A Chencha Serrano del Pino, "Juegos con canciones y romances"

Cartas Alhameñas

 Lo tengo que decir, guste o no. Tú has sido una de las mujeres que me ha visto en pelotas, en pelota picada como se dice ahora,  ¡vamos totalmente desnudo!. Siempre hemos tenido una entrañable amistad y confianza. La seguimos teniendo y, por supuesto, durará hasta que tomemos el camino hacia la otra Orilla. Seguro que, después -si el Creador me llama a la Vida, tú ya la tienes bien ganada-, continuaremos para siempre el afecto que nos profesamos.

"CARTAS ALHAMEÑAS"
Andrés García Maldonado
A Chencha Serrano del Pino
"Juegos con canciones y romances"

Querida Chencha:

 Lo tengo que decir, guste o no. Tú has sido una de las mujeres que me ha visto en pelotas, en pelota picada como se dice ahora, ¡vamos totalmente desnudo!. Siempre hemos tenido una entrañable amistad y confianza. La seguimos teniendo y, por supuesto, durará hasta que tomemos el camino hacia la otra Orilla. Seguro que, después -si el Creador me llama a la Vida, tú ya la tienes bien ganada-, continuaremos para siempre el afecto que nos profesamos.

"Tengo una muñeca
vestida de azul
con su camisita
y su canesú.
La saqué a paseo
y se me constipó;
la tengo en la cama
 con mucho dolor".

 Naciste en la calle Enciso, en su número 27. Residiste un tiempo en la calle Arquillos y, con diez años, volviste al 16 de la primera. Precisamente, la casa lindante con la de mi nacimiento, en la que estuve hasta los cinco años, cuando nos fuimos a residir a la calle Fuerte, a la casa de la Administración de Correos, y, al morir mi padre, retorné, también con diez años reciente cumplidos, a la de mi abuela en la calle Enciso. Pero, de una u otra forma, jamás dejamos esta calle en esos pocos años que no vivimos en ella, pues raro era el día que no nos acercábamos a ver a familiares o a jugar.

 Durante muchos años, como tantas otras calles y paseos de Alhama, la nuestra fue un lugar muy especial para niños y jóvenes de poca edad. Todas las tardes, generalmente al anochecer -no olvidemos que entonces no se adelantaban una hora más los relojes- nos juntábamos decenas y decenas de niñas, niños y jóvenes.

 Cada grupo jugaba a lo suyo. Los niños a “los cortaos”, “al pañuelo”, "al chichirivoy" salto de unos sobre otros a ver quienes aguantaban, al "¡alerta!, ¡alerta está!”, al "pilla pilla", al "escondite", al "uno na", algo así como al salto del potro haciendo de este uno de nosotros y, cuando nos encontrábamos pocos, o llovía, en un portal a "las cuatro esquinas", "la gallinita ciega" o al “veo, veo”. Todos esto además de los juegos diurnos, del fútbol, el bolo, las bolas, a la "cuarta", la lima, el trompo, el aro -¡qué bien nos venían los de los toneles de la leche en polvo americana!-, y algunos otros entretenimientos.

"Que llueva, que llueva,
la Virgen de la Cueva
los pajaritos canta
las nubes se levantan,
que sí, que no,
que rompan tus cristales
y los míos no".

 Los niños nos empleábamos a fondo en nuestros esparcimientos. Cuando llegaban los días de la Calendaría, el gran mecedor, amarrado en dos balcones altos de cada una de las partes de la calle. Nos colábamos en vuestras colas de espera y lo disfrutábamos igualmente. Mientras las hogueras ardían no muy lejos, San Francisco de Paula, de alguna forma, no nos dejaba de mirar desde su hornacina entre nuestra dos casas, y la monotonía del agua del caño se mezclaba con vuestras tonadas.

 Vosotras, normal y diariamente, practicabais durante horas el corro o rueda así como la comba. El primero, un buen grupo, os dabais la mano y girabais acompasadas por las melodías de las canciones, gestos y diálogos. El segundo, con una fuerte cuerda, dos de vosotras la agarrabais por cada uno de sus extremos y le dabais vueltas con gran fuerza, las demás se colocaban en fila e iban saltando sin perder "comba". Cuando una no saltaba bien o se paraba, había de reemplazar a una de las compañeras que “efectuaba la comba de la cuerda”.

"Al cochecito leré
me dijo anoche leré
que si quería leré
montar en coche leré,
y yo le dije leré:
“no quiero coche, leré,
que me mareo leré
montando en coche”.

 Especialmente estos dos juegos vuestros, con sus movimientos y ritmos, jamás los olvidaremos, precisamente porque hace ya más de medio siglo y no se nos han apartado de la memoria, como tampoco olvidamos el de "la flor del romero", que practicabais en más largas distancias. Además, se han quedado en lo mejor de los sentimientos las romanzas que reiterabais con graciosos ademanes, tanto en uno como en otro juego. Aquel cantar, aquellos romances, son el irreemplazable fondo musical de nuestros años de infancia y niñez, de un tiempo y época en que estas cosas nos hacían pasar días deliciosos.

"Quiero ser
tan alta
como la luna
¡ay! ¡ay!,
 como la luna,
como la luna,
para ver
los soldados
de Cataluña
¡ay! ¡ay!
 de Cataluña”.

 No olvidemos que lo más que había en nuestra casa como entretenimiento, y no en todas, era una radio, jamás con programas de esparcimiento para niños y jóvenes. Ni teníamos televisión, ni ninguna otra cosa, salvo algunos juguetes de mesa, como el parchís con su oca. Eso sí, una baraja española y, en algunas, un dominó. También, hay que decirlo, veíamos un que otro ajedrez y damas. Las primeras televisiones, cuatro o cinco, llegaron a Alhama ya entrados los años sesenta y, por supuesto, todo lo que hoy han alcanzado nuestros hijos y nietos es que ni lo imaginábamos en lo más mínimo, por mucho que ya leyésemos obras de Julio Verne y le echásemos sueños e imaginación al futuro que nos esperaba.

 Así que los amigos y la calle, que suerte ambas cosas, eran nuestras posibilidades de retozo y recreación. Dicho de otra forma, de divertimento inigualable en aquel tiempo. Por inmensa fortuna, también de sana convivencia y magnífica relación con los demás.

"Al pasar la barca
me dijo el barquero,
las niñas bonitas
no pagan dinero.
 Yo no soy bonita
ni lo quiero ser".

 En nuestra calle había entonces carros situados en sus lados. Los que utilizábamos los niños para no ser cogido por la cadena humana de "los cortados", salvo cuando ésta se hacía extensa y rodeaban a todo el carro en su conjunto y, por tanto, al que en él se parapetaba para no ser tocado. Ni un solo automóvil o camión en toda la calle, quizá la más larga del pueblo en aquellos años. Sólo había algunas motos, que se guardaban en los portales. ¿Recuerdas al buenísimo de Antonio Cortés, el inseparable amigo de toda la vida de mi tío Juan Bautista, al que dábamos el preceptivo y respetuoso paso hacia su casa observando la gran lentitud con la que, con erguido porte, transitaba toda la calle Enciso sobre su "Gusi"?

"Me casó mi madre chiquita y bonita
con unos amores que yo no quería.
La noche de novios entraba y salía,
le seguí los pasos para ver donde iba,
y le veo que entra en “ca" de su querida".

 A lo niños de más edad, ya camino de la pubertad, les gustaba miraros: un verdadero ramillete de niñas bonitas. Por esos años, creo yo, nos fijábamos únicamente en la cara de las chiquillas, especialmente en sus ojos, y su simpatía. Con pocos años yo, estaba el grupo de tu generación -contigo, Paquita López, mi prima Ana Mari, con sus trenzas rubias, Carmen López, Amparo Guerrero, Amparo Redondo, tu prima Feli López, María y Pili Morales , Anita Fernández Bello, Laura Olmos, las primas Elisa y Remeditos Navas y, entre todas éstas y las de mi edad, mi primas Chencha y Charo -Carmen era más menor como Pili Castillo y Pili y María Luisa Romero Espejo-, tu hermana Mari Carmen, Ani López, tu prima Pili López, Natalia, las primas Isabel, Mari y Tere Fernández, Mercedes Rivera, Angusti, Pili y Toñí Guerrero,… de lo que era nuestra calle, y espero no olvidarme de ninguna de aquellos años nuestros, de todas conservo excelente recuerdo, además de las que venían de variadas partes del pueblo.



 Nos agradaba miraros, en una y otra edad. El fijarnos algunas veces era por lo que nos gustaban las canciones que interpretábais, otras por la valentía y rapidez en los rápidos y limpios saltos de la comba. Alguna de vosotras erais realmente sorprendentes en este menester, con un brío y certeza singulares. También por los gestos y posturas que efectuabais en el juego de la rueda, como cuando representabais aquellos romances de "Tengo una muñeca", "Que llueva, que llueva", "Al cochecito leré", "Quisiera ser tan alta", "El barquero", "Me casó mi madre", "Han puesto una librería", "El patio de mi casa", "¿Dónde vas Alfonso XII?",... y también, por supuesto, porque los encantos y la belleza, aunque se asimila y siente de distintas formas en el transcurso de las etapas de nuestra vida, el atractivo hacia el otro sexo se va introduciendo y transformando según van evolucionando nuestros sentimientos.

"Han puesto una librería
con los libros muy baratos,
con un letrero que dice
aquí se vende barato.
María dame la capa
que me voy a torear,
 la capa no te la doy
que el toro te va a matar.
A mí no me mata el toro
ni tampoco los toreros,
a mí me mata una niña
que tenga los ojos negros
y tú los tienes azueles
y por eso no te quiero".

 Cuando ya nos acercábamos a los doce o trece años se daba un cierto enamoramiento platónico. Por favor, no pensemos en "el avance" que han tenido nuestros hijos en todo esto. Menos aún cuando, todavía con diez años, algunos seguían creyendo que los niños “no ya que se encargaban a Paris o donde a cada padre le apeteciese más", sino que se “hacían” la noche antes de nacer el bebé. Nuestra educación en estos aspectos, salvo alguna excepción y, por cierto, muy rebuscada, no solamente era totalmente nula, sino lamentable, absurda y, en tantos casos, hasta profundamente perjudicial y grave para nuestra mente. Se llegaba al extremo de que nos poníamos colorados cuando algún mayor, delante nuestra, mencionaba simplemente la palabra “nalga”. Increíble, pero cierto.

”El patio de mi casa
es particular,
cunado llueve se moja
como los demás.
Agáchate
y vuelve a agachar,
que las agachaditas
no saben bailar”.

 Varios de los juegos que practicábamos los niños, también lo practicábais las niñas y muchos de ellos los disfrutábamos en común. Cuando se trataba de familiares o había mucha confianza y vecindad, el "pilla-pilla", "las cuatro esquinas", "la gallinita ciega",... Cuando nos encontrábamos en un portal, y a veces apagábamos o se iba la luz –lo que era muy usual en invierno- todos nos quedamos "palpadores a oscuras" sin la menor “maldad” como se diría entonces. Y sobre todo, entre tanta imaginación y recreación, ¿cómo olvidar las obras de teatro que montaba Ani López en su portal? Era toda una directora y productora y lo pasábamos de maravilla, bien como actores, bien como espectadores.

 En fin, ¡que tardes-noches! Sobre todo, las de verano, cuando nuestras madres, tras la cena, se sentaban en el sibanco de tu casa. Delicia de estío, cuando ya estaban todos de vuelta de los cortijos tras la recolección y antes de marcharse unos a estudiar y otros muchos volver al campo. Nosotros, cuando cada uno se iba a su casa, nos quedábamos sentados en la acera escuchando a nuestra madres, hasta altas horas, y más aún las noches que volvía tu inolvidable padre, el bueno de Ricardo Serrano, de Granada o cualquier otro viaje y nos contaba tantas cosas.

"¿Dónde vas Alfonso XII
donde vas triste de ti?
Voy en busca de Mercedes,
que ayer tarde no la vi.
Sí Mercedes ya está muerta
Muerta está, que yo la vi.,
cuatro duques la llevaba
por las calles de Madrid.

 ¡Que emoción sentía cuando entonabais este romance! La sigo sintiendo y creo que cada vez más, el correr de los años en estas cosas sí que no perdona. La inmensa soledad de Alfonso XII, del que nos había hablado tantas veces mi padre, concretamente sobre su visita a Alhama y el monumento que aquí tuvo y se destruyó. Además, el hecho de que mi madre se llamarse María de la Mercedes, siempre ha provocado que esta canción la tenga a flor de piel en lo mejor de mi corazón. ¿Imagínate que fue para mí aquel día de septiembre de 2003 en el que Alhama volvía a inaugurar el monumento a Alfonso XII y, con ello, a la Solidaridad Universal? ¡Qué valor histórico y de estricta justicia le echo a esto nuestro buen amigo Paco Escobedo! Sí, yo empujé todo lo que pude y más, pero él fue quien lo hizo posible.

 Tú nos has olvidado todo esto, las canciones las recuerdas y tarareas magníficamente. La calle de aquella época jamás podrás olvidarla, pues allí conociste con pocos años a nuestro buen vecino y mejor persona Paco, el que se enamoró perdidamente de ti y durante toda su vida te ha tenido inmenso amor, como te lo tiene desde la Eternidad desde aquél día de primavera que se fue junto a Dios.

 Son ya muchos, excesivamente demasiados, los que vuelven cada anochecer desde lo más profundo de nuestras memorias a jugar sin que nadie, absolutamente nadie, salvo el Supremo Hacedor, los vea. Entre otros tantos, aquél niño amigo de juegos tuyo como era mi hermano Felipe, y tantos y tantos otros queridos e inolvidables, los que resuenan también para siempre con el inconfundible eco que no dejamos jamás de rememorar.

"Llora, llora, Alfonso XII
y no dejes de llorar
que reina como Mercedes
no volverás a casar".

 No olvidemos jamás que la memoria y los recuerdos, y con ello la nostalgia, nos ayudan a completar nuestro caminar, a que no se interrumpa emocionalmente nuestros pasos por este mundo, los que comenzaron siendo tan felices, no percibiendo tremendos sufrimientos, mezquindades e injusticias que padecían muchos de cuantos nos rodeaban y muchísimos más que desconocíamos.

 En fin, querida Chencha, pues sí, tú eres una de las mujeres que me has visto desnudo, y no una vez, creo que cientos. Lo que pone en evidencia nuestra relación casi familiar desde que nací en la casa arriba a la tuya y en aquellos dos primeros años de mi vida, cuando mi madre me preparaba para el baño y me escapaba culeando escalón tras escalón, unos veinte, y desnudo llegaba gateando hasta tu casa. Y tú, con tus once o doce años, me devolvías al gran barreño.

 Chencha, mientras nos sea posible seguiremos pasando los "tréboles" y lo haremos las noches de San Juan y cuando venga bien, porque los llevamos en los mejor de nuestros sentimientos y en los más limpio de nuestros recuerdos. Esos que son tan imborrables porque vienen formando parte de nuestras vidas desde hace muchos, muchísimos años, desde que éramos niños.

 Querida y apreciada Chenca, como siempre, un fraternal beso.

Andrés.