De bandoleros y otros ángeles de la guarda (I)

Sigo leyendo con entusiasmo el libro de relatos de Juan Miguel, un auténtico page turner. Hoy he tenido la ocasión de disfrutar de “La Matagallera” y de otras tres historias más.

 No deja de ser curioso que en los libros de historiadores y periodistas que tratan de los bandoleros de la Axarquía de la segunda mitad del siglo XIX figura como jefe de la partida Luis Muñoz García, El Bizco del Borge, mientras que todos los relatos orales que he tenido ocasión de escuchar sitúan en ese puesto a Manuel Melgares. Así lo manifiestan también Juan Miguel Ortigosa y Manuel Galeote Cazorla, que en su magnífico libro sobre los terremotos de 1884 en Andalucía hace referencia a la misma noticia de prensa que Juan Miguel, con el añadido de que Melgares deja pagada una ronda de copas de aguardiente en la taberna de las Ventas a los guardiaciviles “para que lo persigan con más ahínco”, además de encargar al tabernero de que les diga que se dirigen “a Zafarraya”. 

 Las hazañas de la banda de Melgares en el Llano, y no digamos en la Axarquía, se cuentan por cientos, pero corren el riesgo de perderse si no se ponen por escrito. A esta labor están contribuyendo últimamente muchos escritores aficionados y profesionales. Yo voy a aportar mi granito de arena contando lo que a mí me han referido.

 Empezaré por un suceso que aconteció a un antepasado mío: Antonio Moreno, Antoñico Parrales, que vivía en el Cortijillo, a un tiro de piedra de Pilas de Algaida. Sería una tontería que me jactara de mi parentesco con Parrales, ya que este, en realidad es antepasado de una importante porción de habitantes de Llano. Se trata del padre de mi tatarabuelo Máximo Moreno Palma, Máximo el Viejo, que, a la sazón, fue alcalde de Ventas de Zafarraya a principios del siglo XX, según consta en un acta de 1903 que se conserva en el archivo municipal. Parrales tuvo más hijos e hijas, que se diseminaron por todo el Llano. 

 Yo me centraré únicamente en la línea de mi tatarabuelo con el fin de no perderme en una red familiar tan amplia que abarcaría, prácticamente, la totalidad. Máximo el Viejo, se casó con María Reina Moreno, la Máxima, única persona centenaria de Ventas de la que yo tengo noticia. Tuvieron tres hijos: Máximo Moreno Reina, Maximico, mi bisabuelo; Filomenica, que se casó con el vecino de Zafarraya José Bautista Zamora, Coles, aunque se quedaron a vivir en la calle San Isidro de Ventas; y Mariquita, que se casó con Antonio Luque Molina, Garrapata. 

 Maximico fue padre de mi abuela María Luisa, primera mujer de mi abuelo Demetrio; de Julia, mujer de Paco Londres, que le vendió su famoso motor a Pepe Luis Medina antes de trasladarse a vivir a Humilladero (Málaga); de José el Quinto, que se casó con la Carmela de la Amelia y fueron padres de José Antonio Moreno Chica, farmacéutico y el mayor propietario del Llano, fallecido joven no hace mucho; Maximiquillo, soltero; y Nieves, la madre de Mari Nieves, mujer de Victoriano, actual alcalde de Ventas.

 Filomenica fue madre, entre otros, de Joseíllo, que se casó con la Melita; Salvador, padre de Mari Nieves, Manuel, que se estableció en Zafarraya; Eliítas, soltero, Juanito, suegro de Jacinto; Filo, casada con el Niño de Dionisio; Ascensión, que se casó y se estableció en Zafarraya, siendo madre de José, de Eugenio y de Ascensión Sánchez Bautista; Trini, recientemente fallecida, unos días antes de cumplir los cien años, madre de Jesús y de Pablo; y María Teresa, casada también en Zafarraya y madre de Elías del Banco y de Carlos.

 Mariquita, casada con el patriarca de los Garrapatas, fue la que heredó el Cortijillo, lugar en el que tendrá lugar la historia que se va a contar. Fue madre, entre otros, de Antoñico, casado con la Primi, personajes cruciales del bando vencedor en la posguerra venteña; Elías, de ideas políticas opuestas a las de su hermano Antonio, abuelo de Mari Conchi, Antoñito, Elías, Hermenegildo y Miguel Enrique Ortigosa Luque, y de Nati, Simeón, Rosi, Mari Conchi y Alicia Reina Luque; Salvador, que regentó el bar del Rinconcillo; Enrique, cuya hija, María Luque, es la actual propietaria del Cortijillo; Lola, que se casó con Aurelio del Ciego y es abuela, entre otros, de los hermanos Chamaco, del Nono y de Eloy; Lucía, la del estanco, madre de Elías, Luci y Santiago Moreno Luque; María, soltera; y Nieves, segunda mujer de mi abuelo Demetrio y madre de mi tío Antonio Ruiz Luque, que según la opinión de la gente de su época fue el mejor futbolista del Llano.

 ¡Bueno, como para decir que Antoñico Moreno “Parrales”, protagonista de esta historia, fue “mi” antepasado! Pero basta ya de rollo genealógico y vayamos al grano.

 Una tarde de noviembre, Melgares y Frasco Antonio, entran al Llano por Veredas Blancas y enfilando el camino de Lucena llegan a las Ventas. La gente, alarmada, da el grito de ¡ladrones!, y ellos toman, al galope, por el Camino de las Zarzas y se detienen, como de costumbre, en el Cortijillo. Allí pernoctan, y se da la circunstancia de que esa noche está en la casa mi bisabuelo Maximico, que ha ido a pasar unos días con su abuelo. Le contó a mi padre que Melgares lo sostuvo, sentado en sus piernas, mientras se calentaban al fuego. Lo que más le llamó la atención del bandolero fue lo extremadamente velludo que este era “tenía moños de pelo sobre todas las coyunturas de los dedos de la mano”.

 La mañana siguiente, antes de irse, Melgares le deja una excelente yegua, que había robado en la campiña cordobesa, a Antoñico Parrales, como agradecimiento por su continuada hospitalidad. Parrales la acepta a regañadientes porque se teme que esto le va a traer problemas con la justicia. Y, en efecto, unos meses después, aparece la Guardia Civil acompañando al propietario de la yegua. Una vez reconocido el animal, se ordena a Parrales que, a la mañana siguiente, se presente en Alhama con la yegua frente al juzgado. Antoñico piensa, incluso, en huir, pero esa misma noche se presenta otra vez Melgares en el Cortijillo. “Manuel, mire usted el lío en el que me he metido”. “Tú preséntate como te han dicho”. “Pero

 Manuel…” “Tú, tranquilo, preséntate, que no pasará nada”. 

 Y así lo hizo, a pesar de que el miedo hacía que la camisa no le llegara al cuerpo. Mientras el propietario muestra la guía del animal y el juez va a dictaminar que la yegua sea devuelta a su legítimo dueño, Parrales ve subir la calle Fuerte, en dirección a la plaza que hay frente al juzgado, una figura conocida. “No puede ser, ¡cómo se va a presentar aquí con todo esto lleno de civiles!” Pero Melgares se acerca e, inmediatamente, es reconocido por las autoridades y las fuerzas de orden público. “¿De qué se trata?” “Esta yegua, que es robada y va a ser restituida a su propietario legal” dice el juez. Melgares, tranquilamente, parsimoniosamente, saca la navaja de su faja, la abre, se dirige a la yegua y, de un tajo, le corta media oreja. “Parrales, ¿es esa tu señal?” Y la yegua volvió al Cortijillo con la conformidad del dueño y el dictamen favorable del juez. “Y allí se murió de vieja pariendo mulos” apostillaba mi padre.

 Esta es de las historias que dan ganas de no creer, una historia apócrifa, que parece tener más de leyenda que de realidad. Pero, si es falsa, eso significa que mis antepasados directos mienten, y no me gustaría pensar eso. La clave está, quizás, en el libro del historiador Hernández Girbal, quien en su libro Bandoleros célebres españoles considera a la banda de Melgares y el Bizco como agentes electorales al servicio de caciques y políticos. Es por ello por lo que tenían carta blanca y las espaldas bien cubiertas. Pero supongo que a Melgares ya no se le permitirían más actos de ostentación y de chulería como el que acabamos de leer.

 Hay muchísimos más episodios relacionados con la vida y andanzas de Manuel Melgares, pero hoy se me ha ido casi toda la pólvora en salvas con el asunto de la genealogía de Antoñico Parrales y tendré que dejar el resto para una segunda entrega.