La magia de ser un Montilla



El mago Montilla, con raíces en Alhama, se presta a la prestidigitación para revelar con ceremonia el veredicto de las últimas elecciones en Cataluña.


Noviembre 2006.- Rodeado de palomas y conejos, vestido de ceremonia en su casa de Castelldefels para la gran representación, Alain Montilla Castellsaguer mueve su varita mágica pocas horas después de que los políticos cerraran el acuerdo. Abracadabra, hocus pocus, simsalabim... El mago Montilla, con raíces en Alhama (Granada), se presta a la prestidigitación para revelar con ceremonia el veredicto de las últimas elecciones en Cataluña, acuerdo tripartido mediante. El pacto está cerrado entre los partidos y de la chistera del ilusionista sale el próximo presidente de la Generalitat: José Montilla Aguilera, el catalán de Iznájar (Córdoba). No hay broma.

 Lo que Alain, bisnieto de un capitán que sirvió a las órdenes de Alfonso XII e hijo de un exiliado de la Guerra Civil, no termina de decir con palabras lo hace ver al trasluz del truco. Y es entonces cuando de su sombrero de copa asoma sonriente el rostro de quien perdió pero ganó. A ver quién es más mago en tan intrincado acertijo.

En La Cantonada (Esquina, en catalán), el bar de Rafael Montilla Callado en el barrio barcelonés del Montbau, los clientes no paran de bromear con la coincidencia del apellido. Un paisano señala una portada de periódico enmarcada y dispara: «Vas a ser más famoso que el presi». A Rafael, el Montilla emigrado a Barcelona desde Menjíbar (Jaén) al despuntar los 70, se le ve contento. Hacía mucho tiempo que no votaba a quien terminaría en la poltrona. Esta vez hizo diana, aunque una de sus hijas se dejó llevar por CiU.

«Pues sí, le votamos porque era, como yo y como mi padre, un Montilla», dice él mientras descuelga de la pared la portada de CRONICA del 27 de noviembre de 2005. Debajo de su foto, un titular con vocación ya entonces de futuro: «Ser un Montilla en Cataluña». El subtítulo del reportaje abundaba en la radiografía: «Según Telefónica, allí hay 771 abonados con el apellido del ministro, parte de los 845.000 inmigrantes andaluces. Preguntados, se sienten catalanes y españoles, dicen no al término nación, sí a más financiación y todos quieren un crédito montilla». El Estatut, salvado in extremis más tarde por el vencedor derrotado, Artur Mas, marcaba entonces el debate nacional, trufado por lo últimos ecos del crédito que la Caixa había perdonado al PSC por obra y gracia del ministro Montilla. Su empeño, y fracaso, con la OPA de Gas Natural a Endesa, llegaría más tarde. Tampoco se electrocutó.

Han pasado sólo 12 meses y CRONICA regresa para constatar un nuevo escenario, impensable hace nada, y retratar el paisaje con los ojos de los hijos de la emigración. Aunque han desaparecido algunos de la guía telefónica (de 771 quedan 709, y se han evaporado los 17 que constaban en Lleida), persiste un batallón con acento andaluz que nos habla de la nueva Cataluña de Josep. De Montilla a Montilla.

«Un año en política puede ser una eternidad»... El sociólogo Gabriel Colomé encaja de buenas no haber sabido ser profeta en su tierra. Cuando, un año atrás, disertaba sobre cómo, a su juicio, no había «impedimento, en función de tu origen, para llegar a ser lo que tu quieres ser» en la Cataluña que él dibujaba como remedo de la rica California de las oportunidades, callaba ante la pregunta inevitable: ¿Está preparada esta tierra para tener un presidente de la Generalitat de apellido... Montilla? «Decir algo sería política ficción», rehuía el vaticinio.

Ahora, a toro pasado, el sociólogo analiza y mira adelante. Por más que haya quien se empeñe en caceroladas y crespones negros (ocurrió días atrás, tras la fumata blanca de Montilla, Carod y Saura), «como si el palacio de Sant Jaume fuera un munifundio propiedad de nadie», Colomé cree que el que parecía lejano futuro ya está aquí.

Pese a la preocupante abstención, pese a la pérdida de 242.000 votos de los socialistas, pese a que enseguida han aparecido historiadores para precisar que ya hubo (siglo XVII) otros dos presidentes de la Generalitat de origen andaluz, obispos ambos, la llegada de Montilla al sillón de los Honorables «es una buena lección que representa lo que representa: lo que ha sido y cambiado este país desde los años 60».

Un viejo adagio de la Transición sirve hoy de mirador. Decía que España alcanzaría la normalidad democrática cuando un catalán gobernara en la Moncloa y un charnego se sentara en el Palau catalán. ¿Qué dicen ahora los Montilla de Cataluña?

Natividad, que además de compartir apellido es de Iznájar, habla desde Salt, en Girona, donde lleva 34 de sus 51 años. «Le pido a mi paisano Montilla que demuestre que los charnegos, sin ser un término ofensivo, también servimos. A nosotros nadie nos ha tratado mal. Que él no trate mal a nadie, que haga a todos por igual». A su lado aparece Felipe Montilla Franco, su hermano 11 años mayor que construyó autopistas y trabajó en una fábrica de enchufes antes de su jubilación. Ninguno de los dos, votantes del PSC, descarta que puedan ser parientes del futuro president. «Primos o no, le pediría que montara una comida con todos los Montilla de Iznájar que hay en Cataluña», dice Felipe. Él llevaría a sus tres hijos y cinco nietos. Natividad, durante mucho cocinera de Las Hermanitas de los Pobres, a sus hijas.

La gran familia de la emigración andaluza asentada en Cataluña a partir de la década de los 60 supera, con su larga descendencia, el millón y medio largo de habitantes (siete tiene toda la Comunidad). Los Montilla suman un buen pellizco. A falta de otro contador, la guía telefónica nos brinda un mapa certero de su histórico asentamiento. De los 709 que aparecen en los listados, 34 están en Tarragona, 42 en Girona y 633 en Barcelona, especialmente en el llamado cinturón rojo metropolitano que conforma la comarca del Bajo Llobregat más Hospitalet. No es casualidad que sea una de las únicas tres, de un total de 41 en que se divide Cataluña, donde el catalanista PSC de Montilla logró la victoria.

No hubo efecto Montilla ni entre los hijos de la inmigración. «La gente no ha votado por el origen del candidato», opina el sociólogo Colomé. En todo caso, y más allá del mágico triunfo final de Montilla, la gran verdad es que la gente no ha votado. A él, en concreto, 241.687 menos que a su antecesor, Maragall. Salvo la Esquerra Unida de Joan Saura y el neonato Ciutadans de Albert Rivera, ningún partido escapó al castigo. Aunque el Tripartito suma el 50,43% de los votos (1.485.308) de quienes se movilizaron el 1-N, la cifra palidece ante el total de ciudadanos convocados: 5.212.444.

LOS OTROS ANDALUCES

A Montilla también le fallaron los amontillados, sus andaluces. Algunos, verdad que sin su apellido, se la tenían jurada. Como el escritor granadino Pedro Morón, 55 años, desde 1961 en Barcelona. «Soy anti-Montilla porque no defenderá el sentimiento de la nación catalana», hace de portavoz de la asociación Els Altres Andalusos (los otros andaluces), con 450 convertidos a la causa nacionalista. «Que CiU gane con 48 escaños para quedarse fuera, mientras tres perdedores se unen para vencer es un fallo en la democracia. La fuerza mayoritaria quedará otra vez secuestrada».

Con menos discurso, muchos montillas de a pie apostaron calladamente por otro candidato o se quedaron en casa. «Yo en las próximas ya ni pienso votar», dice desencantado José Montilla, el homónimo del político que fue electricista y fontanero antes que jubilado en Hospitalet. De Alhama, como el bisabuelo del mago, a este «andaluz de nacimiento, catalán de adopción y castellano de sentimiento» que terminó votando a Mas, le cuesta entender, con 61 de sus 63 años en Cataluña, «esa especie de fraude electoral» que abre las puertas del poder a Montilla y al resucitado Carod-Rovira. Pero su pega, cree él, es peccata minuta con la que pondrán al de Iznájar «los catalanes de sangre». Su aviso a navegantes: «El catalán catalán, el que yo llamo de socarrel, cree que le estamos usurpando algo».

Tampoco apellidarse Montilla por partida doble, ni vivir en la calle Pablo Iglesias de Badalona determinó el voto de Mariano Montilla Montilla, trabajador de la limpieza llegado de Linares (Jaén) hace 18 años. En realidad no votó, por un lío con la mesa electoral porque acaba de cambiarse de casa. «Hubiera apoyado, como siempre, al PP», aclara.

EL VICIO DE BARTOLOMÉ

Pero para incondicional, Bartolomé Montilla Teruel, de Cornellá, la ciudad de la que Montilla fue alcalde durante dos décadas. Bartolomé ya lo advertía hace un año: «Yo sólo tengo un vicio, y no renuncio a él: soy incondicional de Montilla». Y, como él, se siente «un catalán con sangre andaluza. Un catalán como cualquier otro».

Pocos lugares como Cornellá, patria chica de los Estopa y gran urbe del cinturón rojo barcelonés, para reconstruir con tino el largo viaje que en Cataluña ha hecho posible el abracadabra que transforma al desarraigado charnego en Montilla.

Mucho antes que Honorable, título de todo presidente de la Generalitat, Montilla fue, como clandestino líder de la Joven Guardia Roja, El Guerrillero. Proveniente de una remota aldea cordobesa, El Remolino, que terminó bajo las aguas del mayor pantano de Andalucía, la familia del nuevo presidente aterrizó en Cataluña en 1971. José tenía 16 años y en el instituto pronto se dejó la melena larga y militó en el antifranquismo. Después llegarían, sin solución de continuidad, su salto al PSC, dos intentos fallidos de hacer carrera en la Universidad y una oposición, ésta sí aprobada, de administrativo.

La política -su primer cargo público, de concejal, es del 79- ha sido su gran maratón. Cuando Zapatero le llamó para ser ministro de Industria, Montilla encarnaba como pocos el sueño del hijo de obrero emigrante andaluz. La política se lo había dado todo, o casi. Vivía en una torre en la rica zona residencial de Sant Just, mandaba a las trillizas de su segundo matrimonio al colegio donde estudió el mismísimo Pujol (el Alemán), hablaba de tú a tú a la divina cúpula del PSC, todos con lustrosos y viejos apellidos catalanes... Sus padres, hoy retirados en Calafell, en la costa de Tarragona, y la única hermana que le queda con vida, trabajadora desde los 15 años en la empresa Gallina Blanca, han podido contemplar su triunfante ascensión.

«Si no es por tanta abstención, gana por mayoría», dice desde su bar Rafael Montilla. La única magia que él, «currante de 14 horas diarias», conoce es de bote. Hace ya dos años que se trajo de su tierra natal una rama de olivo que cuelga junto al mostrador. «Míralas, conservo las olivas con laca, y aguantan. Cada poco le pongo un poquito». Hace un año suspiraba por «un crédito montilla», pero sabía que ese truco es imposible para alguien como él. Sus dos hipotecas (para casa y negocio) siguen intactas.

«Cuando me jubile aún me quedarán seis años», no olvida Rafael. Pero tampoco pide a su paisano nada para él: «De andaluz a andaluz le diría que hiciera bastante por Cataluña. Estamos aquí, somos ya de aquí... por nuestra otra tierra tienen que trabajar los de allí. Lo que sí le pediría es que acabara con los precios criminales de las casas, que no hay chaval que pueda, que ponga las autopistas gratis, centros para los ancianos, guarderías públicas... Mi hija se ha tenido que buscar un trabajo por las mañanas para poder costear la guardería de su pequeña».

La voz de los Montilla a veces resuena en las alturas con tono infantil. Es la antxaneta Paula Montilla desde lo más alto del castillo humano que forman los Minyons de Terrrassa. Lleva dos de sus cuatro años escalando castellets. Xavier, su padre, arrima el hombro desde abajo... En las elecciones, este catalán de cuarta generación lo hizo con CiU. «Normalmente voto a partidos que sean catalanes», explica. Y normal ve que José Montilla sea el próximo presidente. «Son las reglas del juego. Claro que no me siento frustrado por haber votado a Mas... Que el pacto de Montilla, Carod y Saura haga presidente a alguien de origen andaluz no lo vivo como un hito histórico. Entra dentro de la normalidad presente de este país...».

Del pasado algo sabe el mago Montilla, Alain. Y no sólo porque su padre, en la II República, fuera secretario personal de un presidente interino de la Generalitat, el breve Félix Escalas. «Cuando volvimos a vivir a España, en 1957, vi cómo apellidarse Montilla estaba aquí tan mal visto como en Francia», dice. ¿Y el futuro, tú que eres mago? «Je ne sais pas»... Colomé, el sociólogo, se atreve a ir más allá. «Restados los años de la dictadura, la emigración de los 60 ha tardado tres décadas en tocar poder. Si aplicáramos estos plazos a la emigración magrebí, que tiene ya hijos con 10-12 años criados aquí, en 30 años ellos estarían en la cuarentena y ...». ¿Un Ibrahim, o Mohamed, llamando a las puertas de Sant Jaume? A partir del próximo 25 de noviembre, el sillón será de Montilla.GICO DE MONTILLA... opa, los montilla..

Con información de Héctor Marín (Barcelona) y Marta Rodríguez Font (Girona)

ILDEFONSO OLMEDO para CRÓNICA