Alhama de Granada en la tradición romancística



No pretendo en este artículo hacer un análisis de la tradición histórica alhameña romancística ni de las gestas que narran. De ello se ha ocupado con sumo rigor, el alhameño-malagueño Andrés García Maldonado, que fuera presidente de la Asociación de la Prensa, y a cuya permanente inquietud investigadora se deben innumerables títulos que nos narran aconteceres históricos de esta célebre ciudad.

María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora

 Pero sí quiero hacer especial referencia, amén de destacar la vigencia del género en la actualidad, a los bellísimos romances “fronterizos”, canciones populares históricas que refieren episodios de las últimas etapas de la lucha contra los moros y que han sido calificados como “joya incomparable de la poesía castellana”. En su mayoría fueron compuestos durante la última etapa de la Reconquista en las fronteras de los reinos moros-de aquí su nombre-, con preferencia en el de Granada, al compás de los mismos hechos que refieren y de los que, pese a su lujo descriptivo y profundo lirismo, constituyen una auténtica fuente de información.

 Particularmente notable entre los que aluden a la guerra de Granada, es la hermosísima elegía a la pérdida de Alhama, con su estribillo de gran valor musical: ¡Ay de mi Alhama! El poeta cristiano no lo compuso desde el entusiasmo de los vencedores por la conquista de tan importante plaza militar, sino desde el dolor de los vencidos por boca del propio rey de Granada.

 En los romances que celebran las victorias de los cristianos es tratado el enemigo con admiración, como valiente y digno por su arrojo del respeto de los vencedores. Sobre este sentimiento calificado de maurofilia escribe M. Pidal:” Cuando(...), quedó solo sobre el suelo de la Península el reino de Granada como vasallo tributario de Castilla, sin representar ninguna importante amenaza (...); los castellanos, lejos de sentir repulsión hacia los pocos musulmanes refugiados en el último reducto de Granada, se sintieron atraídos hacia aquella exótica civilización...”



 En el citado romance, el anónimo poeta representa el dolor del rey moro al anuncio de la pérdida de Alhama; el musulmán pasea inquieto e iracundo por la ciudad, cabalga luego, sube a la Alambra y desde allí manda tocar las sutiles trompetas de plata, que dan la alarma a los “moriscos de la vega”. Cierto anciano le pregunta el porqué de la reunión y se entera de la triste noticia; un canoso alfaquí (“doctor de la ley”) la interpreta como castigo por las culpas del rey, y vaticina su próximo fin:”Paseábase el rey moro/por la ciudad de Granada, /desde la puerta de Elvira/ hasta la de Bibarrambla./- ¡Ay de mi Alhama!...”

También este romance tiene un ritmo lírico, parecido al de la elegía árabe; a cada doble hemistiquio sigue, como un grito desolado, el estribillo “¡Ay de mi Alhama!”, desbordamiento lírico de un alma que llora una pérdida irremediable. ¡Ay de mi Alhama!, lloran las pequeñas hornacinas, las tazas de las fuentes, los bosques melancólicos...La historia es más poética que la poesía misma. En esta elegía la fuerza del dolor o del amor rompe el enrejado de los clisés y de los moldes. Con esta importante pérdida nos parece vislumbrar un islam moribundo, entre tumulto de lamentaciones...



 ¡Alhama musulmana...! Admirable mundo ideal, que comprende desde las reminiscencias del lejano desierto hasta las cosas que están delante de los ojos.

 Un segundo romance sobre la toma de Alhama narra la suerte del que perdió la ciudad, y comienza con ímpetu amenazador:”Moro alcaide, moro alcaide, / el de la vellida barba, / el Rey te manda prender / por la pérdida de Alhama. / Y cortarte la cabeza / y ponerla en la Alambra, / porque a ti castigo sea / y otros tiemblen en mirarla. / Pues perdiste la tenencia / de una ciudad tan preciada”.

 El gobernador responde que él se encontraba con licencia para asistir a la boda de una hermana; con licencia en debida forma, concedida por el rey, y se lamenta de haber perdido fama y honor, así como a su mujer y a su hija, que ha dejado de llamarse Fátima, para convertirse entre los cristianos en María de Alhama. Luego se enfrenta resignadamente al suplicio:”El alcaide respondía, / de esta manera les habla: / Caballeros y hombres buenos/ los que regís a Granada, / decid de mi parte al Rey / cómo no le debo nada; / yo me estaba en Antequera / en las bodas de mi hermana /-mal fuego queme las bodas / y a quien a ellas me llamara-, / El rey me dio la licencia, / que yo no me la tomara, / pedila por quince días, / diómela por tres semanas...”

 Todas las pasiones que animan al protagonista de este romance son humanas y naturales. En sus relaciones con el rey procede con un profundo sentido de lealtad; sabe que aquél le trata injustamente, mas nunca quiere enfrentarse con su señor natural y acepta con noble resignación su resolución a morir. De especial importancia para valorar todo el sentido humano del personaje son sus conmovedoras palabras con las que expresa el dolor por la ausencia de su hija y de su esposa. Hasta tal punto son entrañables los sentimientos conyugales y paternales del moro alcaide que podemos ver en él un carácter cotidiano, lleno de amor y ternura. Pero esta condición no es sino reflejo del gran realismo del poema, que capta los hechos en toda su sencilla verdad.

 Juego de cañas en Bibarrambla, cabalgadas en la vega, sangre de abencerrajes, esclavas cristianas, ciudades que se pierden como novias...¡Ay de mi Alhama ¡ Y un buen día los Reyes Católicos entran en Granada, donde dormirán para siempre su sueño de mármol.



 Dijo M. Pidal que “existe una clase de poesía encarnada en la tradición, arraigada en la memoria de todos (...); el pueblo la ha recibido como suya, la toma como propia de su tesoro intelectual, y al repetirla, no lo hace fielmente de un modo casi pasivo, sino que sintiéndola suya, hallándola incorporada en su propia imaginación, la reproduce emotiva e imaginativamente (...)”. Eso es lo que he pretendido con mis palabras, tratar de penetrar en la secular esencia de esta entrañable y hermosísima tierra, para de alguna forma resucitar parte de su historia que es como una narración inacabada en la que todos los alhameños y alhameñas son protagonistas.