José Losada 'Carrete', bailaor: El Fred Astaire que baila por bulerías



Nací en Ventas de Zafarraya / No sé qué edad tengo / He trabajado con Antonio El Bailarín, Mariquilla o Chiquito de la Calzá / Acaba de publicarse una biografía que repasa mi vida.


El diario Sur de Málaga nos acaba de descubrir a otro personaje que, por sircunstancias, por casualidad, o poque así tuvo que ser, vio la luz en nuestra Comarca. Tiene sobre setenta años y una biografía suya acaba de publicarse. Una azarosa vida la de este bailaor afincado en la vecina provinca malagueña, pero todo empezó en Ventas de Zafarraya.

Nació en una era, en Ventas de Zafarraya. No sabe cuándo. «No tengo papeles», asegura. Lo único que conserva es un documento de registro en Antequera de 1940. De ahí deduce que puede estar en torno a los setenta años. No le importa demasiado. José Losada 'Carrete' se mantiene igual de jovial que siempre. Igual que cuando, con apenas cuatro años, empezó a bailar sobre el trigo, en plena carretera. «Desde entonces, tengo la marca de las espigas en la planta de los pies», advierte este bailaor autodidacta que se ha codeado con altos cargos, reyes y estrellas de Hollywood casi sin saberlo. A pesar de ello, Pepe -como lo conocen- es uno más en Torremolinos. Allí llegó en 1956 y allí se quedó. «Le debo mucho», asegura al echar la vista atrás y hacer balance de una intensa trayectoria recogida ahora en el libro 'Carrete. Al compás de la vida'.



 Nunca le ha faltado el compás a este vivaz y humilde «buscavidas» para el que el baile «lo es todo». Ya lo era cuando demostraba su arte en calle Larios con seis años. Entonces aún era Carretillo, hijo de un tratante de ganado y de una gitana que cantaba, bailaba y leía la buenaventura conocida como La Carreta. Llevaba una vida errante junto a sus trece hermanos. Aunque después de pasar por Granada y por La Línea, José Losada acabó en Málaga, donde se crió y donde empezó a ganar sus primeras «gordas».

En los muelles del Puerto limpiaba zapatos y vendía lotería y trigo. Era un niño y ya sabía bien lo que era la necesidad, la miseria y el hambre. Pero el baile siempre le sacaba de apuros. Se buscaba la vida por los bares malagueños, el Central, el Chinitas... Y con lo que ganaba se iba al cine. Le servía para refugiarse del frío -iba descalzo y solo llevaba una chaqueta- y 'alegrarse' la vista con los banquetes de las películas. Así descubrió al Capitán Maravillas y a alguien que le dejaría huella: Fred Astaire. «Me fijaba mucho en él, creía que bailaba por bulerías». Le cautivó, y desde aquel momento siempre incluye en sus actuaciones claqué.

 «Se tenía muy poco, pero éramos felices», recuerda risueño a pesar de que incluso tuvo que pasar algunas temporadas en el reformatorio. Él solía escaparse. Hasta que un día lo hizo definitivamente y fue a parar al Refugio con el Niño de Almería. En aquel tablao conoció a artistas como La Repompa, Pepito Vargas o La Cañeta. Y allí empezó a trabajar con los Vargas.

 Cinco duros fue su primer sueldo. De ahí saltó a las salas de fiesta, las ventas y a uno de los bares más señeros de Málaga: El Pimpi, donde famosos de la talla de Sean Connery se rindieron a su gracia fuera y sobre el escenario. Todo aquello fue un aperitivo de lo que vendría después. Para empezar, los fines de semana el hotel El Remo de La Carihuela le abrió las puertas de otro mundo. Aristócratas, estrellas de Hollywood y personalidades de todos los ámbitos se daban cita en sus fiestas. Desde Álvaro Domecq a Juan Domingo Perón, que le regaló 25.000 pesetas. Fue solo el comienzo. Ha compartido noches con los reyes de Noruega, con Anthony Quinn, con Dalí, con Ava Gadner... Paco de Lucía y Camarón iban incluso a Torremolinos solo para verle y disfrutar de un rato de risas. La lista de famosos es interminable. Y no menos la de anécdotas -«monólotas», como él las denomina-. Lo curioso es que él no sabía ante quiénes estaba realmente. Como le ocurrió con Frank Sinatra, junto al que se encontraba el día de su trifulca por una fotografía en el hotel Pez Espada, en 1964. Por allí también andaba Chiquito de la Calzá, con el que Carrete ha trabajado 40 años. «Es mi padre artístico», asegura. Aunque no es el único. Junto a Mariquilla estuvo 20 años zapateando.

 Pero este «bailaor abstracto» -como él mismo se define- también cruzó fronteras. Ha paseado su arte por lugares tan dispares como Alemania, Inglaterra, Noruega, Francia, Dinamarca, Marruecos o América, donde se casó por el rito mormón. Incluso vivió en Santa Mónica. Según recalca, el «flamenco es universal». La ventaja es que ahora «hay escuelas». A él nadie le enseñó. «Antes no había medios, la academia era la calle». Sin olvidar a sus grandes maestros: Antonio el bailarín, Farruco y Carmen Amaya, a la que animó en un mal día vistiéndose de mujer.

 En la actualidad es él quien da las clases. No como profesor, sino como «doctor Carrete», bromea. «Le sirvo de terapia a los alumnos», apunta el artista, que nunca le ha dado un respiro al baile. Ni con escayola, como la que tiene ahora en la mano. «Siempre lo he vivido dentro de mí, mi vida ha sido el baile». Lo pueden atestiguar sus pies y las miles de botas que ha «reventado». No se arrepiente de nada: «Estoy muy orgulloso de mi vida. No le puedo pedir más, soy feliz». De hecho, hoy Carrete sigue «siendo el mismo». Nunca le ha cambiado el dinero, dice, porque su «única riqueza es el baile». Lo volverá a demostrar en el Albéniz el 27 de noviembre. Solo le falta cumplir dos sueños: trabajar en Nueva York y hacer una película. «Todavía tengo mucha fuerza».

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