Quebrada de los Cardones (Parinacota, norte de Chile)



 Uno, a veces, cree que ya todo está descubierto y queda desconcertado cuando, en las flamantes guías que lleva en el “morralito”, descubre por donde está pasando y el lugar no aparece en el “manual del viajero”. O sea, ni para el autor ni para la editorial que alardea de un puñado de cosas respecto a sus competidoras existe ese lugar. Generalmente llevo, como mínimo, un par de guías (intento que sean lo menos parecidas posible para así tener una mayor amplitud de miras) y, sobre la marcha, en los hoteles u oficinas de los gobiernos me voy proveyendo de material para completar los periplos.


  En la ruta LA PAZ-ARICA hay varias cosas que merecen la pena pero las guías no las recogen o simplemente señalan el topónimo que tampoco es mucho. Una de esas cosas es la Capilla Sixtina de Curahuara de Carangas (Bolivia) y la otra La Quebrada de los Cardones en Chile. Aunque, dependiendo del tiempo que tiene el viajero y las posibilidades de transporte, hay muchos rincones más en donde perderse y disfrutar de una naturaleza poco común y una gente maravillosa. Sólo hay que tener la mente abierta, saber cómo es el territorio que pisa (en este caso es la ruta del desierto, la puna y el altiplano andino que, dos décadas después, lo encontré mucho más duro: ya se sabe, la edad no perdona) y no salirse de los caminos para evitar algún posible percance que nos podría dar verdaderos quebraderos de cabeza en un área prácticamente despoblada.

 La Quebrada de los Cardones, ya lo hemos dicho, no aparecía en las guías que tenía a mano, así que se presentó de golpe ante mis retinas que no salían de su asombro ante la inmensidad que contemplaban y donde, la carretera, a vista de pájaro, se asemeja en ese tramo a una inmensa y tortuosa pista de aterrizaje. Se localiza en el extremo norte chileno y une la capital boliviana con el puerto chileno de Arica (camiones y autobuses es su mayor tráfico). Lamentablemente el ferrocarril dejó de funcionar y mi deseo de disfrutar de ese medio de transporte quedó sin cumplir, sólo hice un trayecto entre Cuzco y Machu Picchu.

 Actualmente la Quebrada ha sido declarada Monumento Nacional en la región de Arica-Parinacota, fue creado en 2009 a instancias de la CONAF (Corporación Nacional Forestal, a veces disponen de alojamientos básicos para poder pernoctar y a cuya página recomiendo dirigirse para intentar obtener información que, en este caso, es poca, pero sí está la cartografía y algunas fotos de la zona) para tratar de preservar áreas del territorio chileno para las futuras generaciones e integrarlas en el SNASPE (Sistema Nacional de Áreas Silvestres Protegidas del Estado).

 Como los datos que obtuve y el Parque está enclavado en territorio chileno, tomaré como referencia Arica, aunque personalmente lo hice desde el lado boliviano, o sea: a la inversa. La Quebrada se encuentra a unos 70 kilómetros de Arica (para un europeo puede ser apenas una hora en coche, pero que no se engañe, estamos en América y esa ruta requiere doblar o triplicar nuestras previsiones, sobre todo teniendo en cuenta que si partimos de Arica (a nivel del mar) y finalizamos en La Paz, habremos ascendido, sin apenas percibirlo (es un decir, porque el mate de coca se hará imprescindible para combatir el mal de altura) nada menos que 4.500 metros y se le conoce como el reino de los cactus candelabros (Browingia candelabris) que actualmente gozan de protección total, antiguamente los utilizaban para la construcción tras someterlos a una especie de prensado que hacía los tablones para techos y paredes de las escasas cabañas en ese territorio desértico, ello hizo que las autoridades se preocupasen por esa peculiar y gigantesca flora del desierto que necesita decenas de años para tener un tamaño equivalente al ser humano (pero que llegan a alcanzar hasta los cinco metros).

 Es una majestuosa especie dentro de la familia de las plantas grasas y crece en condiciones de extrema sequedad y aridez, allí se encuentran por todos lados y algunos ejemplares son verdaderamente gigantes. Es un tipo de cactus que sólo se da en esta parte del país, por lo que estamos hablando de un verdadero tesoro natural que, pese a lo desértico del territorio, alberga también una rica y variada vida silvestre, frágil, pero que te atrapa a pensar de la dureza a la que te enfrentas (la pendiente es tan fuerte que el bus apenas bajaba a 10 km/h, algo que puede ser desesperante, pero cuando comienzas a ver los testimonios de los accidentes, entiendes que todas las precauciones son pocas). Incluso celebras el aviso que va en la ventanilla al subir: Exija seguridad, no velocidad, reporte cualquier exceso de conducción al teléfono… Eso te permite disfrutar del paisaje sin padecer los terribles rigores del clima del desierto con unas abismales diferencias térmicas (al pasar El Alto-Bolivia nos proveyeron de mantas y chocolate caliente: un par de horas después te das cuenta que eso no es una mera cortesía del transportista, sino una necesidad para el viajero que hace la ruta internacional. Llenado un bus, automáticamente otro estará esperando aunque, en los transfronterizos, es aconsejable reservar y facilitar la documentación pertinente para los imprescindibles trámites aduaneros) y una luminosidad que contrasta, por ejemplo, con el soso paisaje limeño que me recibió en este nuevo cruce del Atlántico.

 La Quebrada se presenta entre los 2000-2700 metros y el decreto fundacional fue publicado el 13 de febrero de 2010, el área protegida supera las 11.325 hectáreas y, al margen del cactus del que toma el nombre, es fácil observar guanacos (cómo escupen los jodidos) y otros camélidos que ya tienen verdaderos problemas de supervivencia. Por sí misma es un extraordinario corredor biológico, sobre todo para las aves que la usan como pasillo en sus largos viajes desde la costa al altiplano andino. No hay ningún tipo de infraestructura turística y, posiblemente, por eso es también una zona inmaculada y prácticamente libre de desechos de los “educados” viajeros; sólo los inevitables restos de vehículos desvencijados aparecen por la cañada, arrastrados por la furia de las aguas cuando estas hacen acto de presencia. Sólo los paneles informativos, ni un triste lugar para poder ingerir algún líquido o realizar las funciones vitales que el organismo humano demanda: atención todos los que viajan y requieren miccionar con frecuencia, hay que aprovechar cualquiera de las paradas para evitarse sorpresas.

 Cartográficamente la ruta se conoce como CH 11 y une Arica con Tambo Quemado en donde ya entra en territorio boliviano (un par de décadas atrás muchas rutas bolivianas eran de ripio, ahora está totalmente pavimentada y diría que en mejores condiciones que la parte chilena). La Quebrada, como tal, finaliza en el kilómetro 75, entonces ya entramos en la denominada Ruta del Desierto.

 Hay algunos valles que requieren un tiempo para poder disfrutarlos y están convenientemente señalizados. Lo aconsejable, si uno viaja en transporte público, es tener apalabrado el alojamiento y el recojo (los hoteleros suelen ir a buscarte con tiempo para evitar la terrible “quemazón” y la sensación de hallarte totalmente perdido en el desierto, al margen de que los escasos coches siempre están atentos para ayudarte, mucho más si haces pinta de extraterrestre y allí, realmente, no podemos disimularlo. Lógico agradecer ese detalle con algunos dólares, un gasto que te sabe a gloria aunque no todo el mundo esté buscando precisamente la propina. Cuando no te aceptan ese detalle, una camiseta de tu ciudad puede obrar milagros en un lugar donde cualquier cosa es un tesoro).

 Hay varias zonas que pueden visitarse y que no suelen defraudar: los Geoglifos de Lluta, la Aldea Ecológica de Trully (parecerá sacada de otro mundo: el ambiente es totalmente hindú) o la Iglesia y el pueblo de Poconchile podrían ser algunas de esas cosas para el recuerdo.

 A pocos kilómetros, saliendo ya de la ruta internacional, también tenemos los preciosos valles de la región en la que se halla enclavado el Parque Nacional Lauca (declarado Reserva de la Biosfera en 1981), la comuna de Putre, el Lago de Chungará (prácticamente a pie del paso fronterizo y un frío glacial que te hiela el aliento a poco que sople el viento), las lagunas de Cotocatani o el pueblo aymara de Parinacota. Si el tiempo es nuestro enemigo, entonces lo mejor es tomar alguna de las salidas que se realizan desde Arica (podemos creer que el precio es excesivo, todo depende de nuestra propia experiencia, pero a veces son mucho más económicas de lo que uno puede pensar). No podremos pensar en grandes lujos (aunque te llevas sorpresas) ni pedir peras al olmo así que, el viajero, debe estar preparado para cualquier cosa, aunque con buena gana, al final resulta que se divierte y la experiencia le enriquece más que un cinco estrellas.

 El transporte público no es mala opción, pero hay que tener en cuenta los horarios (a veces intempestivos, pero necesarios) y la rigidez de una ruta fija que no permitirá conocer lo que está más allá de la carretera y nuestro campo visual. Los lugareños, a pesar de su parquedad (a veces incluso no hablan el imprescindible “castilla”, con lo que descubres que tampoco es tan imprescindible, al menos para ellos) son sumamente amables y asequibles para el viajero que genera empatía. Si la hay, brinden con una XV, la cerveza de la región (recordemos que estamos en la región 15 de la división administrativa chilena), es una marca local y me supo a gloria frente a las omnipresentes multinacionales cerveceras, allí predomina la “verde” que, la verdad, sólo la tomo si no hay otra cosa y estoy muerto de sed.

¡Hasta la próxima aventura!, Juan Franco Crespo