
Cuando, cumplidos sus días -varios miles menos de los que todos hubiésemos deseado que viviese- , Manuel, que amaba, sí amaba de querer, apreciar, prendarse, cortejar,… nuestra Alhama, decidió -lógicamente en primer lugar por convicciones espirituales- la fórmula más rápida e irreversible de que se fundiese su ser material con esta tierra, pero consiguiendo, sin buscarlo, que esa unión que se extenderá hasta el final de los siglos no fuese como la que le sucedió a Virata que, al paso de algún tiempo, quedó en el olvido de los hombres para siempre.