Rafael de León, entre silencios y sombras

Palabra en el tiempo


En Sevilla, un 6 de febrero de 1908, nace Rafael de León y Arias de Saavedra, hijo de don José de León y Manjón, y de doña María Justa Arias de Saavedra y Pérez de Vargas, condes de Gómara.


María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora

 Fue bautizado en la iglesia de la Magdalena cercana a su casa natal en la calle San Pedro Mártir, la misma donde años antes había nacido Manuel Machado. Era una típica mansión señorial con jardín, patio y fuente: escenario que serviría de marco a algunas de las heroínas de sus más preciadas creaciones. Junto a estos viejos palacios, aquellos otros abandonados y alquilados por sus dueños como casas de vecinos. De un lado la antigua nobleza, oculta tras las cancelas, y de otro el pueblo llano hacinado en las casas de vecindad y obligado a vivir permanentemente en la calle. Calle y clausura, cancela y cárcel, palabras que sonarán para siempre en las canciones del poeta.

 La memoria escolar de León se repartirá entre los primeros preceptores y su llegada, en 1916, al colegio jesuita de San Luis Gonzaga de El Puerto de Santa María. Colegio al que ya habían asistido Juan Ramón Jiménez y Rafael Alberti. Más tarde prosigue su educación en el colegio de los jesuitas del Palo de Málaga y después en los Salesianos de Utrera, donde concluye sus estudios de bachillerato.



 En 1926 comienza la carrera de Derecho en la ciudad de los cármenes, donde conoce a Federico García Lorca con el que entabla una entrañable amistad. Desde entonces, el poeta sevillano vivirá el desarrollo de la Generación del 27 como espectador y amigo personal de uno de sus miembros más representativos.

 Durante estos años resurgen con fuerzas las hablas regionales; se ponen de moda el gitanismo, el gusto por lo popular, los toros y una visión hedonista del sur, herencia del Romanticismo.

 El poeta era visitante habitual de los cafés y salas de variedades de Sevilla. En estos ambientes, Rafael hizo rápidamente amigos, pasando pronto a sentir gran afición por la canción popular andaluza, siendo autor de algunos éxitos del momento.

 Rafael de León no es el aristócrata calavera que frecuenta el cabaret, sino por el contrario, es un joven heredero de casa condal, que convive y participa de la estética del “corral de vecinos”, del pueblo bullicioso que vive junto al palacio. Resulta evidente la receptividad de nuestro autor por las distintas variantes de los espectáculos populares de su tiempo. Nuestro autor abandona pronto sus pretensiones de crearse un nombre como poeta culto al elegir, casi de inmediato y para siempre, el mundo del espectáculo.

Se traslada a Madrid en 1932, bajo la tutela de Quiroga en busca de un medio más idóneo para desarrollar dichas actividades



 En Madrid, Rafael colabora en la “academia de arte” de Quiroga, sita en la calle Concepción Jerónima,10, donde enseñaban baile, cante y recitado y eran muy abundantes en estos años. En Barcelona Quiroga fundó otra en la calle Conde de Asalto,42, en la misma casa donde Rafael de León residió en sus habituales estancias en la Ciudad Condal.

 En unos años en que la zarzuela es un género destacado, Rafael se decanta por los espectáculos folclóricos. Las denominaciones de éstos, estampas líricas, fantasías líricas, así como el uso de cuadros regionales, denotan sus conexiones con el precitado género, cuadros que representan, de forma casi exclusiva, escenas andaluzas. De este modo, se origina el género llamado folclórico del que Rafael de León junto con Antonio Quintero serán sus más claros exponentes. La realidad era que el teatro folclórico gozaba del favor de la mayoría.

 Una etapa en la obra de Rafael de León son los años cuarenta. Su primer libro de poemas, Pena y alegría del amor, aparece publicado 1941. En 1943, , su segundo libro Jardín de papel. Asimismo, ocurre en lo tocante a las canciones. Todas las fundamentales pertenecen a esta década: “Tatuaje”, “Romance de la otra”, “La Lirio”, “No te mires en el río”, ”Eugenia de Montijo”, etc. En ellas se dan citas los temas y recursos de lenguaje que caracterizarán al resto de su producción que se prolonga hasta 1980. En los años cuarenta adquiere su madurez artística al haber hecho suyas experiencias anteriores con la poesía culta y el mundo de la canción. En este sentido habría que situar su admiración por Villalón y Lorca y, sobretodo, la aproximación de un timbre popular que no es sino una especial sensibilidad para captar loq ue se habla en la calle.

 Al terminar la guerra y, tras una breve estancia en Sevilla, regresa a Madrid, a su domicilio de la calle Jesús de Medinaceli,12. Realiza frecuentes visitas a Barcelona donde se producía por estos años una serie de películas cortas de corte folclórico. El tema de las mismas eran las más conocidas canciones de Quiroga según guión de Rafael de León: La Parrala, La Petenera, A la lima y al limón...

 Por estos años, el poeta mantuvo colaboraciones con Xandro Valerio y Ochaíta. Con Valerio escribe una obra emblemática de la canción española: “Tatuaje”, y con Ochaíta escribe éxitos tan populares como “La Lirio” y “Eugenia de Montijo”.



 A partir de 1942 el sello “Quintero, León y Quiroga” se convierte en marca de éxito. Es muy importante la relación con Quintero-un técnico experimentado en la estampa andaluza- y el maestro Quiroga –quien había realizado sobre la partitura el mismo proceso de fusión y readaptación de ritmos populares que Rafael de León hace en sus letras con respecto a la poesía popular. Ello se plasmará en una larguísima serie de canciones y también de espectáculos folclóricos concebidos a la medida de las figuras del género. Para Juanita Reina componen los espectáculos Solera de España. Este tipo de montajes se sucederá a lo largo de los años cincuenta y hasta primeros de los sesenta. Se estructuran unidos por un leve hilo argumental, articulándose escenas o estampas cantadas y/o bailadas, y pasillos cómicos, recitados y canciones. Hay que señalar que el centro de los mismos siempre son canciones, de tal forma que en los programas de mano son éstas las protagonistas.

 En 1952 muere su madre. También por estas fechas había cambiado de domicilio madrileño. Allí compondría sus últimas canciones para una nueva estrella del género: Marifé de Triana.

 Rafael de León muere el 9 de diciembre de 1982. Desde los años sesenta hasta su muerte, sigue escribiendo, en muchos casos lejos ya del género que tan popular lo hizo. Las colaboraciones con músicos como Algueró y Manuel Alejandro no significan un abandono de sus trabajos con Solano, con quien produjo una serie de canciones para los espectáculos de las nueve artistas folclóricas: Rocío Jurado o Isabel Pantoja.

 Tal vez, como personaje, Rafael de León optó por sumergirse en el anonimato, al margen de la vida social de su tiempo. Encerrado en teatros, en interminables ensayos, era amigo de la vida sin responsabilidades ni horarios. Hombre afable y de buen talante, el poeta más cantado de este país, la palabra de la “radio de cretona”, nunca quiso que su vida pasara al entorno público. Nuestro reconocimiento a quien puso en verso la historia sentimental de varias generaciones de españoles.