De bandoleros y otros ángeles de la guarda (y II)

La banda de Melgares, considerada como una de las más despiadadas y sanguinarias por parte de los autores que han tratado el tema por escrito...

 La banda de Melgares, considerada como una de las más despiadadas y sanguinarias por parte de los autores que han tratado el tema por escrito, goza de otro halo más positivo cuando se trata de relatos orales, elaborados por gentes sencillas e iletradas que fueron, en su origen, contemporáneos de los hechos contados. No es extraño que, entre el pueblo llano y sin grandes recursos, el bandolero no se viera como una amenaza, sino que, frecuentemente, se le idealizara y que sus esporádicos actos de generosidad y defensa hacia los individuos o familias necesitados se generalizaran hasta elevarlo a la irreal categoría de defensor de los desvalidos, tal y como reza esta copla popular, muy anterior a las andanzas de Melgares, referida a un célebre bandido de la parte occidental andaluza:

“Diego Corrientes,
el ladrón de Andalucía,
que a los ricos robaba
y a los pobres socorría”

 La injusticia social de esas épocas y la avaricia de los más pudientes llevaron al pueblo llano a considerar al bandolero como un mal menor, en principio, y, luego, como un héroe, no ya por su bondad intrínseca sino como símbolo del hombre que se rebela contra su destino de miseria y supone una luz de esperanza en cuanto a una futura emancipación de las clases oprimidas.

 En el libro Bandoleros célebres españoles de Hernández Girbal, se describe el proceso de formación y de consolidación de la banda bajo el liderazgo visible de El Bizco del Borge y el gobierno real de un Manuel Melgares, mucho más frío e inteligente, que elude entrar en discusión por la jefatura nominal del grupo.

 En esa primera fase, Hernández Girbal nos presenta algunas acciones de cada uno de los miembros antes de asociarse a la partida. Conmueve por su crudo realismo la pelea a muerte entre El Bizco y un gañán de Alfarnate apodado El Chirrina. En el campo donde está arando en seco El Chirrina, se produce el feroz combate a navaja entre dos vigorosos jóvenes que se disputan a una mujer. En el curso de una lucha igualada, El Chirrina tropieza con un terrón que ha sacado el arado, ocasión que aprovecha su adversario para asestarle una brutal puñalada en el pecho.

 Frasco Antonio es sometido a una durísima prueba por parte de Melgares antes de admitirlo en su cuadrilla. Se trata de una encerrona en la que tiene que demostrar su arrojo y su vigor físico para escapar de la Guardia Civil escalando una empalizada y defendiéndose a tiros.

 De Melgares, cuenta Hernández Girbal una aventura en la que, tras saltar los muros del cortijo de un importante hacendado, es atacado por un enorme mastín. Ambos ruedan por el suelo, en medio de la noche, hasta que el mastín queda fulminado por una certera puñalada.

 Desde luego que cualquiera no podía formar parte de aquella cuadrilla que trajo de cabeza a autoridades tan competentes como el Gobernador Civil de Córdoba, Julián Zugasti, nombrado especialmente desde Madrid para combatir el bandolerismo andaluz, un problema que en su tiempo llegó a preocupar y a alarmar tanto a la población de toda España como un siglo después lo haría el terrorismo de ETA.

 A este respecto cabe señalar una anécdota contada por el genial periodista Luis Carandell en su habitual sección de información parlamentaria del telediario de RTVE de las tres de la tarde:

 “Al presidente del Gobierno de la época, el conservador, de origen malagueño, D. Antonio Cánovas, se le acercó un periodista progresista llamado Melgares, muy crítico con su labor, para ponerle en aprietos con sus mordaces preguntas. El político tiró aquella vez de humor y le lanzó a su interlocutor esta advertencia:

- Tenga usted cuidado, que he leído en el periódico que a Melgares lo busca la Guardia Civil.

El periodista no se achantó y le siguió la broma al mandatario:

- Y también a El Bizco, no lo olvide usted.

Conviene aclarar el alto grado de estrabismo (bizquera) que padecía Cánovas del Castillo”.

Otro de los hechos celebrados de Melgares sucedió también aquí, en el Llano. Así me lo contó mi padre:

 “Sobre las once de la noche de un espantoso mes de febrero, salió un pobre hombre desesperado de su casa y se apostó tras una gran peña a la salida del Boquete de Zafarraya, lindando ya con la Axarquía. Al poco rato, se acercó un hombre embozado en su capa hasta las cejas y montado en un excelente caballo. Cuando el jinete llegó a su altura, el asaltante salió de detrás de la piedra, se puso en medio del camino y lo encañonó con su retaco:

- ¡Alto a Manuel Melgares!

 El viajero, sin inquietarse, lentamente, echó mano a su alforja, sacó una bolsa y la dejó caer, escuchándose claramente el tintineo de las grandes monedas de plata al chocar contra el suelo. Fue entonces cuando habló:

- Así me gusta, que roben en nombre de Manuel Melgares. Pero que sepas una cosa, que Manuel Melgares soy yo.

El pobre hombre, del susto que recibió, cayó al suelo muerto”.

 A mí, que era un niño cuando me contaban esto, me pareció un final exagerado y le dije a mi padre “pero, papá, seguro que no sería tanto el susto como para morirse”. Él me respondió “si no llegó a morirse del todo, casi”.

 Sobre la muerte de Melgares hay muchas versiones. Hernández Girbal escribe que lo mató de un hachazo en la cabeza el tío Pascasio, un ventero, mientras dormía sentado a la lumbre. Para mi padre y para los viejos de las Ventas que me hablaban del tema, fue su compañero Frasco Antonio, una especie de Judas, el que lo mató a traición una noche mientras dormían. Frasco Antonio le confiaría los dineros del muerto al posadero que lo incitó a cometer el crimen y este, a su vez, avisó a los civiles, que, parapetados tras una ventana de la venta, acribillarían al bandolero traidor mientras almorzaba. Así se producía la justicia poética del relato y el astuto posadero se quedó con las riquezas de esta célebre banda.

 Yo, sin embargo, creo que las dos versiones son falsas. A Frasco Antonio, en primer lugar, y según consta en documentos oficiales, lo mató el sargento de la Guardia Civil Pedro Monleón tras una encerrona que le preparó en el convento de las monjas de Vélez-Málaga.

 Melgares no moriría asesinado, sino que, astutamente, “desapareció” de la escena serrana y se retiró a otro sitio, quizás América, lo mismo que ocurre en la ficción de Curro Jiménez, para disfrutar de la fortuna que había amasado con sus fechorías. Para esta conjetura me baso en los datos que ofrece Hernández Girbal en su libro: tras dos años de no saberse nada de Melgares, llegó al juez de Lucena (Córdoba) una carta anónima dando cuenta, nada menos, que de la muerte de Manuel Melgares y señalando con exactitud su lugar de enterramiento. El juez ordena la exhumación del cadáver y los forenses determinan que los rasgos antropomórficos coinciden con la descripción que se tiene del famoso bandolero, pero que, debido al estado avanzado de descomposición del cuerpo, los rasgos faciales no son concluyentes. Tras este informe forense, el juez de Lucena levanta el acta de defunción de Manuel Melgares Ruiz, vecino de Algarrobo, y bandolero tantos años perseguido por la justicia.

 Un verdadero golpe maestro, el último de su carrera, mucho más basada en el ingenio que en la fuerza. Inteligencia que contrasta con la rudeza y el alarde físico de su compañero de partida, El Bizco del Borge, que terminó su vida abatido, realmente, por los disparos de la Guardia Civil. Es impresionante la foto del cadáver de El Bizco tomada en la losa de la morgue de Lucena, y que aparece en el libro de Hernández Girbal. Si este libro no podéis consultarlo, sí que es fácil encontrar las fotos de Melgares, Frasco Antonio y El Bizco a través de Google. Y el que quiera ver el aspecto del matador de Frasco Antonio, el guardiacivil Pedro Monleón, también puede hallarlo por ese medio.