¿Fue la reina Isabel la Católica sucia y maloliente?

Volviendo al ayer


Importantes y abundantísimos documentos de su tiempo, descubiertos y analizados ahora, demuestran palpablemente que esta leyenda sobre su higiene personal, insistente durante siglos, ha sido rotundamente injusta e infundada.

“Las calumnias, las injurias y las mentiras son propias de simuladores, resentidos y ruines”



 Sí, es llamativo, a la par que duro, el titular de este artículo. Además, conlleva el peligro que, como suele pasar a algún lector, sólo se queda en el mismo y en este caso, no observando que es una pregunta, hasta olvide las interrogantes. Siguiendo así en su erre que erre, a donde le ha llevado el desconocimiento del tema, la predisposición a la ignorancia y hasta algún desprecio al personaje por interpretaciones y usos sectarios de años lejanos para nosotros que no hemos olvidado, aunque se trate de la mujer con más proyección y reconocimiento a niveles nacional e internacional.

 Creo que todo ser humano, por muy perverso que haya sido o sea, o simplemente constante en su supina ignorancia, en algún momento donde la verdad es irrefutable, en contra del criterio mantenido, se aceptada lo claramente evidente, al menos en su interior, y se deja de hacer el radical imbécil. Y así, hasta llega un momento en que acepta la verdad y hasta colabora a su justa proyección. En estos últimos meses, con el respaldo de la mismísima Academia de la Historia, el tratamiento y análisis de documentos relacionados con la reina Isabel la Católica que hasta ahora venían durmiendo un sueño de siglos, no haciéndose públicos, siendo ahora hasta digitalizados, han disparado su transcendental contenido, cayendo así definitivamente otro mito, difundido hasta la saciedad por la leyenda negra, y así la contestación a la pregunta que efectuamos:

¿Fue la reina Isabel la Católica sucia y maloliente?
Es, rotundamente, no.



 Dos tópicos, por encima de todo, hacen referencia a Isabel la Católica: Uno, el mito de que su extrema falta de higiene, llegando a no mudarse de ropa por un juramento de que no se cambiaría de sayo hasta que no se entrase en Granada, quedando bastantes meses para ello, según algunos; el otro, que empeñó sus joyas para la aventura de Colón quedando así establecido, también durante siglos e igualmente también hoy en día por no pocos lugares y personas, que el casual descubrimiento del Nuevo Mundo, se debió a un reino empobrecido, en el que su reina tuvo que empeñar sus joyas para que se llevase a cabo la expedición descubridora.

 De esto segundo ya he hablado y publicado decenas de artículos en estos últimos treinta y tantos años, concretamente en este mismo medio, en su sección de Historia, mi amplio artículo: “Isabel la Católica empeño sus joyas por Alhama”, exponiendo, precisamente, que no empeño parte de sus valiosas joyas para la propuesta de Colón y sí para la conservación de la ciudad-fortaleza de Alhama. Creo que lo publicaremos nuevamente, aunque se encuentra en las redes, para que lo sepan las nuevas generaciones.

 De lo primero, en todo momento hemos rechazo de plano, siguiendo a tantos historiadores destacados, españoles y extranjeros, y no encontrando alguno medio serio que haya afirmado o afirme lo contrario, que jamás efectuó tal juramento de que no se cambiaría de ropa hasta conquistar Granada, a la par que hemos expuesto que se trataba de una mujer culta y preparada, dominando cuatro idiomas, ejemplo de persona aseada, así como de higiénica y de pulcritud a lo largo de toda su vida, desde la niñez hasta su muerte, como afirman los cronista de su mismo tiempo que la conocieron y trataron.

 En esto estaba cuando me decidí a hacer el doctorado en Historia pensando como tesis la atractiva cuestión de “El agua y la mujer a finales de la Edad Media. Contraste de dos culturas”. Efectué los correspondientes cursos y ya tenía de los cursos de otro doctorado el examen de la suficiencia investigadora y comprendí, en pocos años, como bien me dijo mi amiga Marion Reder Gadow, siempre entrañable e inolvidable, catedrática directora de la tesis, que me había metido en algo que podía serme interminable, como así ha sucedido tras más de veinte años, por la importancia y extensión de la cuestión y el tiempo a dedicarle, si quiere uno conseguir algo más que salir del paso con cuatro “recorte y pega”, como tanto se hace a todos los niveles desde hace años.

 Ahora bien, me ha servido, entre tantas otras cosas, por ejemplo para comprobar cómo no solía haber en los castillos, alcazabas, palacios, casas regias, etc. en el reinado de Isabel la Católica, lo que conocemos en estos últimos cinco siglos y medio por cuarto de baño, aseo, tocador, peinador, lavabos, etc., a excepción de en aquellos lugares de esta importancia por donde había vivido, residido o permanecido la citada reina. Cientos de fichas avalan lo que afirmo, además de que la realidad de lo que afirmo, prácticamente, puede comprobarse aún hoy en día.

El “Baño de la Reina”, en el balneario de Alhama

 Un ejemplo al alcance de los que somos de esta comarca y de sus cientos de visitantes, el mismo caso del “Baño de la Reina” de nuestros Balnearios. Sabemos que estuvo aquí varias veces y cuánto le agradaron sus aguas. Lo que le hizo mandar que se adaptase para ella uno de los baños romanos aún existente, en el mismo lugar que el hoy sigue el mencionado baño real con idéntica denominación de siglos.

 Todo esto ha sido más que suficiente para inducir, a cuantos han profundizado en la cuestión, a dejar bien claro la realidad de la limpieza e higiene y hasta buen gusto en perfumes, bellas vestimentas y ropas en general de la gran reina. El profesor Laredo Quesada, uno de los máximos expertos de la Guerra de Granada y, por lo tanto, de la misma Isabel la Católica, como el profesor Luis Suarez, ambos miembros del Real Academia de la Historia, máximo este último conocedor de la historia de la Católica, han sido rotundos, a lo largo de sus vidas académicas y multitud de obras magníficas, que la reina castellana y española jamás efectuó el indicado juramente.

 La misma Juana la Loca, hija de Isabel, sentía tal afición por bañarse y lavarse el pelo que su marido, Felipe el Hermoso, más europeo en este sentido también, llegó a temer que enfermase porque tantos baños debilitaran su cuerpo.

Como no puede obviarse la leyenda que, atribuida a Alfonso VI de León, ordenó la destrucción de todos los baños de su reino en el siglo XI, porque creía que sus sufridas derrotas por parte de los musulmanes eran consecuencia de que sus tropas se habían debilitado a causa de tomar las aguas, teoría que estaba extendida por toda Europa, mientras que entre judíos y musulmanes los baños eran habituales como bien sabido es.

 De ahí parte de las reticencias al baño por parte de los cristianos en la Edad Media, a lo que había que sumársele la promiscuidad que podía darse también en los mismos, por lo que se renuncia a ellos en particular y a la higiene en general, no siendo ajeno a ello la obsesión religiosa, lo que en alguna medida se extiende a toda Europa a finales de la Edad Media así como en la Moderna del siglo XVI, lo que hace que no se llevaran los baños y los malolientes intentasen evitar su mal olor con perfumes y más tarde, cuando volvió a surgir este rechazo al agua por los cristianos, con polvos de talco, protegiendo sus pelucas y ropajes pulgas y piojos.

 Sé que el concepto de higiene en aquellos años del siglo XV no era muy elevado y, menos aún, generalizado. Concretamente, el cronista Palencia, refiriéndose a lo confiados que estaban nuestros paisanos musulmanes de aquel 28 de febrero de 1482, escribe en referencia a la ciudad-fortaleza que se acaba de conquistar: “Su situación y sus fortificaciones les hacían descuidar la vigilancia, confiados en que por la proximidad a Granada y por lo seguro de su emplazamiento nada tenían que temer del enemigo. Dedicábanse los vecinos a sus tráficos, las mujeres frecuentaban las saludables termas, alimentadas por los manantiales que allí nacen, todos vivían entregados a sus vicios y placeres, descuidando toda precaución”.

 Pero es que el cronista Hernán del Pulgar, en su “Crónica de los Reyes Católicos”, llega más lejos, relacionando la perdida de la ciudad por los musulmanes como un castigo de Dios, en lo que algo tuvieron también causa los baños: “…porque plugo a Dios mostrar su ira tan súpita y tan cruel contra ellos. Y hallamos que bien cerca de ella hay unos baños en un edificio muy hermoso, donde hay agua de un manantial natural caliente. A estos baños venían hombres y mujeres a bañarse, así de la ciudad como de otras partes de moros. Estos baños eran causa de algunas masajes de los cuerpos, de deleites excesivos, de donde procedía ociosidad, de la ociosidad lujurias malas y feas y otros engaños y malos tratos que hacían unos a otros, por sostener la ociosidad en que estaban acostumbrados”.

Escudos y emblemas originales de los Reyes Católicos, en la parroquia de Alhama de Granada.

 No obstante esta mentalidad, el mismo Fernando el Católico, cuando llega por primera vez a Alhama para socorrerla del cerco de Muley Hacen, como sucede igualmente poco después con la reina Isabel, se hubo de instalar por los baños, visitarlos y hasta utilizar sus aposentos como alojamiento durante sus estancias en Alhama y lo dicho, la decisión de que un existente baño romano se dispusiese para su uso y recibiese así el denominado nombre de “Baño de la Reina”. Otros cronistas nos hacen ver estas posibles estancias de los Reyes Católicos en el Balneario, así como los más destacados caballeros que les acompañaban en los distintos socorros en que participaron para rechazar a las tropas granadinas que intentaban, una y otra vez, volver a hacerse con Alhama, así como, superada esta situación de los primeros años de la Guerra de Granada, decidiesen desplazarse y visitar Alhama.

 Así, la reina Isabel, como siempre con la anuencia de su esposo el rey Fernando, en octubre de 1495, decide que los Baños de Alhama dependan del Consejo de la Ciudad de Alhama, lo que así sería hasta el primer tercio del siglo XIX, en el que el cabildo de Alhama, los vende al malagueño José María la Fuente, si mal no estoy informado.

 El mismo Hernán del Pulgar resalta a Isabel la Católica escribiendo que era una mujer muy ceremoniosa en los vestidos, en sus estrados y asientos y en el cuidado de su persona, refiriéndose a su aspecto personal y comprendiendo ello, lógicamente, su alto sentido de la higiene y aseo personales.

 Hoy, los importantes documentos, más de nueve mil, conservados aunque escasamente analizados en su inmensa mayoría hasta ahora, del archivo histórico de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, con sede en Cáceres, a disposición de todos para que comprueben cuanto gusten, y sobre todo para dejar claro el sentido de la higiene, limpieza, imagen y presencia de mujer y reina que tenia Isabel la Católica. No faltándole durante su vida perfumes especiales traídos de extremo oriente, cosméticos de uso real, ricos perfumes elaborados en Granada y en otros lugares de nuestra Península, desodorantes, regeneradores e hidratantes para la piel, etc.

 Transcribimos el texto del artículo relacionado con “El mito de la falta de higiene de Isabel la Católica: desvelan los perfumes que utilizó” de David Barreira, en “El Español” del 13 de abril pasado, con ocasión de la presentación de la valiosa documentación a la que nos referimos en la Academia de la Historia el indicado día. Uno, entre los muchos publicados o difundidos por la prensa española comenzando por “El País” y “ABC” y de otros países, que han escrito, comentado e informado sobre este hecho, reconociendo y despejando ya documentalmente la duda, en unos casos, la injuria, en otros, en definitiva, el mito que se ha venido manteniendo sobre la falta de higiene de la gran reina española:


El mito de la falta de higiene de Isabel la Católica

 Los libros de cuentas redactados por su jefe de cámara, conservados en archivo histórico de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, muestran los cosméticos que manejó la reina castellana.
13 abril, 2021

David Barreira @davidbr94

Uno de los grandes mitos que ensombrecen la figura de Isabel la Católica, una de las más grandes soberanas de la Europa moderna, es el de su supuesta falta de higiene. Esta recurrente caracterización tiene su origen en una falsa leyenda: el juramento —que nunca realizó— de que no se cambiaría de camisa hasta que no arrebatase Granada a los musulmanes. En realidad, los historiadores señalan que esta frase corresponde a su tataranieta, Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II y gobernadora de los Países Bajos, quien al parecer prometió de forma simbólica que no renovaría sus prendas hasta pacificar Flandes.

 Unos documentos conservados en el archivo histórico de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, ubicado en el Palacio de los Golfines de Abajo de Cáceres, y que desde este martes ofrece sus 9.000 legajos de forma digitalizada, arrojan una imagen diferente sobre el aseo personal de Isabel I de Castilla. Según anotó Sancho de Paredes Golfín, su camarero o jefe de cámara desde 1498, la reina empleó perfumes y cosméticos que en algunos casos procedían de Oriente.

 "La reina era también aficionada a los perfumes y joyas. Ella pensaba que el cargo había que vestirlo, que una reina debía tener una presencia pública solemne o destacada", explica Miguel Ángel Ladero Quesada, catedrático de Historia Medieval y académico de la Real Academia de la Historia. "Así como su hermano Enrique IV en eso había sido un poco desastre, porque no le gustaba vestirse bien ni las recepciones, Isabel tenía un concepto muy fuerte de la vida real y de cómo las vestimentas, las joyas y los cortesanos tenían que existir porque eso impresionaba a la gente, a los súbditos, y les daba la sensación de que estaban realmente ante su rey o reina. Y los perfumes también formaban parte de eso".

 Los nueve libros de cuentas que detallan el inventario de los bienes materiales de la esposa de Fernando el Católico fueron redactados por Sancho de Paredes, que ingresó en la corte de Isabel en 1484 y empezó a ayudar a su suegro Martín Cuello en la complicada gestión de los bienes de la cámara regia, según detalla Ignacio Panizo Santos en su reciente tesis doctoral Análisis institucional, gestión administrativa y tramitación documental de la cámara de Isabel I de Castilla. El 15 de marzo de 1498 asumió el cargo de teniente de camarero.

 Es precisamente en ese último volumen donde se recogen todos los gastos de la reina en "cosméticos de uso real": algalia, almizcle, anime —una resina o goma de diversas especies botánicas orientales—, benjuí —una resina de un árbol originario de los bosques tropicales de países del Sudeste Asiático— o estoraque real. Además de estos productos, que fueron adquiridos por el propio Paredes y su esposa, Isabel Cuello, en varias operaciones cerradas en Granada o Medina del Campo, el tocador de la monarca de Castilla era rico en perfumes elaborados, como el ámbar fino, el aceite de Azahar, el agua de murta, que se utilizaba como desodorante, o el aceite de rosa de mosqueta, muy utilizado en la actualidad porque es uno de los regeneradores e hidratantes más potentes para la piel. Todas estas fragancias iban bien guardadas en cofrecitos, arquetas, redomas, barrilitos y recipientes de vidrio.



La conservación

 Los cometidos del camarero consistían en vigilar el aspecto de los objetos privados de la reina —joyas, obras de arte, vestidos, mobiliario para la capilla o para los aposentos— y ordenar su reparación, así como hacer encargos a artesanos. También tenía la responsabilidad de realizar la gestión administrativa, una rutina a la que Sancho de Paredes le dio un vuelco: nada más hacerse cargo de la cámara de la reina solicitó la redacción de un inventario con todos los bienes y, desde ese momento, todas las compras, donaciones, ingresos y salidas debían quedar respaldados por documentos oficiales. Necesitó nueve libros para reflejar todas las posesiones de Isabel la Católica.

 Esta labor de documentación y transparencia fue de enorme utilidad para los encargados de gestionar el famoso testamento de la reina, muerta el 26 de noviembre de 1504 en Medina del Campo. Además de designar a su hija Juana, llamada "la Loca", como heredera, dejó órdenes del destino de sus bienes, desde los regalos a iglesias hasta el patrimonio para sufragar deudas; y el camarero devolvió todos los objetos a los albaceas.

 "Al acabar el proceso, la Contaduría Mayor de Cuentas revisó la documentación. Sancho de Paredes fue convocado. Se presentó con toda la documentación que había gestionado entre 1498 y 1504 para probar que había obrado correctamente", explica Ignacio Panizo Santos en su tesis. "La Contaduría inspeccionó sus documentos. Comprobó que había unos que se habían perdido y no podía justificar. Pero en general, fueron pocos y poco importantes. Estas faltas no le restaron prestigio. El rey Fernando lo entendió así. Ordenó a la Contaduría que aceptara sus argumentos y liberaran de responsabilidades al camarero". Su nombre gozaría de fama en la corte y el rey le pediría que inventariase ahora los bienes de su nieto, el infante Fernando, tareas que desempeñaría hasta 1518.

 Con la llegada de Carlos V a España, Paredes se retiró a su Cáceres natal. La Contaduría Mayor de Cuenta le devolvió los inventarios y los documentos sueltos, que encuadernó y conservó y han ido pasando de generación en generación hasta su actual propietaria, la condesa de Torre Arias, Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. Su fundación abre ahora al universo digital los más de 9.000 documentos y volúmenes que atesora, entre los que sobresalen los libros de cuentas de Isabel la Católica. El acto de presentación tendrá lugar este martes por la tarde en la Real Academia de la Historia en un acto presidido por su directora, Carmen Iglesias.