Es justo que rindamos debido reconocimiento al Teleclub y al párroco que lo propició, el admirado Don Francisco Carmona.
Abordamos en esta ocasión una institución que se abrió paso en Comacón allá por las postrimerías de los años 60 del siglo XX, y que supuso un antes y un después en la cotidianidad del pueblo, cerrando una brecha entre generaciones, que se aunaron para conseguir…en teoría, ver la televisión los mayores, y reunirse sin más los menos mayores.
Auspiciado por un cura veinteañero, postconciliar y ye-yé, Don Francisco Carmona, el teleclub “Federico García Lorca” de Cacín supo aglutinar a sus habitantes, y fomentó la apertura del pueblo a los nuevos tiempos.
Es justo, por tanto, que rindamos debido reconocimiento a ambos, al Teleclub y al párroco que lo propició, el admirado Don Francisco Carmona.
El teleclub de Cacín (I)
“Vi a un barbado paisano
a la puerta del teleclub
y pregunté:
- ¿Sabes si tienen wifi ahí?
- Ni idea, yo bebo Larios,
pero tienen de casi todo.”
(Fulgencio Fernández - La nueva Crónica, 19-9-2019)
Logré una “audiencia” con él hace unos días. Nos veríamos bajo la estatua de la Inmaculada Concepción, en la plaza del Triunfo de Granada. Desde el edificio de la Delegación de Hacienda, crucé la Avenida de Calvo Sotelo o de la Constitución, y emprendí la pequeña ascensión hacia la fuente de los mil caños - la más grande de la ciudad -, escoltada la imagen mariana por el Hospital Real, y flanqueada por Fray Leopoldo a su izquierda. La estatua estaba rodeada por varios policías, y eso distrajo momentáneamente mi atención: igualico, igualico que en los años 60 y 70 del siglo pasado, en el día de la precitada Inmaculada Concepción, cada 8 de diciembre, patrona de Farmacia, y lugar de reuniones “subversivas”, y, por tanto, prohibidas. Era un lugar clásico para correr delante de los grises. ¿Pero qué hacían allí estos policías en pleno mes de mayo de 2024? De inmediato recordé que no era a ellos a los que iba a ver, y una breve mirada en derredor me hizo vislumbrar la figura de la persona que me esperaba ya, minutos antes de la hora convenida, fiel a su hábito de la puntualidad, que no es más que una muestra exquisita de respeto: escueto y algo menguado - como todos nosotros al pasar la cortina de años, esas losas que nos van achicando y jibarizando – elegantemente vestido, pantalón azul marino y chaqueta beige, gafas de corte intelectual que presagian los mismos ojos inquisitivos y vivarachos de hace cincuenta años, andares peculiares de pies planos de aquella persona que transformó a los jóvenes de Comacón: Don Francisco Carmona, in person.
• ¡Cincuenta años, Don Francisco, y sigue usted con el mismo tipo que entonces…! – le espeto.
• No creas, no creas, que la procesión y la profesión van por dentro. Lo que pasa es que los de Válor somos supervivientes – me replica sonriendo.
Lentamente, siguiendo sus pasos a veces inciertos, detenidos a cada cinco metros para subrayar una premisa, balancear un silogismo, articular un argumento o acentuar una simple frase, que el personaje tiene sustancia, vamos desgranando lo que esos años han supuesto para uno y otro. Especialmente para él, pues hoy él es el protagonista.
Se me ocurre mencionar la palabra secularización, y hago tenue referencia a su caso concreto. Sin tener que tirarle de la lengua, se explaya en unos razonamientos densos, rigurosos, dignos del sociólogo de prestigio que ha sido en su vida académica, larga y fecunda. Años de estudio de Antropología y Psicología Social en Madrid (Complutense), Universidad de Salamanca con sede en Madrid, (la “Ponti”), University of Notre Dame de Indiana, EE UU (incluidos los numerosos fines de semana de trabajo pastoral con los “espaldas mojadas”), etc., dos doctorados, bajo el auspicio del arzobispo Don Emilio Benavent Escuín, que vio en él al talento que devino y que indudablemente es; tiempos en Madrid donde hubo de atender a la mera subsistencia (capellanía del Hospital de Guadarrama, gracias a los buenos oficios de Don Ramón Echarren): primum vivere, me recuerda el aforismo latino. Clases y clases en varios centros, como en su etapa de Atarfe, atenciones parroquiales varias, mientras indagaba en las vísceras, escarbaba en las entrañas y desliaba las tripas de la institución que marcó su vida, la Iglesia.
• Yo no lograba conciliar la Iglesia como idea y razón de vida, digamos la macro-Iglesia, la institución, con la Iglesia del día a día, las curias eclesiásticas, los pequeños conciliábulos, capillitas y grupúsculos, las luchas de poder internas, … No concordaban.
• ¿Te refieres a los obispos y arzobispos? - lanzo la piedra.
• No, esos son aves de paso, y están en niveles más elevados. Me refiero a los “petit fonctionnaires” que manejan los hilos y las haciendas del día a día, instalados en sus cómodos y oscuros despachos, y que tienen sus favoritos y sus “enemigos”…
La concordancia que nos enseñaban en los cursos de Latín y Humanidades el Seminario incluían el análisis morfosintáctico, donde se examinaban los aspectos de género y número gramaticales, y por supuesto, el caso; no lograba establecer ese necesario concierto, afirma. Por ello, se secularizó ya iniciada su quinta década; y aprovechando - además de su currículo - que había estado seis años haciendo un master en la antecitada University of Notre Dame de Indiana, EE UU, pudo volver y obtener plaza de profesor titular en la Universidad de Granada.
• En el departamento, sólo estábamos 2 especialistas en Sociología de la Religión – me comenta ufano.
Tras este preámbulo que pretende cerrar la brecha abierta en este medio siglo sin contacto, entramos en materia.
• Estuve en Cacín de párroco desde noviembre del 68 a finales de 1970.
Un tiempo muy breve, si se tienen en cuenta los logros conseguidos en la evolución del pueblo en general, y de su juventud en particular.
• Acababa de ordenarme sacerdote, con 24 años, y allí me enviaron sin ningún tipo de entrenamiento ni directrices a seguir; y ya no digamos un tiempo de aprendizaje como coadjutor en alguna parroquia. No me quedó más remedio que echar mano de mi carácter abierto y de mis expectativas de cura progresista y post-conciliar para poder abrirme paso en una tarea que resultó ser extremadamente gratificante y fértil.
Recordamos brevemente aquella anécdota de sus primeras noches en la flamante casona parroquial, en la que vivía él solo, de su encuentro con Juan de Dios, que vivía en la casa contigua a la parroquia:
• Zeñoh cura, aquí z’ehtá ‘n la gloria. Pero tié que teneh cuidado, qu’a ezo ‘e lah 5 ‘e la mañana ze levanta ‘l vecino, y aquí no hay quien pare.
Alguna preocupación e inquietud le causó aquella genuina advertencia del bueno de Juan de Dios, hasta que se percató de que el temible “vecino” que le costó algún insomnio no era ningún aborigen imprevisible y violento quizá, sino el airecillo frío que se levantaba de madrugada procedente del río, que los autóctonos denominaban precisamente así, “el vecino”, y que se instalaba cual indeseado okupa en los huesos de los desprevenidos lugareños, y no los abandonaba fácilmente sin causarles algún quebranto de salud. Nos reímos de aquellas noches en que estaba ojo avizor a la vecindad.
Y comenzamos a conocer al nuevo sacerdote, que retratábamos así en “Comacón – Cacín forever”:
“Y llegamos al último que voy a mencionar aquí, D. Francisco Carmona. Este era bastante joven cuando se hizo cargo de la parroquia de los Dolores, que así es como se denomina la patrona de Cacín. Era un cura ye-yé, con todo lo que eso implica. Empezaban a sentirse los vientos del Concilio Vaticano II y el impulso de acercamiento al feligrés que supuso el papado de Juan XXIII. Este D. Francisco era más un colega que un cura; nada que ver con D. Aureliano: los tiempos habían cambiado, como proclamaba con su voz aguardentosa Bob Dylan. Fundó el teleclub del pueblo, donde tenían lugar las reuniones de jóvenes, incluidos los bailes; organizó representaciones teatrales, en las que medio pueblo participaba animosa y entusiásticamente, encantados con la iniciativa del cura; “La barca sin pescador” de A. Casona y “La zapatera prodigiosa” de F. García Lorca trascendieron más allá de las fronteras del pueblo, siendo representada en varios lugares, incluida Granada. Con D. Francisco Carmona llegó por fin la modernidad al pueblo, y la iglesia se despojó definitivamente de su ropaje de antiguo régimen, del autoritarismo y a ratos tiranía, para aproximarse a los problemas cotidianos de la gente, espirituales y también terrenales, y ofrecer soluciones y consuelo a sus desvelos.”
Nada más llegar, promovió varias reuniones con los jóvenes del pueblo en el salón del ayuntamiento antiguo, para sondearlos y explorar vías de encauzamiento de la savia nueva en un tiempo igualmente nuevo que se abría ante el horizonte cacineño:
• Nuzotroh, lo que queremoh eh un zitio ‘onde poeh reuninnoh, hablah, reínnoh, y zobre tó haceh baileh – respondieron al unísono los jóvenes.
Y el flamante cura, para ganarse a su grey, y porque creía en ellos y sus deseos, se puso a buscar un lugar donde ello pudiera ocurrir, puesto que estaba ya en vías superación el tiempo de los guateques en casas particulares.
• Don Juan, el secretario del ayuntamiento, era reacio a dejar aquel local de la casa consistorial para esas reuniones y bailes. Porque el baile era una cuestión central para ellos – apunta Don Francisco, desde su memoria prodigiosa.
Pensó y repensó Don Francisco en aquellas perentorias inquietudes que le manifestaban aquella muchachada que componían El Guerra, Florián, José “Chirrea”, Pedrito, Tito Bollos, Manolo “Mariano”, Antonio “Frascuelo”, los hermanos Retamero, etc. Y en ese preciso momento oyó hablar de la creación de unos locales promovidos por las parroquias de los pueblos pequeños, que intitulaban “Teleclubs” en el Ministerio de Información y Turismo, y que eran la novedad de la época.
• Yo sabía que estábamos fuera del mainstream, pero ¿por qué no intentar fundar un teleclub en Cacín? – rememora, entornando los ojos con emoción, mientras escudriña y rebusca en el pasado…
Y manos a la obra, se propuso.
El primer obstáculo lo constituía un humilde adverbio de lugar: “¿dónde?”. Anduvo unos días dándole vueltas en el magín a esta espinosa y decisiva cuestión, hasta que de pronto cayó en la cuenta y vio la luz:
• ¡Claro! ¡Cómo no se me había ocurrido antes! ¿Dónde mejor que en un espacio parroquial, en concreto, el que existía en los bajos de la casa parroquial?
Y con su espíritu animoso y entusiasta, se dispuso a llevar a buen término esa brillante idea, como se narrará en la segunda parte de este texto de este texto dedicado a esa institución, que fue un feliz hallazgo en un tiempo que lo necesitaba, y que habría de superar distintas fases y escollos …
[Continúa en capítulo II]