En Vitoria, hace casi 30 años



Antonio Ramos, Antonio Vicario "Paesanto" y otros jameños en el País Vasco. El periodista Antonio Ramos publicó en 1978 varios reportajes de emigrantes andaluces entre ellos el del alhameño apodado "Paesanto" (Ilustración de la portada del libro).



30/07/2006.- Dicen, y yo estoy de acuerdo, que “la verdadera muerte es el olvido”. Por eso, aprovechando que este año nuestro paisano Antonio Ramos Espejo ha sido reconocido con la medalla de Andalucía quiero aprovechar para recuperar un pequeño reportaje que publicó allá por 1978 bajo el título “Los andaluces en el País Vasco”. Posiblemente fuese el primer suplemento en color editado por Ideal con motivo de las fiestas de Navidad de 1978. En su cabecera todavía aparece el escudo con el águila franquista y entre anuncios y deseos navideños el periodista desgrana un ramillete de historias de andaluces exiliados por falta de trabajo y por su ideología política. Entre ellas la de un alhameño, Antonio Vicario, más conocido por su apodo “Paesanto” que con siete años ya trabajaba en el cortijo Miravete. También lo traigo aquí para que no olvidemos que alguna vez fuimos emigrantes, que tuvimos que dejar todo para trabajar en lo que nadie quería, dar más horas que un reloj, pese a lo cual nunca se olvidó el buen humor y el acento jameño,…  Ahora que un charnego aspira a la presidencia de la Generalitat no parece tan disparatado que los hijos y nietos de Paesanto quisieran aprender euskera, recordar figuras como Paesanto y su mujer o El Espartillo, hombre de la sierra que fue a dar con sus huesos a la patria de la Virgen Blanca. Eso también forma parte de nuestra memoria histórica. A mí me ha vuelto a emocionar. 

Paesanto, cuando los días tenían 25 horas de trabajo en Vitoria

 PAESANTO (Antonio Vicario) estaba tumbado en el sofá. Paesanto es una institvción, ganada a pulso, en Vitoria. Pasanto se ha pasado de rosca de tanto trabajar. Ya tenía fama en Alhama de Granada de ser casi de hierro, de trabajar de sol a sol y luego buscar leña y volver al pueblo cargado con un haz para que los suyos tuvieran lumbre. Su mujer es una especie de “mamma Albama” en Vitoria. Olía a borrachuelos recién hechos en esta casa que no ha perdido el acento jameño.

 Y cómo lo conserva Josefa, la de Patarra, que está casada con un Chaparro y está hoy de visita en casa de Paesanto.
- Aquí me metí en una empresa, en la Mendizábal.

- ¿Y cómo le ha ido, Paesanto?
- Mucho trabajo, niño, mucho trabajo.

- ¿Tanto?
- Ciento treinta y seis horas a la semana.

- No es posible eso.
- ¿Cómo que no? Mira, lo normal eran diez horas al día. Yo trabajaba veinticinco.

- ¿Cómo? ¿Más que las horas del día?
- Más. Yo entraba a las cinco de la mañana y salía a las once de la noche. Y en algunas de esas horas hacía la jornada con más trabajo todavía y me apuntaban más horas.

- ¿Y cuándo dormía?
- Nunca.

- Cuando le daba sueño, allí mismo se echaba el probe, dice la mujer.
- Yo daba las ocho horas de mi jornada -añade Antonio Vicario- y después me quedaba de guarda. Hacía prácticamente cuatro turnos. Luego llegaba el jefe y me decía, por ejemplo:  “Si para el lunes tienes quitado todo eso, te apunto diez horas más esta semana”.  Y yo cogía el domingo y trasladaba diez mil ladrillos de una parte de la obra a otra. Total, que me apuntaba ciento treinta y seis horas.

- ¿Cuánto se ganaba entonces?
- Yo entré ganando aquí, en Vitoria, 2,50 pesetas la hora, diez rales. Después, pasado algún tiempo, ya ganaba dos duros la hora.

- Entonces se ganaba tan poco -interviene “Mamma Alhama”-.
- Trescientas pesetas -dice Josefa- ganaba mi marlo cuando yo vine.

Antonio Ramos junto a la familia de Antonio Vicario "Paesanto"

HASTA OUE FUNDIÓ SU CUERPO

- Yo me vine primero -continúa Paesanto- con mi hija mayor, la Juana.

Me mandó a llamar mi hermano José, el del cortijo Garcés. Y a los pocos días de estar aquí mandé llamar a la familia. Estos pisos valían entonces diez mil pesetas de entrada. Llevo veinticinco años pagando y a los treinta será mío.

- Desde cuándo está jubilado?
- Siete años. Pero no me jubilé por la edad. Fue por la velocidad de trabajo. Se me agotaba la sangre. Que ya no podía dar más... Como me dijo el doctor Calzada: «Mire usted, son los hierros y se funden; usted, que es humano, con sangre humana, tiene que fundirse más pronto. Usted no tiene ya salvación., ¿Pues....., le dije yo. Y me contestó que tenía que operarme de un riñón, secarme el otro riñón, operarme de una hernia y del estómago. Cuatro operaciones en una. Y que no iba a salir de la operación. “Yo no me opero”, le dije. Entonces el médico preguntó por mis familiares para que firmaran. porque si me operaban yo no iba a salir de la operación. “Pues entonces me voy a mi casa ahora mismo”, le contesté. Y aquí estoy. ¿qué te parece? Ya estoy con la total.

- Usted vino con aquella expedición a trabajar al pantano de Villarreal,
- No; ésos quizá vinieran antes que nosotros. Al pantano vinieron “el Chato”, Juan Ramos, Manuel Segovia, aquel que vendía en la plaza y muchos más.

- Y cuando venía tanta gente. ¿dónde paraban?
- Cada uno con su patrona. Nosotros ya teníamos piso, porque nos lo buscó mi hermano. Luego, todos los que llegaban venían directos a. mi casa.

- Yo ponía —dice la mujer— una olla de porcelana así de grande, de casi medio metro. Había una vecina que me decía: “Huy, pero si esto parece una fonda!” “¿Y qué?”, le decía yo. ¿Qué malo es? ¡Pobreticos. Traían las maletas, y mientras se lavaban, se apañaban y buscaban trabajo, pues estaban en mi casa. Después mi Juana subía y ya les buscaba pensión.

- ¿En qué se colocaban?
- En obras, en todo. - Y todos tenían trabajo. Antes habla trabajo para todos. Hasta salían a buscarlos.

- ¿Y ahora?
- Poco hay — interviene Josefa, que no para de hacer punto—, porque mi hijo no encuentra trabajo.

- Pero es muy joven, Josefa.
- ¡Coña, que tiene quince años¡

- Aquí no se coloca ahora nadie con esa edad, mujer — le contesta “Mamma Alhama”.
- Pues yo coloqué al otro con catorce años — insiste Josefa.

- Eso sería una raya en el agua, porque ahora ni con dieciocho los colocan.
- ¿No me coloqué yo con siete? —dice Paesanto

- ¿Con siete?
- Sí, con siete. En el cortijo “Miravete”, con la Rubia Panarrilla.

- ¿Y qué se podía hacer con siete años?
- Llevar la leche, y con la yegua, la vaca, y con rayos que le partieran a aquello. Allí estaba mi compae Ganapanes, yo y El Chato, El Español.

- ¿El Español?
- Sí, hombre; si tú lo tienes que conocer. El marío de Paquita la del Señor, la mujer del Pincho, de Antonio, que está en Barcelona; su hermano José María está en Castellón. Le decían Paquita la del Señor porque su madre era la que cuidaba la hornacina aquella del Señor del Humilladero.

 
Lorenzo "El Filaqui", Manolo "El Vivito" y "Tres Mil Duros", en Vitoria
 

”Mamma Alhama” saca el coñac y otro plato de borrachuelos.
- ¡Come, que son de tu pueblo, coñaa — me anima Josefa.

- No has perdido nada el acento, Josefa. Hablas igual que cuando estabas allí, en la Joya
- Yo no he cambiao ná. Mi pueblo es mi pueblo. Y llevo aquí diecisiete años.

Mis niños son todos de aquí.

- ¿Y vas mucho por allí?
- ¡Qué val Una vez nada más. ¿Y dónde voy con seis que tengo? Me arruino.

- ¿Cuánta gente de Alhama hay aquí, Paesanto?
- ¿Aquí? Menos el cura, tos. Hay desde luego, por todos los sitios: por Badalona, Tarrasa, Sabadell...

- ¿Y El Espartlllo no estaba aquí? -pregunto-.

(El Espartillo fue un famoso maquis de Alhama. Según Pons Prades, era libertario. No estaba organizado. Pasó unos cuantos años en la cárcel. No tenía ningún delito de sangre y se fue a trabajar a Vitoria.)
- El Espartillo murió hace dos años.

- ¡Vaya! Ahora que íbamos a conocer la historia...
- ¡Menuda historia Esos tiempos ya pasaron. ¡Y qué tiempos!. También murió el único hijo que tenía El Espartillo, con once años.

 Los años del maquis, de los hombres de la sierra, en los tiempos del hambre. Allá por los años cuarenta y cincuenta, Y Roberto dirigía la partida por las sierras de Granada, Y otros actuaban por libre, como El Espartillo y El Cornúo. Entonces éramos niños cuando corrió por el pueblo que El Cornúo había muerto. Como aquellos siete enlaces que los pasearon por el pueblo. Los tiempos aquellos. Después, la yente ya no se echó al monte y viajaba en los trenes de tercera camino de Vitoria, de Tarrasa o de Santa Coloma de Gramanet.
- Mi Teresilla es la que quiere estudiar vasco -dice Josefa-.

- ¿Y a ti qué te parece?
- ¿Y para qué quiere estudiar vasco?. Para ¡chu, chu, chu..., que yo no me entere de na. ¡Anda ya!

- Vosotros, porque no habéis oído a mi hijo hablar en vasco. Que si lo oís os quedáis de una pieza -cuenta una hija de Paesanto-.
- Bueno, yo, si quiere estudiar vasco, que lo estudie —habla Josefa—  Pero yo no le compro ni un libro. Si quiere que lo compren los maestros. Que le enseñen todo lo que quieran. Pero yo no “suerto” ni esto...

- Tú lo que no quieres es soltar la “guita” -le contesta El Vivi, Rafa Sojo-.
- Yo no doy perras porque no las tengo. ¿Qué te crees, que si yo tuviera dineros! no tendría a mi hijo estudiando? Como no los tengo, pues me tengo que... Y estamos a lo que Dios quiera.

 Otra ronda de borrachuelos que saben a pueblo. Recordamos aquella multa que le impusieron a Luis Cervilla, cuñado de El Vivi, como a los curas Pope Godoy,  Quitián, Aguado..., de cuatrocientas y quinientas mil pesetas por el encierro de la curia. ¡Qué tiempos aquéllosl Ha empezado a cantar el jilguero de la casa.

 Paesanto está contento. ¡Y qué tiempos aquéllos! Cuando los cuerpos parecían de hierro y llegaban a fundirse, aunque estuvieran hechos del mejor material humano, como el de Paesanto y su “compae” Ganapanes.

LA PLAZA DE LA VIRGEN BLANCA Y LA PRIMAVERA POLÍTICA DE LOS JUBILADOS

 En la plaza de la Virgen Blanca de Vitoria, entre cientos de palomas que vuelan en los días de sol, se dan cita los jubilados. Aquellos trabajadores que llegaron al final de los años cuarenta a poner en marcha la industrialización de la capital alavesa pasean hoy con boina y cayado. Y aquella plaza es suya, como la Bit-Rambla de Granada, como el Cristo de los Faroles de Córdoba, la Sierpes de Sevilla, la Alameda de Málaga. Andan por allí en corros, por pueblos, provincias o regiones. Aquellos de la boina grande son los vascos. Aquellos otros, siempre juntos, son extremeños. Los gallegos van también apiñados. Los andaluces no tanto, aunque este día sí los encontramos en grupo. Un anciano hace mil preguntas: “¿Han sembrado ya?” “Cómo están los olivos?”  “¿Se han vendido bien los garbanzos?” Aquí huele a campo. A campo andaluz en la plaza de Vitoria. “Aquí no hay más que montes...”  “Si Andalucía es un granero...”, dice otro. Casi todos ellos echaron los dientes en el campo del Sur. Lo escardaron, lo segaron, cogieron las aceitunas, el algodón y la uva. Cambiaron después de trabajo. El frío de las mañanas de Vitoria en la construcción; los turnos de noche en las fábricas; los humos, los gases tóxicos y las jornadas de horas interminables para sacarle algún provecho a la emigración.

Antonio Ramos Espejo
Suplemento extraordinario de Navidad, 23/12/1978
Págs. 14-19.