El arte de insultar

La otra mirada


 Son tiempos estos de profundo malestar, en los que día sí y día también, y alguna otra noche , se nos agria el humor con el resultado de que recurrimos al insulto, la descalificación y el denuesto.

 Aunque no soy nada partidario del uso de tales argumentos fáciles, comprendo que en ciertas ocasiones el cuerpo y el alma precisan un lenitivo y ciertamente soltar un exabrupto a tiempo puede resultar incluso terapéutico.

 Lo que sí noto es un escasa originalidad a la hora de insultar por parte de los españoles de todas clases y condiciones que solemos recurrir a dudar del honor y la masculinidad de los hombres o a sospechar, cuando no afirmar, la falta de testigos de la hombría, incluso, curiosamente cuando la ofendida es una mujer.

 Si hay que recurrir al insulto al menos deberíamos ser originales, ocurrentes y salirnos de los tópicos tan abundantes. “He pasado una noche estupenda, señora, pero no ha sido hoy” se afirma que dijo Groucho Marx a la anfitriona de la velada terminada. Recuerdo aún cuando Alfonso Guerra llamó al entonces presidente Suárez, “Tahúr del Missipipi,” o dijo que lo parecía, que viene ser lo mismo. Entre nuestros autores del Siglo de Oro, las desavenencias entre Quevedo y Góngora dieron lugar a alguno de los versos más conocidos de nuestra poesía:”Erase un hombre a una nariz pegado...”, todos lo recordamos.

 Pero quienes más insultos reciben son los políticos a los que se suele llamar, sobre todo chorizos. Lo cual es absolutamente incorrecto desde el punto de vista del buen uso del lenguaje: Define el diccionario de la RAE tal palabra, en su segunda acepción como;”ratero, descuidero, ladronzuelo”, todo lo cual define a personas que cometen robos de menor cuantía, mientras que los políticos cuyas actividades delictivas están en mano de jueces, presuntamente levantan cifras millonarias imposibles de obtener al descuido o rateando. Los presuntos a los que aludo, todos sabemos quiénes son, algunos de familia no ya acomodada, sino encumbrada; aplican aquello de “si hay que defraudar se defrauda, pero defraudar para nada es tontería”. Como sostengo que el mejor insulto es una buena definición, propongo que para llamar a los tales se usen términos como defraudadores, prevaricadores, derrochadores de lo ajeno, tiradores con pólvora de rey o cohechadores. Propongo también que se haga aplicando la ley, es decir, con el presunto delante hasta que exista sentencia en firme al respecto.

 Siempre es mejor recurrir a los argumentos claros y evidentes, al razonamiento y discurso coherente y lógico, pero, insisto, si hay que insultar, al menos que sea con elegancia.