Pablo Picasso o el talante humano de un genio

Palabra en el tiempo



La falta de sosiego y de medida han sido consideradas tradicionalmente como características asociadas con la genialidad. Semejante categoría puede adjudicarse a nuestro Goya, cuya complicadísima ficha patológica es harto elocuente como amasijo de desequilibrios, alucinaciones, pesadillas y todo cortejo de pequeños demonios interiores. Genialidad indudable, genialidad de unánime reconocimiento, pero genialidad enferma, dictada por una razón a mil leguas del orden y de la medida.


María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora

 En cambio es bien conocido Pablo Picasso, el último de los artistas españoles al que se le han discernido laureles de genio. No sólo es bien conocido, estudiado y vigilado en todos sus actos plásticos, íntimos y vitales, sino que este conocimiento nos provee de una nueva caracteriología de lo genial, dado que Picasso es diferente de todos sus colegas antiguos y modernos. Pablo Picasso también excede a cualquier orden, nivelación y medida, pero tan sólo los sobresale cuando desea hacerlo y, en caso contrario, resulta ser tan comedido como ninguno. Conviene tener presente que se trata de un hombre sano, equilibrado, de reacciones absolutamente normales, gozador de la vida en la dosis natural con que puede hacerlo un ciudadano medio que anduviera muy lejos de cualquier complicación de genialidades. Hay mil testimonios sobre la serenidad de Pablo Picasso dentro de su marco personal y de su ficha ciudadana. Sin embargo, pocas veces queda tan justificada la titulación de genio.



 Y ello basta para hacernos entender la razón de un adjetivo que veníamos criticando sin misericordia. Y ahora nos consideramos capaces de definir la verdadera genialidad en su acepción más equilibrada y justa, Picasso juvante. La definición pudiera muy bien ser la siguiente: genialidad es la abundancia conceptiva y ejecutiva de imaginación creadora, férvida en originalidades temáticas, formales y accesorias, pero emanando de una mente equilibrada y de un cuerpo sano sobre toda ponderación. Y ello puede aplicarse a Pablo Picasso. Su juiciosa y ponderada alternancia de escenarios humanos saludables es un índice bien consolador de las normales reacciones de este genial artista. Cuando desea alardear de sensualidad, podría ser comparado con Rubens. Cuando adopta un pulso paleolítico, su mano es tan infantilmente sabia cual la de los hombres del Altamira y Lascaux. Cuando se siente italiano, romano y florentino, parece un compendio de las mejores esencias del Renacimiento. Y, en fin, su movilidad de invención puede simular coetaneidad con cualquier momento de la historia.



 La razón y el secreto de esa prodigiosa actividad no pueden ser más sencillos. Pablo Picasso, longevo como Goya, le aventaja notablemente en salud; pero sobre todo en calma, paz y tranquilidad. A pesar de todo, a despecho de su fama estelar y del esfuerzo a que ésta obliga, por encima de su práctica poligamia, de sus travesuras casi diarias, de la curva casi ascendente de invención y creación, Pablo Picasso es un hombre sano, un genio sano, un genio “sin mal genio”. El último de los grandes artistas de que puede enorgullecerse la Historia de la Humanidad es una criatura en paz, desprovista de miedos internos y externos, símbolo de la inmensa cantidad de aventura a que puede lanzarse un hombre cuando posee todas las claves y todos los controles de su organismo.



 En Picasso se daban cita la alada inspiración y el consciente trabajo penoso. En realidad, los dos estados suelen estar mezclados misteriosamente en el artista. La fórmula verdadera de la creación artística no es, inspiración o trabajo, sino inspiración más trabajo, exaltación más paciencia, deleite creador más tormento creador. Cada artista posee la idea presente como un sueño, pero “¿quién podría decir de qué profundidades de la naturaleza  humana o de qué altura del cielo proceden esos rayos divinos que de repente resplandecen en el artista?”. Es el “instante” inefable de iluminación interior. Luego se apagan las luces y comienza la tarea de hacer visible a la humanidad lo que él mismo vislumbró en ese momento efímero e irrepetible. Por ello el método no es nada. Todo camino que conduce a la perfección es acertado. Picasso fue creador y maestro de su propio arcano, fundiendo lo más esencial de su yo en su obra. Pero, un cuadro de Picasso resultaría aún más impresionante si antes hubiésemos tenido el privilegio de ver los dibujos y bocetos correspondientes; comprenderíamos por qué ha rechazado esto, por qué ha colocado aquella figura en ese lugar u oscurecido aquella otra. En este caso no estaríamos sólo ante la obra concluida, sino que seríamos partícipes de esas horas mágicas, de sus pensamientos y visiones, de la dicha y del tormento de ese genio malagueño y universal.