Fin de la historia

La otra mirada



En 1992 un señor con apellido que parece de comida japonesa, Fukuyama y nombre de mula de película, Francis, promulgó el fin de la historia.

 No es que anunciase ni el caos, para eso ya está la prensa de derechas, ni el Apocalipsis, que creo que lo escribió San Juan. No, lo que hizo fue teorizar en un libro, llamado “El fin de la historia y el último hombre,” que, tras el fracaso de la Unión Soviética, y el advenimiento del capitalismo liberal sobre el Universo Mundo, que es el resultado perfecto, ya no quedan conflictos que resolver y se puede dar por finiquitada la historia.

 Para que ese feliz acontecimiento tuviese lugar es cierto que hubo que descabezar al movimiento obrero y sindical, huelgas mineras ferozmente reprimidas en el Reino Unido y aquí, sin ir más lejos Reinosa y el desmantelamiento del tejido industrial, la oposición del pueblo y la respuesta del gobierno de Felipe González. Pongo ese ejemplo como el más llamativo. Se trataba de adecuar España para su ingreso en la Comunidad Económica Europea, pero como resultado, no sé si secundario o primario, las huelgas y movimientos de resistencia fueron reprimidas, el movimiento obrero y sindical quedaron como testimoniales (si me equivoco que alguien me corrija) y los partidos de izquierda tradicionales, vamos a llamar las cosas por su nombre, el Partido Comunista de España, también fue desmantelado al ser abandonado por los votantes que habían asimilado que la izquierda ponía en peligro, si gobernaba, su pequeña casa, su pequeño coche y su pequeño sueldo.

... ese pensamiento único global, mezcla de neoconservadurismo, capitalismo, ya sin rostro humano y acusado desprestigio ...
 Era la anunciación de ese parto que dió lugar a este mundo en el que ahora vivimos, un mundo sin conflictos y el el cual sólo un puñado de hombres y mujeres resisten y hacen frente a ese pensamiento único global, mezcla de neoconservadurismo, capitalismo, ya sin rostro humano y acusado desprestigio de los partidos de izquierda más tradicionales, aunado a un enaltecimiento de otros a los que llamaré neofascistas, y que se enfade el que se dé por aludido.

 Es este un mundo en el cual nos pueden pasar por delante de los ojos un mensaje claramente fascista, “el capitán que necesitamos no está entre vosotros, políticos” y nosotros lo aceptamos como si fuese lo más original y fidedigno que hemos visto en los últimos años; en el cual el hecho de que una persona de izquierdas tenga un buen pasar se considera escandaloso, pero incluso alguna parte del gobierno blinda a un señor que resulta de más que dudosa moralidad, ética y decencia. Esto último aclaro que es una opinión persona mía que carece de fundamentos jurídicos y pruebas fehacientes. Un mundo en el que gente de la clase obrera defiende a quien le regatea el sueldo, cada uno defiende a quien quiere, ahí no entro, e insulta a los partidos de izquierda. Tan criticables como los demás. Pero debo insistir una vez más, que la crítica no puede quedarse en el insulto; llamar rata a un señor porque no te gusta su peinado, su forma de vestir o sus ideas, sin decir que es lo que tu mejorarías de esas ideas, es, como poco, infantil. Muy infantil.

... la solidaridad, contra el egoísmo y el respeto a los desiguales frente al racismo, la xenofobia y la aporofobia ...
 Ante este fin de la historia, sólo cabe insistir en defender el pensamiento crítico, pero razonado, en oponer a los insultos, razones y a las amenazas de conductas violentas, la serena y tranquila defensa de unos valores morales, defensa de lo público en servicios esenciales, de la solidaridad, contra el egoísmo y el respeto a los desiguales frente al racismo, la xenofobia y la aporofobia. Ese es el discurso con el cual comulgo (no sé bien si lo he dicho alguna vez) y con el cual voy a seguir comulgando.

 Concluyo negando la mayor: Mientras quede gente abandonada a su suerte por carecer de recursos o haber nacido en el lado malo del mapa mundi, la historia sigue, debe seguir y es nuestro deber, el de la gente de izquierdas, el impulsar a la historia.