Regreso a Ávalon

La otra mirada


Todo el mundo debería de tener un lugar mítico al que regresar.

 Una pequeña isla a la cual volver a abrazar a Penélope, un “Reino de las hadas”, Ávalon, en el que comer dulces manzanas todo el año, o simplemente un patio en Sevilla, aunque sea sin limoneros. Anhelo, como se ve, mucho más modesto y pequeño-burgués. Cualquier lugar al que querer poder regresar, siquiera con la imaginación, cuando la realidad se pone demasiado gris, pesada y desaborida, o “Esaboría”, que me suena mejor pronunciada al estilo jameño que al castellano.

 Cuando estamos a punto de dejarnos llevar por el desánimo y la melancolía, Ítaca Penélope, Ávalon y Morgana, o el patio sevillano, son, entonces, lugares a los que soñar regresar.

 Todos hemos estado en esos lugares, aunque no lo recordemos, y ni siquiera es necesario el regreso físico y real. Basta con planear el viaje para empezar a disfrutarlo.

 Y a mí, particularmente, donde me apetece regresar es a la Barcelona preolímpica, plenamente europea, con una vitalidad cultural irrepetible, probablemente. A esa Barcelona de mis diecisiete, como en la hermosísima canción de la gran Violeta Parra.

 Nada, o casi nada, queda de ella, salvo en mis recuerdos. No voy a entrar en los motivos, que darían para un debate largo y agotador que no me apetece plantear.

Creo que ya he contado en alguna ocasión que esa Alhama de sus recuerdos era también mía, a través de sus anécdotas evocadoras, pero no de color de rosa
 Nadie se llame a engaño. A mis padres les costó muchos años y esfuerzos regresar a Alhama (Ítaca, Ávalon o el patio de Sevilla). Creo que ya he contado en alguna ocasión que esa Alhama de sus recuerdos era también mía, a través de sus anécdotas evocadoras, pero no de color de rosa; y aquí está mi hogar y el lecho donde yazgo. Quiero a la Comarca de Alhama y a Andalucía (a España y el mundo, de paso). Como quiero el pan cotidiano, el agua que bebo o el techo que me cubre. Es decir, como todo lo que me es imprescindible para la vida. No necesito proclamarlo un día al año. El amor se demuestra día a día, como se demuestra al padre o a la madre. Nunca he felicitado a mi padre o a mi madre en esas fechas, ¿es que no lo son durante todo el año?, aunque comprendo que para algunos comercios son días buenos.

 Pero insisto, hay momentos en los cuales desearía estar en cualquier otro lugar y con otras gentes. O, simplemente, meterme debajo de la cama hasta que pase la pandemia, hasta que los españoles se hayan puesto de acuerdo en algo. Todos, los cuarenta y siete millones de españoles y los políticos. Los blaugranas y los merengues, los rockeros y los raguetoneros.

 No lo he intentado, pero creo que no quepo debajo de la cama. De modo que no me queda otra opción que quedarme donde estoy y planear mi próximo encuentro con Morgana, por la cual tengo cierta debilidad desde que vi Excalibur el año de su estreno. Por Morgana como mito, por las espadas y por Helen Mirren, actriz que encarnaba el personaje.

 Pero mucho antes de eso, cuando seamos libres de nuevo para salir, para entrar, para besar y para abrazar, hay otro proyecto en mi agenda mucho más factible. Comerme un arroz de los de nuestro compañero y amigo Pablo con la gente de Alhama Comunicación.

 Y por favor, que todo el mundo extreme las precauciones para que bajen pronto las cifras de afectados que tenemos en Alhama.