puebla cantando los campanilleros.

En aquellos días, por la calle Guillen el “Neo” vendía garbanzos “tostaos”, Guillermo venía de la Costa a traernos algarrobas a cambio de trapos viejos, aparecía un peregrino con el pecho lleno de medallas o un coplero recitando romances de ciego, como si fuera un periodista narrando sus crónicas negras; cuando creíamos, o yo al menos creía que ser periodistas era el oficio de aquellas dos mujeres muy mayores y desaliñadas que recogían los periódicos de la alsina para entregárselos a los suscriptores de Ideal o Patria. Por ese tiempo, la calle se ponía de bote en bote en los día de carnaval, en los que Josefa “La Salona”, como una abuela de la familia, parecía y ejercía como una matrona romana con mando en plaza.      

Y cuando nos dolían las muelas de tanto partir garbanzos, algarrobas o almendras y nos llevaban a un dentista que se situaba en la posada, y con sus manos temblorosas, decían que del aguardiente, nos sacaba hasta los hígados.

El corte de la memoria

A los seis años hice mi primera comunión. Vestido de blanco, con cordones dorados. Al final de la catequesis nos llevaban a comer lechugas al río. Y luego el gran día nos daban chocolate en el paseo. No tengo fotos de ese evento, como casi ninguno de mis hermanos, si acaso algún recordatorio por ahí perdido. Ya era yo un personaje con la comunión hecha. Era habitual entonces, que los niños o niñas que habían hecho la comunión acompañaran con lazos azules o blancos el féretro de un niño/niña muerto. Yo adquirí tristemente ese grado cuando acompañé con otros primos y amigos el cuerpo de mi hermano Julio.

Seguía en las Mercedarias hasta que un verano, mi padre decidió retirar a Pepe y a Balta -tres y cuatro años- del internado de Málaga, por entender que había llegado mi turno. Entonces me veo en aquella era del cortijo, dominada por la gran cosechadora, solo, en una esquina ante un espejo roto, ensayando a peinarme con la raya bien hecha, para cuando me fuera al colegio. Tenía ocho años. ¡Ocho años! Y ya estaba interno en un colegio. Sólo quienes hayan tenido esa experiencia -mi cuñado Enrique- sabe lo que eso supone.

Es un corte radical. Por las noches no hay quien te arrope, salvo que pasara un sereno; por el día, tienes que resistir solo a horas de estudio, sin rechistar, con disciplina, aprendiendo a subsistir...

Libro de familia

Esa imagen del que se va, buscando un futuro mejor, en mi caso está gráficamente marcada en el libro de mi familia. Desde entonces, Antonio, el sexto hijo, seguirá figurando, como no podía ser de otra manera, con su nombre, pero no con su imagen. Porque, en su lugar, ya estaría siempre mi primo Pepe Rivera. Es como si simbólicamente en mi hueco se hubiera colocado un socias y gozara desde entonces de una doble personalidad: la de Antonio, que era Pepe, en su vida ejemplar para siempre en Alhama; y la del otro Antonio, en permanente viaje o huida, emigrante, por esos mundos de Dios. Parece un juego pero es la realidad de dos vidas paralelas.

Seguir adelante

Desde entonces, los discos de la memoria se van acumulando por distintos destinos y escenarios. Pero ya no es tu memoria original la que determina con más consistencia tu identidad. Es ya la memoria de un viaje interminable.

Porque hay una cosa clara en este viaje a cualquier lugar. Que aprendes desde pequeño a no volver la vista atrás, a ser muy fuerte, por más apariencias de debilidad que puedas dejar entrever. Porque sabes que, aunque sientas el calor de la familia, eres un viajero que jamás debe de sacar un billete de vuelta. Ése es el secreto. Seguir adelante, sin desmayo. Volver, en esta mente, para esta memoria, es un fracaso.        

De manera que con estos trazos vitales comprenderéis que me haya movido en el periodismo como un reportero en su medio más natural. Porque, insisto, es la primera memoria la que ha alimentado este alma de reportero. Con toda esta gente de mi infancia aprendí a ser periodista, a mirar, a contar historias...

Nombres de mujer

Estaba sensibilizado, cuando llegó la hora, para el oficio de reportero. Para cargar con mis personajes, para ir siempre a bordo, con un gran pasaje. De todas esas gentes encontradas en el camino, quiero destacar algunos nombres, esta vez, sólo de mujer:

-Angelina, las manos que llevaron los últimos alimentos al detenido Federico.

-Mercedes Cruz, con todo el luto de la saga de los Seisdededos, en Casas Viejas.

-Paca la Coja, la siemprenovia de las auténticas bodas de sangre en el Campo de Níjar, por su coraje de mujer.

-Luisa Infante, la hija que no dejó de regar las cintas verdes y blancas que había sembrado su padre en la casa de Coria del Río.

-Tía Anica La Piriñaca, que dejó su voz rota en un patio de geranios de Jerez de la Frontera.

-María Morales Mañas, y las madres del caso Almería, que representan el dolor de las injusticias.

-Sor Clara (María) Vinuesa, que abanderó con las clarisas andaluzas la causa autonómica de su pueblo.

-Y Carmen Espejo, que cosió la primera bandera andaluza que ondeó del mástil del Ayuntamiento de Alhama; Carmela, la esposa de Almería; y Carmen, la hija de Córdoba, porque representan la fuerza interior del reportero.

El otro Antonio



Y también, en aquel encuentro en el Paraninfo de la Universidad de Sevilla, cité algunos nombres de referencia, que han sido fundamentales en mi historial de reportero:

-Truman Capote. Reportero por excelencia. Me interesé aún más por este periodista americano desde que mi director, Melchor Sáiz-Pardo, me escribió en una tarjeta la felicitación, que aún conservo, en la que me decía que leyendo “La ciudad del Olvido” -un reportaje sobre la casa de los locos de Granada, publicado por entregas en Ideal-, le había recordado el estilo de A sangre fría.

-Federico García Lorca. Como fuente para comprender las tragedias rurales andaluzas, convertidas en dramas universales.

-Luís Seco de Lucena. Como el periodista que, además de director de un periódico (El Defensor de Granada), mantuvo viva la llama del reportero cada vez que la ocasión lo requería, como veremos más adelante.

-Azorín. Por su forma de dialogar con la gente sencilla, que alcanza su máxima expresión en su conversación con los jornaleros de Lebrija.

-Blas Infante. Por descubrir en sus textos sobre la realidad de los andaluces, su historia y su situación como pueblo, materia prima suficiente para llenar el alma de un reportero.


-Gerald Brenan. Por enseñarme, a través de La faz de España y otras obras, a hacer un periodismo de investigación profundo, a la vez que original, auténtico y honesto.

Y Antonio Ramos Espejo, mi tío abuelo. Por trasmitirme sus sueños de aventura hechos realidad, cuando parte de Alhama de Granada, se embarca hacia la guerra de Filipinas y desde allí consigue introducir el cine mudo en China.

Y hasta ahí quería llegar, a ese modelo, que, con la lección bien aprendida, sabe que tiene que llegar a lucir la propia Medalla de Oro, que se forjó en su vida. Aunque no se le hicieran más distinciones y el hospital construido en los terrenos por él donados para tal fin en Alhama luciera el nombre de otros.


Si un Ramos Espejo merece tener un homenaje, una distinción histórica, es éste otro Antonio, del que nos sentimos orgullosos los Ramos y los Espejo y creo que el pueblo de Alhama.

Él sí que es un modelo, el hombre que más lejos ha llevado el nombre de este pueblo en nuestra historia contemporánea.

Antonio Ramos Espejo
10 de junio de 2006

Texto y fotografías: Antonio Arenas