Descubriendo Jayena



Una impresión sobre este pueblo de raíces auténticamente serranas.



Panorámica sobre el valle del río Cacín

 Estamos en la vertiente granadina del Parque Natural de Tejeda, Almijara y Alhama. Al otro lado de esos montes azules que se ven en el horizonte, ya en la provincia de Málaga, se ubican los pueblecitos de la Axarquía; si bajamos un poco más llegaremos al mar. Esta es, por tanto, la cara norte de esas sierras. Ya desde la misma carretera que viene de Granada sorprende el paisaje, que visto desde esta perspectiva parece un mapa enorme, como si la mano de un gigante lo hubiese dibujado a gran escala. Y da igual si es primavera, otoño, invierno o verano, porque en esta zona cada estación tiene su atractivo particular. Lo primero que llama la atención son las grandes extensiones de tierras de labor, cambiantes según la época del año: los olivares tan ordenados cultivados en hileras junto a los almendros de troncos retorcidos que se extienden aquí y allá, alternándose con los sembrados de cereales y alguna zona de barbecho. Cuando llega la primavera estos campos son como un jardín de almendros en flor y praderas verdes salpicadas de amarillo y en verano, con los cultivos secos y ya segados, parece enteramente, desde lejos, que los rastrojos son de terciopelo color dorado.

 En el centro del valle y en contraste con las tierras de labor destaca la brillante lámina de agua -que en los días despejados es de un llamativo color azul turquesa- del embalse de los Bermejales. Recibe los aportes de los ríos Grande, Cebollón, Játar, Fornes y Añales así como los de numerosos arroyos y barrancos que en temporada de lluvias desaguan allí. Su presencia siempre anima el panorama dándole un toque de color, más o menos alegre dependiendo de si el tiempo está despejado o no. Aunque también es verdad que incluso en los días más crudos del invierno, cuando las cumbres de la sierra se pierden en el cielo oscuro, desbocado por el viento y las nubes de tormenta, el embalse de los Bermejales todavía consigue hasta iluminar el paisaje, pues refleja todo lo que le rodea como si fuese un inmenso espejo líquido. 


Embalse de los Bermejales

 Desde esta perspectiva el horizonte se cierra con el perfil quebrado de las cumbres almijareñas, que se recortan contra el cielo muy gallardas ellas; parecen hermanas presumidas que van de la mano, conscientes de lo guapas que son y de que componen un telón de fondo único. A poco que se conozcan, se pueden identificar y diferenciar entre sí claramente algunas de las cimas más importantes de esta parte del Parque Natural, pues cada una tiene su forma característica y casi una personalidad propia: la gran mole gris de la Maroma, los pedregosos Malascamas y Cerro de la Chapa, el Salto del Caballo con su caseta de vigilancia forestal, la forma peculiar de Piedra Sillada, el piramidal Lucero, el redondeado y distante Navachica… esta panorámica del macizo presidiendo el valle del río Cacín es magnífica, sobre todo cuando llegan las heladas del invierno y sus cimas se cubren de nieve.

 En las estribaciones de esas montañas se asientan varios pueblecitos, aunque desde este punto de vista no se ven todos: Játar, Arenas de Rey, Fornes, Jayena, Cacín o Los Bermejales, que forman parte de la comarca de la Comarca de Alhama, están situados entre pinares y campos de cultivo y son municipios pequeños y tranquilos, contagiados ellos mismos por la calma de sus paisajes, de tradición agrícola y ganadera principalmente incluso hoy, en pleno siglo XXI. En ese sentido son un poco diferentes de sus hermanos del otro lado de la Almijara, los pueblos de la Axarquía malagueña. Aquellos, gracias a su proximidad al mar y por tanto a la posibilidad de recibir turismo internacional, han podido desarrollarse y prosperar en las últimas décadas, digamos, de otra forma. Pero no hay que dejarse llevar por las apariencias; todos los municipios diseminados por las laderas de esta frontera natural -que no separa sino que une- que es Tejeda, Almijara y Alhama, ya sean los pueblitos turísticos del lado malagueño o los agrícolas del granadino- tienen en común mucho más de lo que parece. No se trata ya solamente del medio físico que comparten, sino también de una historia entrecruzada, de lazos familiares en muchos casos, y sobre todo del alma serrana de sus habitantes, que aman y respetan profundamente las montañas de las que han dependido para su sustento durante generaciones.


Jayena desde la Mesa de Jayena

 Ese pueblo de ahí abajo, el que está situado en la orilla del Río Grande -o como sus habitantes prefieren llamarlo, Bacal o Vacal, que de las dos formas se ve escrito- es Jayena. Medio escondido entre vegas, campos de cereales y olivares, está sólo a unos 45 kilómetros de Granada capital. No es una localidad grande -desde arriba parece casi una maqueta- ni tampoco tiene muchos habitantes; son las secuelas de una emigración forzosa durante muchos años que ha ido mermando su población, al igual que ha ocurrido en casi todos los lugares de esa comarca.



 Jayena es un pueblo como los de antes, sobrio y auténtico; no ofrece la clásica imagen del caserío blanco andaluz de folleto turístico, pero sí que, para quienes llegan de fuera, conserva intacto todo el encanto de los entornos rurales de otros tiempos. Esa simplicidad se aprecia en la calma de su ambiente, en el heterogéneo conjunto de casitas -unas grandes, otras más pequeñas-, todas diferentes, que se agrupan alrededor de la iglesia y de la calle principal, y en la tranquilidad de sus plazas, que parecen indiferentes al paso del tiempo. Su población no está compuesta por un mosaico variopinto de personas de distintas nacionalidades -turistas, bohemios, artistas- como ocurre en los pueblos almijareños al otro lado de las montañas. Las gentes de este lugar -los jayenuzcos o jayenenses- son, la mayoría, descendientes de lugareños "viejos", oriundos del pueblo o de otros cercanos, desde hace generaciones, y muchos están emparentados entre sí, con lo que se podría decir que la población de Jayena es casi como una gran familia. 


Plaza de la Iglesia


Ayuntamiento

 Es posible que en una primera impresión pudiese dar el perfil de un pueblo en decadencia, como tantos otros que han pagado caro en el pasado y aún continúan haciéndolo, el precio del éxodo de sus gentes hacia las zonas urbanas. Tiene, es verdad, algunas casas deshabitadas y en ciertos momentos del día quizá se ve poca gente por las calles. Pero la realidad de Jayena es la de un pueblo activo, de población estable y trabajadora, que se renueva cada día gracias al esfuerzo de sus habitantes -jóvenes y menos jóvenes- que ante todo aprecian el valor de su localidad por lo que fue, por lo que es y por lo que sin duda será. Porque los hombres y mujeres de Jayena, aunque se dediquen tradicionalmente a la agricultura y la ganadería, contemplan también otras posibilidades de progreso y crecimiento precisamente gracias a la cercanía de la sierra: más de la mitad de su término municipal está dentro de los límites del Parque Natural de las sierras de Tejeda, Almijara y Alhama. Esta circunstancia atrae durante todo el año, y cada vez más, a montañeros y senderistas de muchos lugares, que dinamizan el pueblo y lo sacan de su rutina cotidiana, deseosos de conocer los preciosos senderos que parten desde las afueras y se internan por toda la Almijara. Este gusto por las actividades de montaña también incluye a los mismos vecinos del lugar, ya que Jayena cuenta además con su propio club de senderismo -que en unos días cumplirá dos años-: el Club Navachica, que lleva el nombre de una de las cumbres más emblemáticas de la zona. 


Miembros del Club Senderista Navachica

 La población de Jayena se mantiene más o menos fija, con una ligera tendencia a la disminución; pero el colegio del pueblo acoge a setenta y seis niños y niñas de todas las edades -es el Centro de Educación Infantil y Primaria más grande de los alrededores- y ya se sabe que mientras haya niños el futuro de un lugar está, al menos en teoría, garantizado. Los jayenenses son en general gente pausada, afable y por lo que hemos podido comprobar, también de agradable conversación, sobre todo algunas personas mayores con quienes hemos tenido la oportunidad de charlar tranquilamente, que nos contaron cómo se han dedicado en cuerpo y alma a ciertos oficios inevitablemente casi perdidos ya, por "culpa" del progreso. Estos mayores son gente acostumbrada a los rigores de la vida en otros tiempos, que solía abundar en trabajo y escasear en casi todo lo demás; personas que sufrieron con estoicismo, porque no había más remedio, las particulares consecuencias de la posguerra en esa comarca, pero que hoy, a la hora de hacer balance, como sabios, todo lo consideran vivencias de las que hay que aprender.



Calle Carril, antes y ahora

 Personas como José Fernández, el antiguo alguacil del pueblo, un hombre que a pesar de su edad nos dedicó junto con su mujer, ambos con la misma amabilidad, una mañana de su tiempo a contarnos sus experiencias como alguacil de Jayena, allá por los años sesenta del siglo pasado. O como el cordial y atento José Núñez, albardonero, -un delicado oficio de artesanía que persiste todavía porque José continúa ejerciendo por afición en sus ratos libres-, aquel muchachito que se vino de la costa a vivir al interior, y terminó casándose y estableciéndose en Jayena, lugar al que aprecia como si hubiese nacido allí. Personas como José Morales, un hombre no demasiado mayor aún, sencillo y generoso, que ha tenido muchos oficios en su vida y que hoy es esenciero de plantas aromáticas por vocación; tan amante de la montaña que le gusta recorrer los rincones de la Almijara desde mucho antes de que se inventase la palabra "senderismo". O gente como el matrimonio formado por Luis Durán, capataz de la finca de los antiguos marqueses y Cándida, su mujer, que sólo tienen buenos recuerdos y buenas palabras para esa familia de terratenientes que tanto bien hicieron por Jayena y sus habitantes en otros tiempos, más difíciles que los actuales. O como el amigable Manuel Pérez, el anciano pastor de los ojitos azules, cuyos primeros pasos en la vida como niño huérfano fueron una continua prueba de supervivencia frente a todo tipo de adversidades, de las que consiguió salir airoso a base de entereza y empeño; todo un ejemplo de superación.



Casa de la Plaza, antes y ahora

 Cada una de estas personas, cada uno de sus relatos -y seguramente habrá muchos más- merece ser contado en un artículo propio, pues sus vidas son un ejemplo de puro esfuerzo, aceptación sin vacilaciones de las circunstancias y superación de los obstáculos que les tocó vivir. Ellos, cada uno a su manera, cumplieron. Escuchar la experiencia de vida de estos supervivientes del siglo XX resulta verdaderamente enriquecedor.


Antiguos depósitos de agua, hoy Centro de Interpretación y Recursos Turísticos

 Dicen que para conocer bien un lugar hay que haber jugado entre sus calles y plazoletas desde niño; a esta afirmación quizá habría que añadir que, del mismo modo, es fundamental escuchar a sus mayores. Jayena y los demás pueblecitos de la Comarca de Alhama permanecen y avanzan a pesar de haberse mantenido tanto tiempo al margen del turismo ajetreado de sus vecinos del sur. Y quizá sea precisamente esa calma y naturalidad, que retrotraen a otros tiempos, lo que muchas personas buscan también -además de sus maravillosas montañas- en estos lugares. 


Panorámica desde el Mirador del Haza de la Encina

Fotografías: Carlos Luengo Navas.