Reflexiones sobre la canción española



Definir la canción española exige que se tengan en cuenta muchos factores. Se trata de un texto que cobra vida cuando tiene melodía, ritmo, soporte de voz y participación instrumental de una orquesta.

María Jesús Pérez Ortiz
Escritora y biógrafa de Juanita Reina

 También exige un lugar determinado, una presencia humana que dé su tonalidad a la interpretación y una dramatización adecuada. Sin olvidar a los oyentes que contribuyen a redondear el fenómeno en su totalidad.

 Cuando la canción se constituye en espectáculo se saborea lo que es: una voz, una presencia, al servicio de un texto y una música. Es lógico añadir una escenografía propia de cada canción y unos decorados adecuados a la personalidad de la artista y a su repertorio.

 La teatralización de la canción propios de la faceta andalucista o regionalista siempre tuvo sus adeptos. En la posguerra, la sucesión de números distintos impone un gran escenario y un mayor esfuerzo en el aderezo, lo que implica lujos coreográficos y escenográficos y grandes espacios escénicos.

Hubo dos concepciones distintas de la canción: la canción a palo seco, con decorado sobrio que no distrae delo esencial y donde se privilegia la voz y el dramatismo de los textos y la canción teatralizada que aunque parte del mismo objeto, sin embargo con concepciones diferentes de la representación del texto. En la historia de la canción la música la lleva hacia el baile, la letra hacia el teatro y la personalidad de la intérprete hacia una sublimación.



 Pero mucho más importante que los decorados para la identidad de la canción es la búsqueda de una personalidad en cuanto al vestuario. Pienso que por encima de todo, la manera de vestir define un estilo, un repertorio, una escenificación de las letras y una dramatización. El traje condiciona la percepción del oyente e incluso el sentido de la canción, realzando el texto y participando en su dramatización.

 De otro lado, la lectura de libros dedicados a las grandes, escritos por exegetas incondicionales tienden a ponderar la voz con insistencia y, sobretodo, la dicción de cada una. Es evidente que ha habido grandes voces en la canción española, cada una con sus tonos, registros y matices; pero el hecho de que sean, a la vez, cantantes y actrices, es decir que sepan igualmente recitar y vocalizar, supone una doble competencia que no abunda. Lo que es cierto es que en algunos casos se ha concedido privilegiar la dimensión dramática, a expensas de la vocal.



 Las buenas voces, aunque escasas recibieron un golpe casi mortal cuando el micrófono vino a suplir a las vocecillas desfallecidas.

 En la canción concebida como espectáculo total concurren la personalidad de la artista, el vestir, la voz y los gestos. El talento consiste en elevar la canción a la categoría de drama en reducción en el que todos los elementos físicos participan en la significación y en la representación. La voz es, a la vez, el primer instrumento, el soporte de la intriga y la primera sensibilización del drama. Esto explica que la noción de perfección vocal se haya trasladado del plano exclusivamente musical a un plano más emotivo y teatral. La agilidad vocal significa realmente, en la canción, una expresividad más física que tonal, e interviene en la gestualidad general de la cantante. Ésta debe emocionar o hacer reír, expresar el alma del personaje. El gesto, la actitud, la voz tienen que ser enormemente expresivos. La artista en el escenario debe elaborar su propio universo gestual, construir la significación de su cuerpo, sus movimientos y sus palabras.

 De otro lado, la artista para triunfar necesita ser elegante, de gusto refinado en el ademán, en el gesto y huir de la afectación. Como biógrafa y admiradora de la inolvidable Juanita Reina (y no quiero con ello ser parcial y tal vez caer en exageraciones...), me van a permitir unas reflexiones: recuerdo a la artista en el escenario mimando con sus manos su Capote de grana y oro. La decía con tal sentimiento poético, que es difícil no sentir la sacudida del arte verdadero. Y su súbita reacción al final, al llevarse las manos a la frente y, tapándose con la mantilla, hacer un mutis inolvidable.



 La actuación ante el público, su proximidad y la falta de micrófono permiten efectos de voz, matices expresivos y una gestualidad más libre. Esto implicaba que el cuerpo, los brazos, las manos, la mímica de la cara, tuvieran que participar en la interpretación.

 Hoy día, tal vez por la carencia de autores de la talla de Quintero, León y Quiroga, entre otros..., es escaso el número de las que estrenan una canción; estamos acostumbrados a oír cantantes de copla que se apropian de los éxitos de las grandes modificando su interpretación, viéndose obligadas a singularizar cada canción, hasta el plagio, a captar la percepción de los oyentes para asegurar el propio éxito.

 No soy una experta en copla, pero sí una estudiosa y amante del rigor, por ello sufro ante comentarios desacertados de personas que se supone debieran estar mejor informadas. Mi modesto consejo a las jóvenes aprendices: deberían dar un repaso a la historia de la canción española. Y que Dios reparta suerte...