La caja de los deseos, o casi

La otra mirada


Hay gente que incordia un día y es mala, otra incordia un año y es peor.

 Y la hay que incordia toda la vida, esos son los insufribles.

 Ya sé que Bertolt Brecht no dijo, o escribió, eso. Seguramente porque entonces no había redes sociales por el mundo, Multiplican el número de los necios y los insufribles, pero también, cómo no, el de la buena gente imprescindible que comparte lo mejor que tiene y se empeña en hacer el día lo más llevadero posible. Dadas las circunstancias no se puede pedir más.

 Creo recordar que, en otra vida anterior, o tal en esta hace muchos años, asistí a una conferencia de Ladrón de Guevara sobre los ‘malafollás granaínos y que una de las cosas que dijo es que cuando el malafollá no ha conseguido aburrir a nadie, escribe una carta al director de Ideal. Hoy la carta ha sido sustituida por subir al muro de Facebook lo que inquiete al publicador. Convierten a la red social en una caja de los deseos en la que cada cual deposita su petición, en el convencimiento de que por obra de la magia de la fibra óptica se van a hacer realidad.

 Y si no, protestan y protestan mucho, las más de las veces olvidando que hay algunas situaciones que más que al señor Zuckerberg hay que comentárselas al alcalde de tu pueblo, o a un concejal. Al dueño de Facebook difícilmente lo vas a pillar en el bar al que vas, o ibas y volverás a ir, a desayunar. Pero al alcalde o algún concejal, seguro que sí. Y si no, seguro que tienes algún canal de comunicación abierto para poder decir lo que necesitas, denunciar lo que te parece denunciable o lo que se tercie. Si nada de eso resulta efectivo, ahí tienes la tentadora invitación de ¿Qué estás pensando, Antonio? A mí me pone mi nombre, pero supongo que a cada cual le pondrá el suyo. Rellena, pues el hueco que te facilita la red social para lo que te pida el cuerpo. Que no va a servir para nada. Pero oye, tú te quedas a gusto, el alcalde o el concejal o el policía local sin saber lo que tienen que hacer, o dejar de hacer para que tu vida sea un poco mejor, la farola sin luz, la calle sucia, o lo que te desazone, sea lo que sea. Pero, insisto, tú te has desahogado y, con un poco de suerte, tal vez algún opinador de signo contrario se dé por aludido e inicie una conversación sobre el tema.

Ya te oigo decir o pensar que más o menos eso es lo que hago yo con mis artículos de opinión, largar sobre lo que me apetece y, las más de las veces, reñir a la gente, como si yo estuviese libre de toda culpa y mi opinión tuviese más valor que la tuya. Tienes toda la razón y este medio digital está a tu disposición para hacer lo mismo que yo. Nadie te va a negar que publiques lo que quieras.
 Y ya que te he dado la razón voy a seguir recomendándote que antes de decirle al ‘face’ lo que estás pensando, te asegures de que realmente no has podido hacer llegar tus peticiones, quejas o ruegos a quien corresponda por otros medios más oficiales y de, seguramente, mayores posibilidades de que te escuchen y te atiendan y, tal vez cabe la posibilidad de que resuelvan el tema que te preocupa.

 Siempre que tus peticiones sean asumibles. Lo de pedir que les quiten las pagas a los políticos y se las den al colectivo que tú prefieras, y todas las demás de ese tipo sí que puedes llevarlas al muro con la tranquilidad de saber que no te va a hace caso nadie, pero tú ya lo has escrito y ha quedado pública constancia, durante unas horas, de lo que piensas.

 Gracias a esos políticos tenemos leyes que nos permiten opinar casi con total libertad sobre lo que nos parezca sin temer que llame a nuestra puerta de madrugada ni siquiera el lechero. Ni los pistoleros de ETA. Ya no. Y sí, ya lo he dicho otras veces.