¿Tienen ustedes tienda?

Buscando otra cosa por los cajones ha aparecido la bolsa que ilustra esta mirada.

 Algunos de vosotros seguramente recordaréis la tienda a la cual pertenece, propiedad, como su nombre indica, de la familia Urbano, dueños, además de este establecimiento, de la prestigiosa librería Urbano, en la calle Tablas y de otra más en San Juan de Dios.

 Todas cerraron hace algunos años, al parecer uno de los hermanos dejó el negocio en quiebra, o supuesta quiebra, y desapareció.

 La VIP Urbano de la calle Alhóndiga ofrecía (lo copio, porque la bolsa está un poco baqueteada y en la foto no se ve muy bien): música, fotos, prensa, cafetería, alimentación, regalos, libros, juguetes, videoventa, perfumería, electrónica, papelería y videojuegos.

 Cuando el titular de la sección decidió dejar de fumar, a principios de los noventa, tuvo la idea de echar en una hucha lo que gastaba cada día en tabaco. Se fumaba más de un paquete al día, así que bastante. Nos propuso a sus hermanos que cuando hubiera suficiente caudal (aproximadamente cada dos o tres meses) ir a Granada a comprar discos, libros y delicatessen gastronómicas.

no se podía escuchar música por internet y a Alhama no llegaban, como llegan hoy día, las últimas novedades

 Eran tiempos en que todavía no se podía escuchar música por internet y a Alhama no llegaban, como llegan hoy día, las últimas novedades literarias a la Librería Ruiz y comestibles selectos, embutidos ibéricos, salazones etc., a los, ahora mucho mejor surtidos que hace unos años, supermercados locales.

 De forma que echábamos el día Antonio y yo curioseando y comprando en diversas tiendas y también, todo hay que decirlo, degustando bebidas y tapas en la magnífica oferta de bares de la “capi”.

 La VIP tenía, como hemos visto, un gran repertorio de productos, aunque la verdad, no podía hacerle competencia en la mayoría de ellos a establecimientos especializados en cada uno de los ramos. Los precios de la cafetería, o de los pocos productos de alimentación que ofrecían eran algo más caros. Lo que ocurría es que, al amparo de la liberalización de horarios comerciales, podían abrir hasta horas bastante tardías con lo cual si a alguien le le olvidaba algo podía acudir a horas en la que la mayoría de tiendas estaban cerradas.

Nuestra madre en cierta ocasión nos dijo: "Cualquier día os van a preguntar que si tenéis vosotros una librería"

 Respecto a libros si existía un buen surtido de novedades y (lo que, para lectores voraces como nosotros, recuerdo que un profesor en Barcelona nos definió como “alcohólicos de la lectura”) era también importante, gran cantidad de libros de saldo. Por aquellos entonces un libro recien editado no bajaba de las dos mil pesetas, uno de bolsillo costaba unas mil y rebuscando con paciencia se podían encontrar bastantes títulos interesantes de variado género por precios que oscilaban entre cien y doscientas pesetas. Es decir, por el precio de un libro recién sacado del horno podíamos comprar entre diez y veinte títulos interesantes, Jauja, vamos. En una de las ocasiones encontremos “La religión al alcance de todos” de Rogelio Herques Ibarreta, por veinte duros. Un amigo se lo prestó a mi padre que lo leyó clandestinamente (durante el franquismo estaba prohibidísimo). Se trata de una obra anticlerical, pero no antirreligiosa. Mi padre nos habló de ella bastantes veces. La Mirada “Bibliotecas e ideología” hace referencia (pulsa para acceder)

 Para nosotros fue un triunfo haberlo podido conseguir y leerlo al fin, al cabo de los años y no nos decepcionó en absoluto.

 Por consiguiente, en cada una de las visitas regresábamos con dos o tres docenas de libros. Nuestra madre en cierta ocasión nos dijo: "Cualquier día os van a preguntar que si tenéis vosotros una librería". Le dijimos que tampoco eran tan raro aprovechar para comprar muchos libros por poco dinero. Suponíamos que sería habitual en dicho comercio que la gente, al igual que nosotros, aprovechara para hacer acopio del mejor vicio que se puede tener.

 Pero el caso es que, en una de las ocasiones, al pasar por caja, la dependienta preguntó: ¿Tienen ustedes tienda? Aunque éramos bastante más jóvenes la dependienta era muy educada y nos llamó de usted. Le dijimos que no, pero que había que aprovechar el viaje. Al llegar a casa, la familia nos echemos unas risas con la anécdota.

Firma invitada: Prudencio Gordo Villarraso.